jueves, 6 de septiembre de 2012

* LA PRINCESA Y EL CABALLERO

CUENTAN que hace mucho tiempo, encerrada por su padre en la más alta torre de un formidable castillo, vivía una princesa llamada Melinda. La princesa era una criatura de gran belleza, de larga y negra melena, ojos de gata, labios rojos y turgentes y cuello de garza. Todos los hombres de la corte, desde el más rico señor hasta el más humilde caballero suspiraban por ella...

A SUS VEINTIDÓS AÑOS, Melinda ya podría estar felizmente casada, mas ella trataba con igual desdén a todos sus pretendientes, afirmando que solo se casaría con quien le pudiera dar un beso de amor verdadero... Entre los más humildes, figuraba Ferrán, un joven caballero  recién llegado a la corte, con un siervo fiel y su gran caballo de guerra por todo patrimonio. Tenía por lo tanto escasos recursos pero grandes sueños, y enorme corazón. Y era tan grande su amor por Melinda que ofreció su alma a la luna llena con tal de pasar una noche con Melinda, cortejarla, y demostrarle que su corazón latía por ella con un amor profundo y verdadero.

Y CUENTAN que la luna llena se apiadó de sus sufrimientos, pues el joven caballero ni comía ni bebía, y pasaba largas noches mirando al balcón de Melinda, ubicado en la más alta e incaccesible torre del castillo. Por ello, una hermosa noche del mes de mayo, la luna tejió una escalera con sus plateados rayos, y ayudó a Ferrán a trepar por ella hasta la habitación de Melinda.

AL PRINCIPIO, la princesa se asustó por la inopinada visita de Ferrán, pero según iban pasando las horas, su corazón fue calentándose con el amor de Ferrán, y ya cuando asomaba el alba, accedió a darle el primer beso...

MAS LO QUE NINGUNO de ellos sabía era que el joven Ferrán era en realidad un sapito encantado, embrujado por una malvada hechicera, por lo que con el primer beso de amor verdadero recuperó su forma original Y la princesa Melinda, transida de dolor, le pidió al lucero del alba que la convirtiese en rana, para de ese modo ser la pareja del pobre Ferrán...

Y EL LUCERO DEL ALBA se apiadó de la desconsolada princesa, y accedió a su ruego... Desde entonces, los dos viven felices en el foso del imponente castillo... Y solo en la primera noche de la luna llena, ambos recuperan su forma humana por unas horas, y visitan al viejo rey en los salones del palacio, recordando unos tiempos, para ellos, más infelices... Y dicen que el monarca, desde aquél entonces, declaró bajo pena de muerte a las ranas especie protegida, para que ningún súbdito se comiera a su hija, a su yerno o a sus numerosos nietos...

AUNQUE OTROS CUENTAN que en realidad la princesa decidió fugarse con el joven Ferrán a una modesta casa en el lindero del espeso bosque, y que allí viven felices para siempre, y que lo de la transformación en rana no dejaba de ser una estratagema para recuperar su libertad perdida... Porque entre ellos se había obrado el milagro del amor verdadero...

lunes, 19 de marzo de 2012

UN TRAPO DE CUADROS ROJOS Y BLANCOS

Como si fuera posible hacerlo... te escribo para no olvidarte...

Lágrimas de tinta y de sal han corrido desde la última vez que nos vimos, la sal llama a la tinta, la alegría a la tristeza, y tu sonrisa a mis recuerdos...

Nos conocimos una tarde de marzo, bajo la lluvia, con mucho viento... Los dos nos refugiamos en el hueco de un portal, entre la puerta y el chaparrón...Calados hasta los huesos, intercambiamos una mirada, una sonrisa, un gesto...

Tú estabas muerta de frío, se te notaba en la mirada, en tu respiración; y por eso, te acercaste a mí, buscando el escaso calor que yo podía darte, temblabas todavía, pero menos que antes; tu hermosa cabecita, orgullosa; tu mirada, tan límpida y serena, me llevó a tomarte entre mis brazos; tu menudo cuerpo se amoldó sobre mi pecho, buscando más calor, debajo de mi jersey, bajo mi abrigo, lo más cerca de mi corazón...


Y así empezó nuestra gran historia de amor, nuestro romance imposible;dos solitarios se encuentran bajo la lluvia de marzo, en la ciudad gris; dos almas necesitadas de cariño y de amor, de comprensión y de ternura; cuando menguó la lluvia, salimos abrazados, indiferentes a las miradas, con tu preciosa cabecita rubia, y tus pequeñas patitas, tan mojadas, asomando entre dos botones de mi abrigo azul, que tanto te gusta; con una mano, te sujetaba; y con la otra, mantenía abierto el paraguas...


Hermosa gatita rubia de mis sueños, en cuanto llegamos a casa, te sequé con el primer trapo que cogí en la cocina, de cuadros rojos y blancos, que desde aquel momento se convirtió en tu talismán, tu símbolo, tu juguete; después, te puse un cuenco de leche tibia, y otro de atún en escabeche, comías con tantas ansias, que en pocos minutos te puse otra lata... ¿Quién le explica a un felino hambriento lo que puede o no comer?... Si luego descubrí que te apasionaban los mejillones picantes, los boquerones en vinagre, el queso manchego tierno, el chorizo de Pamplona, y las fresas con naranja...


Y después del alimento, la limpieza, comenzaste con tu larguísimo ritual,eliminando de tu enjuto cuerpo hasta la última mota de suciedad, barro, pelo, que te recordase a las calles, al ruido, a la soledad, a la lluvia... a la gris ciudad en la que nos encontramos, naufragos empapados... Yo me fui a cambiar, también estaba empapado después del paseo, y con la ropa de andar por casa y las zapatillas a cuadros de felpa, el típico regalo de madre para el hijo que se va a la gran ciudad, me senté en el sillón del salón, frente a la tele apagada, tranquilo... Hasta que saltaste a mi regazo, clavando las uñas en mis vaqueros, reclamando mi atención, el calor de mis manos sobre tu cuerpecito, mientras me mirabas, pidiendo mimos, y ronroneabas... dulcemente...

Unos días después, descubriste tu sitio favorito: el poyete sobre el radiador del salón... Sobre él te pasabas la mayor parte del invierno, ora mirando por la ventana hacia la calle Rioja, ora dormitando... y siempre pendiente de todo, de los pájaros, los niños, el autobús...


Muchas novias han pasado por mi piso desde aquella tarde hace ocho años, Linda, pero solamente se quedaban a pasar la noche aquellas que recibían tu aprobación, que curiosamente eran las que más me gustaban a mí, extraña pareja la nuestra, como escogiendo aquellas hembras amorosas que podrían darme lo que no podías tú, gatita linda de mis sueños... Pero cuando conociste a Eloísa, fue un gran flechazo mutuo, entre vosotras dos, tan grande, que incluso tuve celos al principio, lo confieso, por esas confidencias femeninas, por esas miradas, por los ratos que pasabas en su regazo... O cuando, años más tarde, ella hacía los patucos para el primero de nuestros hijos, que ahora tiene cinco años, y está mirando la lluvia desde la ventana del salón... Junto a ese radiador, con su poyete guateado, sobre el que tanto te gustaba pasar el otoño, el invierno, y la primavera si traía frío...


Hace casi un mes, el 28 de noviembre, te encontré muerta en tu cuna, como dormida... Y eso le dijimos a nuestro hijo Luis, "Linda está dormida, pero nos mandará uno de sus amigos, para que nos haga compañía, sobre el radiador... y en el brazo del sillón..." ¡Qué pequeña eras, Linda, qué ligera, mi gatita buena, mi gatita lista, mi gatita rubia!


Envolví tu cuerpecito en tu trapo de cuadros rojos y blancos, que tanto te gustaba, y salí, cómo no, bajo la lluvia, en nuestro último viaje juntos, paseando sin paraguas por los jardines de la Comunidad, con la lluvia enjuagando mis lágrimas, buscando un lugar donde pudieras reposar, hasta que llegase tu Resurrección en el Cielo de los Gatos... Reconocí un seto de camelias, el mismo bajo el cual tanto te gustaba pasar la tarde, con tu arnés y tu correa, tu ratón de peluche y tu trapo de cuadros rojos y blancos... Y allí te enterré, mi gatita Linda, mi linda gatita, con la pala amarilla de mi hijo, bien profundo, lejos del olfato de los perros, entre las raíces del seto florido...


Sé que cualquier tarde, o cualquier noche, en uno de mis paseos por el barrio, encontraré otro gatito necesitado de cobijo, y lo llevaré a casa, y se lo presentaré a Eloísa, a Luis, y a la pequeña Beatriz, y les diré: "Éste es un pequeño amigo de Linda, que nos lo ha mandado para que lo cuidemos, y para que nos cuide a nosotros..." Y ellos le pondrán un nombre, espero que no sea uno de esas horribles series de dibujos animados japonesas, prefiero algo más normal, como Chiqui, Gato, Minino, Despertador, Piolín... Incluso Lindo, por qué no... o Tito... se llame como se llame, ocupará un gran lugar en nuestra casa, en nuestro corazón... pero nunca será como mi gatita Linda...

NUESTRO AMADO LIDER

"Queridos niños, aprovechando que estamos en este hermoso claro del profundo bosque, que el sol primaveral calienta mis cansados huesos, y que ya habéis jugado, saltado y correteado por todas partes hasta quedar agotados, os voy a contar una historia muy, pero que muy antigua, sobre nuestro amado líder..."



- "¿Pero existió realmente?, preguntó el más pequeño...


- "¿Pero es cierto que sabía volar?", preguntó el mediano...


- "!Bah, pero si solamente es un cuento para niños!", dijo el mayor...


A partir de ese momento, el caos se apoderó del claro, todos los niños gritaban y reían a la vez... Pero el abuelo puso en práctica un viejo truco: se quedó completamente callado, imperturbable, hasta que de nuevo, reinó el silencio... Una pequeña vocecita dijo: "Abuelo, por favor, cuéntanos la historia..." Y entonces, con una cansada sonrisa, él responde: "Está bien, está bien, pero escuchad con atención, que la tarde avanza, y tenemos que estar en casa antes del ocaso..."


Y con estas palabras, en medio de un silencio respetuoso, el anciano cuenta su historia...


"Eran otros tiempos... Yo estaba en patio del orfanato, con los demás chavales, jugando al tú-la-llevas, al escondite, a las carreras, a nadar... Vamos, cosas de chicos... También nos gustaba pelearnos, y a veces, nuestros juegos terminaban con la muerte de uno de nosotros... lo que tampoco es raro, por las carencias tan brutales de nuestro sistema educativo, y la falta de figuras paternas... Fue durante una de esas peleas cuando Él nos separó, y nos dijo: "¿Acaso no os dais cuenta de que toda vuestra agresividad, toda vuestra energía, podéis utilizarla de una manera más constructiva? ¿No veis que de esta manera, vuestras muertes serán en vano, que nadie os recordará, que nadie pondrá flores en vuestras tumbas? ¿No sería mejor dedicar el tiempo libre, en hacer cosas más importantes para vuestra vida, como por ejemplo, aprender a defenderos?"

Esa misma tarde, comenzamos los entrenamientos, en un lugar secreto... Sólo eramos 103 alumnos, los más rápidos, ágiles y veloces... Al principio, todo era más sencillo: maniobras para derribar al enemigo, técnicas de estrangulación, barridos de las piernas, proyecciones por encima de la cabeza, vamos, todas aquellas técnicas especiales, que han dado lugar al Arte Marcial Suprema que todos practicamos, incluso ahora...


Al crecer, nos convertimos en sus más fieles seguidores, pero ya eramos más de 300 soldados, perfectamente entrenados y motivados, para seguir, obedecer, defender y temer a nuestro Líder. Del mismo modo, los castigos por incompetencia manifiesta, traición o desobediencia eran implacables: muerte por descuartizamiento, y abandono de los restos a las alimañas. Mejor preparados, más motivados, y más fuertes que las demás bandas, nos hicimos con el control primero del orfanato, luego del barrio, y, finalmente, de la ciudad entera... Sí, hubo muchísimos muertos, y no solamente exterminamos a los combatientes, sino también a aquellos de sus hijos que no servían para la lucha... De la anarquía, pasamos al Orden... Pero nuestra economía, el incremento de nuestra población (derivado de la mayor seguridad y fortaleza), la disminución de nuestras reservas de agua, y sobre todo nuestra forma de ser y de pensar, hacían imprescible una nueva guerra...


Una mañana de verano, con nuestro líder al frente, nos pusimos en marcha... Casi 1000 soldados, en el mayor despliegue militar de nuestra historia, con armas, porteadores, y un mínimo de vituallas... Alcanzamos nuestro objetivo a medio día... Mientras la mitad de nuestras fuerzas atacaba de frente, la otra mitad se adentraba en las marismas, para buscar ese camino secreto que nos permitiría burlar las defensas del enemigo... Gran parte de la batalla tuvo lugar en las marismas... Tomamos el baluarte, y exterminamos a todos los enemigos, incluyendo a sus mujeres e hijos... Pues, además de la falta de agua, necesitabamos comida... De los centenares de cuerpos despedazados en la tierra y en el agua, en un par de horas no quedaba nada...


Esa fue la mayor victoria, pero hubo otras muchas... Nuestra superior preparación nos hacía casi invencibles en la tierra y en el agua... Las poblaciones capitulaban por temor, aunque de todas formas, todos los machos eran devorados, y sus mujeres se convertían en nuestras esclavas... Todo parecía indicar que nuestro Amado Líder era invencible, y que nosotros le seguiríamos hasta los confines de los territorios conocidos... Su poderosa voz, la sabia utilización de luces y sombras, los estandartes, los cánticos, creíamos casi que era Inmortal...


Pero una mañana, desafió a los Dioses, y trepó a lo más alto de la Colina Prohibida, para que sus leales tropas pudieran verlo antes de la siguiente batalla... Una sombra se lanzó sobre él desde lo alto, sin que nadie pudiera intervenir... Desapareció, sin un grito, algunos dicen que subió al Walhalla, pero que volverá algún día... Con su muerte, terminó la Interminable Guerra... y también nuestra Supremacía..."



- ¿Y qué pasó en realidad con Nuestro Amado Líder, abuelo? ¿Realmente subió a los cielos?


- No, hijos míos, no... Cuando subió la Colina Prohibida, se convirtió en un blanco privilegiado para una gran garza gris, que lo devoró de un solo bocado... Tanto tiempo como Amado Líder, que se creyó Dios... olvidando que, a fin de cuentas, no era más que una gran Rana Toro, formidable luchadora, hábil organizando... pero de todas formas, una rana..."

CLAUDIA, BELARMINA Y MAITE

Erase una vez una niña...

Solo en los cuentos, las relaciones con los humanos tienen un final feliz... Solo en algunos casos muy concretos, los perros abandonados encuentran un segundo hogar, alguien que les quiera, les devuelva la confianza y la fe en esos animales de dos patas y demasiado ego... Solo en condiciones de extremo peligro, y de amor despedido, puede un humano ponerse delante de una potencial amenaza para su mascota... Y tal vez en esta historia se den todos aquellos factores, y algunos más, que nos devuelven algo de confianza en el autodenominado Rey de la Creación...

Todo sucedió en una antigua explotación agrícola basada en la sangre y el exterminio, muy parecida a ésta donde residimos... Los humanos habían alcanzado una extraña alianza con la Madre Naturaleza, al rechazar en su alimentación cualquier tipo de alimento que procediera de los demás seres vivos, aunque se permitían el consumo de huevos y de leche: eran por lo tanto ovolacto-vegetarianos, un colectivo que, junto a los veganos, más está luchando por los derechos de los animales. En aquella granja vivía una pareja de bípedos, Adán y Mafalda, junto con sus dos cachorros: una hembrita llamada Claudia, y un varoncito que ya estaba cambiando la voz (Sebastián). Ellos eran gente de ciudad, de los que no se preocupan nada del medio ambiente, contaminan con sus coches, polucionan el agua con pesticidas y vertidos, y envenenan el aire con mil contaminantes... Y es muy posible que hubieran seguido de aquella manera el resto de su vida, ajenos a todo el sufrimiento animal y terrestre que estaban provocando... hasta que enfermó Claudia...


De un día para otro, la cachorrita se cubrió de una tremenda erupción rojiza, al mismo tiempo que experimentaba fuertes dificultades para respirar y tragar. La llevaron corriendo al veterinario de humanos y, tras esperar más de dos horas en la sala de Urgencias, la llevaron a una especie de cortina con una superficie de reposo, y empezaron a hacerle numerosas pruebas, al mismo tiempo que le ponían una mascarilla sobre la cara. Claudia estaba muy nerviosa al principio, pero el suave gusto del oxígeno la ayudó a relajarse primero, y después a quedarse dormida, mientras sus padres y el médico hablaban... "Trastorno autoinmune... causa desconocida... alergias múltiples..."


Comenzó entonces un nuevo tipo de calvario para Claudia: el internamiento, durante casi un mes, en el Hospital, donde empezaron a hacerle mil y una pruebas... de test de alergias... de frotamientos y parches... Y los resultados fueron descorazonadores para los padres: Claudia había desarrollado una multialergia a los tejidos sintéticos, los plásticos (casi todos), la práctica totalidad de los conservantes alimenticios, y sobre todo, numerosos contaminantes atmosféricos, producto de la combustión de los motores de los coches, las calderas de los edificios... Ni siquiera los inhaladores y cortico esteroides más avanzados le servían de gran ayuda en una de sus crisis... La única solución, a falta de un tratamiento más efectivo, no era en apariencia demasiado viable: abandonar la Gran Ciudad, y mudarse bien al campo, o bien al borde del mar, en cualquier lugar lo bastante aislado para que su vida no corriese peligro...


Descubriendo "La Xana"


No, esta no es una de tantas historias de chica de ciudad se va al campo para salvar su vida... al menos, no del todo.... No hubo una ruptura completa con la ciudad, al menos, no al principio... Adán y Mafalda eran personas normales, ni ricas ni pobres, pero con una gran suerte: el que podían trabajar desde casa, tanto en la agencia de creativos publicitarios como en la traducción de libros del sueco al español... Una vez tomada la decisión de irse de Madrid, pues la vida de Claudia estaba en juego, solo faltaba decidir el "dónde"... La solución la obtuvieron de un escritor jubilado, amigo desde hace muchos años, quien les propuso arrendarles una pequeña granja que tenía en Asturias, muy cerca de Llanes, con algunos animales: un par de gallinas, un par de terneras, una vaca, un perro, un gato, y un par de ocas... Con el compromiso de cuidar de todos ellos y no permitir que se les hiciera mal alguno, Luis Rodríguez les entregó las llaves de la granja, que en aquellos momentos estaba cuidando un vecino (Vicente), y se separaron un cuatro de abril...


El viaje no fue especialmente complicado, pues los dos se turnaron para conducir, y a medida que iban dejando atrás cualquier tipo de rastro de la ciudad, el estado de Claudia mejoraba... A las dos horas, ya no necesitaba la bombona de oxígeno para ayudarla a respirar... Según iban pasando las horas, pues se trataba de un largo viaje, la cachorrita se iba sintiendo mejor... Cuando pararon en el Puerto del Escudo y salieron a dar una vuelta y admirar el paisaje, ya respiraba con total normalidad, y su piel había recuperado un aspecto mucho más saludable... A las siete y media de la tarde, alcanzaron su destino, la pequeña granja, entre la montaña y el mar: "La Xana", a secas...


El acceso se realizaba desde la carretera principal, a través de un pequeño sendero de tierra apisonada, que parecía abrirse paso en medio de los árboles, y por el que cabía solamente un coche (y no demasiado ancho). Después de conducir en silencio por el medio de la floresta, de repente, te encontrabas en medio de una parcela de unos mil metros cuadrados, limitada por tres de sus lados por un muro de piedras superpuestas, y en el cuarto, por el mar... Un estrecho sendero permitía descender hasta la playa, de rocas y gravilla, con varias enormes piedras cerca de la orilla, que se convirtieron en uno de los lugares favoritos de Claudia, durante aquella extraña primavera... Pero la mayor sorpresa fueron las propias instalaciones, ya que se habían restaurado completamente el edificio principal, formado por una planta y un tejado abuhardillado, en la que se encontraban la vivienda propiamente dicha, una gran despensa, y una zona para curar los quesos. Respetando la estructura original, la mitad del espacio estaba dedicado a una mezcla de salón y cocina, con gran chimenea incluida, y en una habitación aneja se había preparado un pequeño despacho para Adán y Mafalda... Misterios del Multiverso, a pesar del aislamiento de la granja, la señal de internet era perfecta... La buhardilla se destinaba a los cuatro dormitorios...

También había un establo, igualmente construido con recios bloques de piedra, y en él se encontraban los animales, que ciertamente estaban muy nerviosos, porque se habían acostumbrado a los cuidados del payés que los había acompañado durante los últimos años... Sin embargo, con la ayuda de Vicente, el vecino jubilado (que por otra parte seguiría visitándoles frecuentemente), los animales comprendieron que tal vez aquellos humanos eran diferentes de los demás... y la simple observación de su dieta les permitió comprobar que sus preferencias alimenticias se orientaban principalmente a los vegetales que cultivaban en su huerto, y a ciertos derivados de la leche...

Coqui y Blas, los perros, mostraron su aprobación tras un prolongado olfateo de absolutamente todas las pertenencias de los recién llegados, y prácticamente derribaron a la pequeña Claudia con todas sus muestras de afecto... Missi y Chiqui, los gatos titulares y expertos cazadores de ranas, ratas y topillos, tardaron más en dejarse seducir por los humanos... aunque apreciaron muchísimo las "pequeñas-latitas-doradas-de-ambrosía" que les pusieron a la hora de cenar, y terminaron pensando que "no estaban del todo mal" aquella misma noche, mientras contemplaban las llamas de la chimenea... desde el regazo de Sebastián, a quien adoptaron desde el primer momento como macho alfa... Las gallinas, Juanita, Puri y Rita, no tenían tiempo para ocuparse de "los nuevos amos"...

De todas formas, aquella noche, pues ya eran cerca de las doce cuando terminaron de colocar sus escasas pertenencias en las habitaciones y en la despensa, era demasiado tarde para seguir visitando la granja... y para descubrir a sus tres últimos habitantes, que aguardaban pacientes en el establo...

Claudia y Belarmina.... (y Maite)

Cuando Claudia se despertó aquella mañana, no estaba muy segura de dónde se encontraba, puesto que el conjunto del viaje no era más que una mezcla de sonidos, imágenes vagas, y sobre todo, de aromas... Tal vez fuera precisamente la ausencia de ruidos artificiales lo que más llamó su atención, puesto que ya no había otro murmullo aparte de la eterna canción del mar en la playa de guijarros, o del viento que se filtraba a través de los cercos de las ventanas... Era el típico día primaveral asturiano: una fina niebla lo envolvía todo, y aunque no era demasiado fría, es cierto que alteraba en buena medida las percepciones de los recién llegados... Pero el aroma que sacó a Claudia del sueño, antes incluso de que el maléfico despertador se hiciera oír, fue el café recién hecho, y el de pan caliente recién horneado... Vale, es cierto que una niña de once años no debería tomar café con leche para desayunar, pero tampoco deberían comer tanta bollería industrial, ¿verdad?


Ya son las once de la mañana cuando Claudia sale al patio y, pasito a pasito, alcanza el establo... Tal vez, otra niña se habría asustado de los olores que flotaban en el aire, mezcla de pienso, humedad, estiércol; o de su oscuridad... pero a ella no le importan ese tipo de cosas... Sus padres le han comentado que hay tres criaturas maravillosas en aquél establo, y que están esperándola para presentarle sus respetos... Y sin embargo, cuando de un cariñoso topetazo termina encima de un montón de heno, y un enorme hocico, cálido, al que va unido un cuerpo aún más cálido y enorme, no tiene ningún miedo... Es más, se siente protegida, amparada por aquella criatura tan grande, a la que no puede ver... Sabe que hay otras, de menor tamaño, Clotilde e Isabel, pero no le interesan tanto...


Aquél fue el primer encuentro de Claudia y Belarmina, la gran vaca Holstein de la cual obtenían la leche cada mañana, y en cierto modo es el final de nuestra historia, pues el resto, todos lo conocéis... Gracias a la gigantesca paciencia de Belarmina, la niña se fue acostumbrando a su nuevo entorno, y a moverse por él con seguridad... Una extraña comunicación, más allá de las palabras, y basada en el cariño, se instauró entre las dos... En lo único que no estaban de acuerdo era en los paseos por la playa: Belarmina siempre argumentaba que "los caminos de cabras no están hechos para las vacas... por eso somos vacas..." Por eso me tocaba a mí, como siempre, acompañarla en su deambular por la orilla...


Durante aquella primavera, Claudia no salió prácticamente de la granja puesto que, aunque su sistema inmunitario se restauraba lentamente, no les parecía demasiado adecuado el exponerla de nuevo a las toxinas del mundo urbano... Además, por sus características especiales, podía estudiar tranquilamente en casa... Sebastián se incorporó a mitad de curso al instituto de LLanes, y su carácter extrovertido y su gran altura y fortaleza le permitieron convertirse en la estrella del equipo de baloncesto local... Adán continuó con sus colaboraciones en la agencia de creativos, y también estableció contactos con distintas agencias asturianas... Mafalda descubrió que, al margen de sus traducciones del sueco y del inglés, le interesaba mucho la adaptación de los platos tradicionales a su estilo culinario... y ha comenzado a publicar un blog sobre el tema...


Y yo... bueno... He intimado bastante con Coqui... y estamos esperando cachorros... Al final, ha resultado que no era el brutote desalmado que yo pensaba, sino más bien el típico asturiano serio y taciturno, pero de gran corazón... Mi nombre es Maite, y soy el perro lazarillo de Claudia... Aunque desde que se mudaron a "La Xana", ella es posiblemente la única criatura del mundo que tiene a una inmensa vaca Holstein de lazarillo...

miércoles, 21 de septiembre de 2011

EL VIEJO LOBO FEROZ

La puerta se abre hacia la fría noche de noviembre, y por ella entra una impresionante silueta, de gran cabeza, enormes dientes, recia pelambrera cubierta escasamente por un viejo pantalón vaquero de peto y un pañuelo rojo atado al cuello... Su pelo, que lo cubre por entero quitando los ojos, la nariz y las almohadillas de las patas, está empapado por la lluvia, y una especie de neblina parece envolverlo... Se desplaza lentamente entre los parroquianos, relamiéndose, y por un momento temo que esté muerto de hambre... Pero no es comida lo que busca, sino bebida... y olvido... Nadie parece hacerle mucho caso, mientras pulula entre los bebedores... El tabernero le pone una pequeña copa de ginebra, que el viejo lobo apura con ansia, y le dice, firmemente: "Ya sabes las reglas, viejo lobo... La casa siempre te invita a la primera copa, las otras, tienes que pagarlas..." No creo que lleve mucho dinero en los bolsillos, cuando les da la vuelta, encontrando tan solo un par de pelusas y un corcho de botella...
Intrigado por su comportamiento y el de los parroquianos, como si todo fuera historia antigua, le hago señas, para que se acerque a mi banco... Y cuando está llegando, comenta: "Mi pena es muy grande...", enseñando el costurón que recorre parte de su enorme abdomen... Como viajero recién llegado a la Selva Negra, estoy ávido de historias, de leyendas, que me puedan ser útiles para aclimatarme rápidamente, y me permitan también establecer unas buenas relaciones comerciales con los demás habitantes... Por eso, y tal vez porque no se me ocurre nada mejor que hacer en aquella noche de noviembre, con la lluvia y el viento repicando contra los mal ajustados cristales, le hago una seña al curioso personaje, para que se siente a mi lado en el banco junto al fuego... Cuando lo hace, compruebo que es mucho más pesado de lo que yo pensaba, a pesar de su aparente debilidad, ya que el banco se levanta un par de palmos del suelo, hasta que él se acomoda...

Como aparentemente tiene la garganta seca, le pido al tabernero que traiga una botella de ginebra, y dos vasos, y que los deje sobre el barril que nos sirve de improvisada mesa junto al fuego... El lobo, que además de sediento parece estar helado, tiende sus zarpas hacia el fuego, y parece gruñir por lo bajo de satisfacción al notar el calor... Una vez caliente, me sirve un vaso de ginebra, mientras que él se apodera con ansia de la botella y, sin olvidar las normas de la urbanidad, se sirve uno tras otro, creo que fueron cuatro en total, antes de quedarse aparentemente dormido... Ya pensaba que no me había servido de nada el convite, cuando de repente, aquél vozarrón cascado empieza a contar una historia de amor, celos y traiciones...

"Mi pena es muy grande... porque yo amaba a Caperucita, señor... Desde siempre... Desde el primero de aquellos largos viajes hasta la casa de su abuelita, atravesando lo más oscuro del bosque, para llevarle un tarro de miel, una cántara de leche, y un atadillo de galletas caseras... Era una visión celestial, con sus trenzas castañas, sus inmensos ojos azules, y su piel, tan blanca... Es cierto, eramos muy distintos, entre otras cosas, ella era humana, y yo un lobo... pero aquél fue uno de esos amores locos, que nos dan o nos quitan la vida...

Me preocupaba mucho su salud, y sobre todo, su seguridad, porque el bosque no era un lugar recomendable en aquellos tiempos... y ella era tan pequeña... Muchas veces, la acompañé entre las sombras, disuadiendo, con mi apariencia y mi reputación de asesino, que conseguía mantener alejados a todos aquellos seres que se acercaban a ella con malas intenciones, incluyendo a un par de trolls, varios hobbits, y los peligrosísimos siete enamitos (seis después de aquella mañana de marzo), que estaban buscando un recambio para su agotado juguete sexual (Blancanieves), además de las habituales alimañas del bosque... Pasaron los meses, y ella seguía adelante en su caminar, y la abuela persistía en su enfermedad, aunque yo creo que en el fondo lo que deseaba era llamar la atención de su nieta, mientras yo me encargaba de su seguridad... sin dejarme ver...

Hasta que ella me descubrió, una mañana del mes de marzo, agazapado detrás de un arbusto de endrinas... "Sal... seas quien seas... Sal, y no tengas miedo, que no te voy a comer..." Me hizo mucha gracia, que ella, que abultaba la tercera parte que yo, me dijera que no debía tener miedo... Por eso, me fui levantando muy despacio, sin hacer gestos bruscos que pudieran inquietarla, hasta erguirme por completo sobre las patas de atrás (hace mucho tiempo que los lobos caminamos como los hombres... muchas veces con botas de pesca, para no dejar huellas...). Pero ella, mi amada, mi dulce Caperucita Roja, con su corto vestidito rojo, sus botas rojas, la blusa blanca y su capota roja, no se asusta, sino que tiende la mano hacia mi frondosa cola, y la acaricia suavemente, mientras me dice: "Eres realmente hermoso, lobo feroz..." Yo noté que una especie de corriente eléctrica me recorría, por el tacto de su mano sobre mi piel... "Acompáñame si quieres hasta la casa de mi abuelita... pero esta vez no hace falta que te escondas..."

Aquél fue el primero de nuestros paseos por el bosque... Y de alguna manera, estar con ella se convirtió en el único objetivo de mi existencia... Durante el resto de la semana, yo me ocupaba de mis tareas habituales. pescar en el río, cazar algún conejo, correr contra el hombre lobo en las noches de luna llena (a veces, me costaba alcanzarle, y otras le dejaba ganar, para obviar su mal carácter...), y, por supuesto, jugar al póker con las otras criaturas mágicas en la taberna, sin meterme con nadie... Pero los días que tocaba el paseo con Caperucita y la partida de mus con la abuelita, que me había terminado aceptando una vez superado el sobresalto inicial, puesto que en mis grandes ojos leía que jamás le haría daño a mi Caperucita Roja (que en verdad se llamaba Elisabetta)... bueno, aquellos días, tocaba paseo con Caperucita, y antes me limpiaba los dientes con agua y cenizas, me lavaba completamente en la poza usando jabón ecológico, y me ponía mi mejor ropa, incluyendo en ocasiones mi hermoso monóculo... Era agradable, estar con ellas, pero sobre todo, con Caperucita...

Caminar a su lado, de la mano... llevarla sobre mi lomo durante algunas de nuestras locas carreras por el bosque... oler su perfume levemente almizclado... Algunas veces estaba tan tremendamente excitado, que tenía que esconderme entre unos arbustos, para aliviarme con un rápido meneo, y no presentarme ante sus ojos con una erección... La primera vez que me siguió dentro de los arbustos, y me rozó con su mano.... fue algo muy intenso... El sexo no la asustaba, más bien al contrario, tenía ya alguna experiencia previa con el cazador y el molinero... y los lobos estamos muy bien dotados, y sabemos cómo satisfacer a una mujer... Fueron varios años de lujuria, de refugiarnos en nuestro lugar secreto en el corazón del bosque, cada tarde después de la visita a la abuelita, de recorrer nuestros cuerpos con los ojos, las manos, la lengua... y alcanzar el orgasmo simultáneamente...

Pero la abuelita murió en mitad de la partida... la enterramos bajo un olmo, detrás de la casa... Y Caperucita se quedó sola en el mundo, puesto que era huérfana, y vivía con la panadera... Tuvimos que mentir, que falsificar las pruebas y la firma de la abuelita, para cobrar la pensión y pagar el alojamiento a su casera... En las raras ocasiones en las que un inspector de Hacienda se personaba en la puerta de la cabaña, Caperucita le daba una galletita alucinógena, y yo me metía en la cama, con el camisón, el gorro y las gafas de la abuelita, e interpretaba mi papel... "Qué grandes tienes los ojos, abuelita...", me decía el imbécil del inspector... "Son para verte mejor, querido inspector...", le respondía yo... Y no habríamos sido descubiertos, y nos habríamos podido seguir amando en la cabaña del bosque, si no hubiera sido por el cazador...

El cazador siempre ha sido mala gente, dicen que había participado en monterías con un tal Franco, y llevaba un tiempo acechando a Caperucita, siguiéndola de vez en cuando en sus desplazamientos por la floresta... Y aquella maldita tarde de junio, entró en la casa dando una fuerte patada en la puerta, y con la escopeta en ristre... Nos pilló, amándonos... De un culatazo en las costillas, derribó a Caperucita, sin darle opción a explicarse (como si hiciera falta)... Estaba celoso, porque yo la había estado satisfaciendo como mujer, algo que él, con su ridícula colita de humano, jamás podría conseguir... Me pilló desprevenido, y me dejó inconsciente de un golpe en la sien, mientras yo intentaba despertar a Caperucita, o protegerla de mayores daños...

Recuperé la conciencia entre fuertes dolores, con las primeras luces del alba... El suelo, a mi alrededor, estaba lleno de sangre seca, y notaba fuego en las ingles... A mi lado se encontraba una figura, una chica menuda, de mirada ojerosa, y profundos ojos negros... ¡Era Blancanieves! ¿Qué hacía aquí, conmigo, a estas horas, tan lejos de sus cuatro enanitos (un segundo que maté yo, y el tercero, el hombre lobo)? Quizás intuyendo mi pregunta, ella comenzó a hablar... "No hay nada que hacer... Ella ya no está aquí, Lobo Feroz: el Cazador se la ha vendido a los Cuatro Enanitos, con la condición de que se la llevasen muy lejos de aquí, a las Tierras de Mordor... Y respecto a lo tuyo.. bueno, te he cosido lo mejor posible... pero no he podido hacer nada con tus testículos... ni con tu corazón..."

Y desde entonces, desde aquella fatídica mañana del mes de junio, no solamente me he convertido en medio lobo, incapaz incluso de satisfacer a las gallinas por métodos tradicionales... sino que jamás he vuelto a sentir nada, ni amor, ni odio, por otra criatura... Por si fuera poco, en un último acto de vileza sin par, cuando todavía llevaba en el talego las diez piedras preciosas que le pagaron por Caperucita... el maldito cazador se fue a contar la historia a su manera a dos hermanos escritores, que buscaban relatos para sus cuentos populares... Grimm, creo que se apellidaban... Sin mi amor, sin corazón, sin testículos, convertido en el asesino de la Abuelita, en el acechador y maltratador de Caperucita, con el Cazador como héroe absoluto... ¿Todavía te extrañas, extranjero, de que mi pena sea muy grande... y de que intente ahogar mi insondable dolor en ginebra?"

Con otros cuatro vasitos que se bebió durante la narración, el viejo lobo feroz, de cuya historia no tengo muchos motivos para dudar, incluso habiendo pasado más de 100 años, se ha quedado dormido... Y yo le observo, atentamente... En su rostro están grabadas mil penalidades de una vida vacía y sin amor... Y todo ello, su voz, su aspecto, su evidente tristeza, me hace creerle... Al descubrir en el bolsillo de su pecho el viejo recorte de un libro de cuentos, en el que están representados los dos, y se les ve felices... y reconocerla a ella... Decido que lo mejor es callarme... Porque no sería fácil decirle que yo soy "El Sastrecillo Valiente"... y que rescaté a Caperucita Roja de los enanitos... ahora solo uno, y convertido en Golum... y que desde entonces, vivimos felices, y comemos perdices... en el País del Otro Cuento de Hadas...

domingo, 18 de septiembre de 2011

EL VIEJO TROVADOR

El viejo trovador está cansado, y triste, un día gris de invierno, cuando el milagro de la Primavera parece casi un imposible... Pero sabe que hoy tiene que hacerlo, no puede aplazar más tiempo aquella llamada a un joven escritor, amigo suyo, que hace un mes y pico le mandó una carta, un mensaje, y un libro... Casi sin quererlo, sonríe al recordar las palabras escritas con tinta turquesa... "Querido Quique: aquí tienes mi primer libro, que cuenta historias de amor... Creo que gracias a ti, soy mejor persona... Cordiales maullidos desde Madrid..."

Un rincón de Bárcena Mayor
En la carta, la primera en muchos meses de silencio porque a veces, no hace falta escribir para acordarse de alguien, el joven escritor le pone al día sobre las cosas que ha ido consiguiendo, y perdiendo, desde la última vez que hablaron... Si bien lo que también le hace sonreír es el recuerdo de cómo se conocieron, durante una semana de campamento en el pueblo de Bárcena Mayor... Era el año 1983, "el año mágico", y si en algo destacaba el joven escritor (por aquél entonces, un niño) era en sus inmensos ojos marrones, la atención que ponía en tantas cosas nuevas, y sus ganas por aprender... Se hizo amigo, durante aquella estancia, de su hijo... Pero sobre todo, de él, convirtiéndose en una especie de hermano mayor o de figura paterna cariñosa, de la que tan necesitado estaba...

Comenzaron las cartas, al principio más frecuentes, luego dilatándose en el tiempo... Pero a través de ríos de tinta, de algunas postales, mantuvieron el contacto... Aunque la mejor sorpresa que pudo darle fue cuando viajó a Madrid y le llamó a su casa, una tarde de primavera, y quedaron para merendar... Los dos habían cambiado mucho, pero no los recuerdos, algunos de ellos fijados en el tiempo en una serie de fotos viradas en sepia... Decenas de recuerdos, de momentos, regresaron a su memoria...

Es cierto, el adolescente repitió aquél viaje iniciático, en tren hasta Santander, y luego, caminando de Cabezón de la Sal a Bárcena mayor, en solitario y con un mapa del ejército... Y le mandaba postales de vez en cuando... Incluso le dio la sorpresa de presentarse en Santander con su esposa, y con el gato, para compartir una ración de "rabas" en "El Gelín"... y comer juntos en un restaurante de pescadores en la periferia, de frente al mar...

Han seguido pasando los años, casi treinta, y la amistad permanece... Quizás por eso hoy se ha decidido a llamarle, para ver qué tal estaba, agradecerle sus palabras amables, el libro... O para sentir que no todo en la vida lo puede manipular la tristeza, ni la soledad... Por eso, le deja un mensaje en el móvil, la mejor crítica que ha recibido su libro hasta la fecha... Y tampoco le extraña cuando, al filo de las seis de la tarde, suena el móvil, y reconoce su número, y su voz...

Es una llamada corta, es cierto, porque a veces las cosas buenas, y las malas, se dicen pronto, pero le hace sentir mejor... Le hace pensar, quizás, que si esta amistad, nacida de una convivencia de una semana, ha perdurado tanto en el tiempo... que si este joven escritor, cuyo libro le ha gustado tanto, sigue considerándose en deuda con él... quizás no todos los aspectos de su vida sean ahora tan grises, como las brumas de la depresión se los transmiten...

Fíjate, de repente, le hormiguean un poco las manos... y tiene ganas de retomar, aunque sea unos minutos, los pinceles... y crear de nuevo otros mundos... con la esquiva magia de la infancia... cuando todo era más sencillo...

Y el joven escritor, preocupado aunque reconfortado por la llamada, se imagina al viejo trovador un poquito más animado... Y escribe, tal vez esperando que la magia de las palabras haga que su amigo, monitor, mentor y mil cosas más, se sienta un poco mejor...


domingo, 11 de septiembre de 2011

SIETELECHES

Cálido mes de junio en Madrid... La ventana de mi despacho da a los jardines de la Comunidad... Y cada tarde, a las 18:30 (una hora menos en Canarias), los veo pasar... Primero suena el chirrido de la puerta de entrada, y luego, se escucha el cansino arrastrar de unos pies que han recorrido muchos kilómetros a lo largo de su vida, y una respiración gastada y herrumbrosa hace los coros... Acompañado del mudo trote de unas patas pequeñas, y el sonido de tres cascabeles... Entraban en escena Don Celestino... y "Sieteleches"...


Lentamente, muy lentamente, la extraña pareja recorre el camino de acceso, "Sieteleches" siempre inspeccionándolo todo, como si fuera un soldado en territorio enemigo, que se para en cada intersección, y con un par de veloces movimientos de rabo, le indica a Celestino que puede seguir adelante...Y éste, bien entrenado, aprovecha aquellos momentos para recuperar de alguna manera el fuelle, y seguir caminando, pasito a pasito, hasta llegar a su objetivo veraniego: el segundo banco a la derecha, donde el sol no molesta a aquellas horas de la tarde... Cuando Celestino ocupa su lugar bajo la luz dorada, "Sieteleches" se ocupa de sus obligaciones perrunas: husmear todos los rincones de la extensión de arena, como si fuera de su exclusiva propiedad, marcar con pequeñas gotas de orina "sus" àrboles, revolcarse furiosamente entre las primeras hojas del otoño, comer toneladas de hierba, perseguir algún pájaro, todo esto, regresando cada cinco minutos para comprobar cómo se encuentra Celestino, llevándole de vez en cuando un pequeño "informe material" de sus actividades: un puñado de hojas, algo de tierra, las plumas de un pájaro, un caracol...

Sieteleches es, como habrás adivinado, un perro mestizo, con todo el cuerpo blanco, menos las orejas, que son marrones, y varias grandes manchas negras en el lomo... Casi nunca ladra... Es amistoso con los demás perros y con los niños, pero le tiene bastante manía a los niñatos de la calle que se cuelan en el jardín...

Y Celestino es un hombre anciano, con los ochenta ampliamente superados, el pelo escaso y muy blanco, un solo ojo brillante y azúl (el otro lo tiene tapado por un parche), su Txapela negra, su gabardina, y su bastón de empuñadura de plata con forma de cabeza de bull-dog... Casi siempre viste con una de esas rebecas de abuelo en tonos de marrones, pantalones de lana marrones (con cinturón negro), camisa blanca, calcetines y zapatos negros lustrados... Debe tener un inacabable surtido de pantalones idénticos, porque siempre va limpio, y huele a Álvarez Gómez...


Todas las tardes, tengo un poco de miedo de que llegue la última parte del ritual, pues es cuando "Sieteleches", obediente, hace sus necesidades sobre la arena, cerca del banco, y Celestino tiene que agacharse, trabajosamente, para recogerlo... En una de aquellas recogidas, Celestino pierde el equilibrio, y se cae de bruces sobre la arena... El parque está vacío, y como sé que a esa hora no suele venir nadie, me falta tiempo para coger las llaves de casa, salir dando un portazo (que seguramente habrá despertado a "Chiqui", nuestro gatazo comprensivo), y correr los cien metros lisos, hasta que llego al pie del banco. El anciano está gimiendo suavemente, pero no tiene más que pequeños cortes superficiales en la frente, y un morado en la mejilla derecha... Le ayudo a incorporarse despacio, y consigo sentarlo en el banco... No pesa casi nada... "¿Está bien? ¿Se encuentra usted bien?", le pregunto, sintiéndome un poco tonto por decirle eso a una persona acaba de besar el suelo en plan Papa... pero fallando en el aterrizaje... "Tranquilo, hijo, que estoy bien...", es lo único que me dice, cuando por fin está sentado.. Sin embargo, muy bien no debe de estar, cuando le está saliendo un hilillo de sangre de la nariz... "No se preocupe, que voy a buscar ayuda..", le digo, segundos antes de salir otra vez corriendo del jardín, y entrar en la farmacia... "Necesito ayuda en el jardín... Un señor se ha caído, y está sangrando..." Rosario, la boticaria, coge su botiquín de primeros auxilios y, tras dejar a Mónica, la auxiliar, al mando, me sigue rápidamente...
"Buenas tardes señor. ¿Qué tal está?", le pregunta, mientras le restaña la sangre con un par de gasas mojadas en agua oxigenada... "Bien, bien, vamos tirando, he tenido un percance, pero este chico tan amable me está ayudando..." Chico... hace más de 25 años que me llamaron así por última vez... pero me gusta... A través de una serie de preguntas, nos enteramos de que se llama Celestino, tiene 89 años, fue militar de carrera (jubilado con el grado de teniente)... y de que su perro, un mestizo vivaracho, se llama "Sieteleches... porque es una mezcla de muchas razas, incluyendo una parte de Husky en los ojos... Menuda juerga que tuvieron sus progenitores..." Del examen preliminar, Rosario deduce que él se encuentra bien, "sano y alimentado... y con las facultades mentales perfectas... No precisa más atención por el momento, y no hay lesiones de gravedad..." Por lo tanto, todo queda en un susto... y en el comienzo de una amistad...
Al tener las tardes libres, decido descansar un rato, tomar el fresco, y pasarlo hablando con Celestino... y jugando con "Sieteleches"... Y durante aquellos momentos robados al presente continuo, "porque los viejos ya no tenemos pasado ni futuro... un día estás... y otro no...", va surgiendo una complicidad... Él me recuerda a mi abuelo, fallecido en el 2000, y yo le recuerdo a su hijo, que vive en Donosti, y se pasa un par de veces al año por Madrid... "porque no tenemos una relación demasiado cordial..." Durante seis meses, todas las tardes hablamos una hora, aprovechando el buen tiempo al principio, y cuando comienzan las lluvias, trasladamos la tertulia a mi casa... aunque eso no deja de representar cierta complejidad, por "Sieteleches"... y nuestro gatazo negro y vacilón, "Chiqui"...
Los primeros encuentros entre las dos mascotas son algo complicados... y como perro y gato, se persiguen por media casa, saltando encima de la mesa del comedor, y con toda una sinfonía de maullidos, bufidos y ladridos... que termina en cinco minutos, cuando se desvanece el periodo de actividad de "Chiqui"... A partir del cuarto encuentro, cada uno de ellos se queda tumbado a los pies de su mascota humana... pero sin dejar de vigilarse mutuamente...
Pasamos casi todo el tiempo hablando, en ocasiones me pide que le lea algún artículo del periódico, "porque mi vista ya no es como antes...", y me da la impresión de estar interactuando con un viejo amigo... Escucho atentamente sus historias, su participación en la Guerra Civil en el bando nacional, su matrimonio "con una extremeña de muy buen ver...", del que nacieron dos hijos, uno de ellos murió en la estación de Atocha el 11-M, sus aficiones ("pasear, dormir, escuchar la radio, hacer crucigramas... y cuando puedo, leer un ratico...") y otras muchas cosas... Resulta que somos casi vecinos, porque él vive en la escalera 3, Bajo-A, aunque su casa es mucho más pequeña que la mía... Unas veces en el jardín, otras en el salón o en mi cocina, convertimos nuestras charlas en tradición... Pero todo terminó el 12 de octubre...
Aquella tarde, estuve fuera de casa, y pensé que Celestino ya habría dado el paseo con "Sieteleches"... Pero el miércoles 13, solo acude a la cita el perro... Parece muy nervioso, algo alterado... Y dedica casi dos horas en hacer viajes entre el jardín y su casa (o al menos, eso supongo...), llevando toda una serie de objetos en la boca... El día 14, no viene ninguno de los dos y, preocupado, le pido a nuestro portero, Ángel, que me acompañe a casa de Celestino... Y lo que nos encontramos en el pequeño salón, al abrir la puerta, creo que es algo que difícilmente podré olvidar en muchos años...
Celestino está sentado en su sillón de orejas, con la boina puesta, el parche sobre el ojo, y las manos en el regazo... Tiene las piernas tapadas por una manta a cuadros escocesa, y sus zapatillas de felpa... Lleva muerto como poco dos días, y el óbito se produjo, según la autopsia, por causa natural... Siempre impresiona la primera vez que te encuentras con un cadáver, pero si es el de una persona a la que estimas, es mucho peor, aunque no sea un familiar directo... De todas formas, lo que nos dejó a Ángel y a mí con la boca abierta era la multitud de objetos que estaban a sus pies: un puñado de hojas del jardín, otro de hierba, una ardilla muerta, un topillo muerto, un bocado de tierra, el bastón de paseo, los zapatos especiales, una botella de agua, otra manta escocesa, un plato con algo de pan y queso, el periódico y las gafas de lectura... y, entre todas aquellas ofrendas, "Sieteleches"... Creo que el perruno compañero le había llevado a su amo todas aquellas cosas que le gustaban, intentando que reaccionase, que volviera incluso de la muerte, que no le dejase solo... pero sin conseguirlo...
Tuvimos que avisar a la Policía, vino una patrulla... con el forense... Cuando su casa se llenó de gente, "Sieteleches" empezó a gemir de forma lastimera, y fue muy difícil separarte de Celestino... Dos días después, llegó el hijo, y organizó la incineración... Estábamos los cinco: el cura, el técnico de la funeraria, el hijo (llamado Francisco), "Sieteleches" y yo... El hijo recogió las cenizas, y nunca más volví a verle... "Sieteleches" se quedó con nosotros, aunque tuve que dormir varias semanas en el cuarto de invitados, porque mi mujer se pilló un cabreo monumental...


Las cunas están la una junto a la otra, y perro y gato pasan casi todo el día hablando de sus cosas, tramando maldades, y el único conflicto surge cuando deciden a quién le toca que le pase la carda antes... Y otro cambio apreciable es que en el despacho tengo dos sillas de invitados, en las que se sientan "Chiqui" y "Sieteleches"...

Y ahora, son dos las cabezas que se alzan, y dos ronquidos los que se interrumpen, cada vez que dejo de escribir... Todas las tardes, al filo de las seis y media, voy al jardín, me siento en el banco de Celestino, y dejo que "Sieteleches" efectúe su inspección... y de vez en cuando, me parece que Celestino está aquí, a mi lado, disfrutando del último sol...