
Al ver de nuevo aquellas viejas hileras de pupitres, tatuados por el paso del tiempo...Y recordar el sonido de las recias telas de después de la Guerra Civil contra los bancos, al menor movimiento... Cuando pasa de nuevo la mano por la superficie de la vieja pizarra... El viejo profesor, con sus alpargatas de esparto, su cachimba colgando de la comisura de los labios, su mono de trabajo y su gorra azul, no puede evitar que una tierna sonrisa ilumine su recia cara... Cara de alguien que ama el campo, la vida al aire libre, sentir día tras día y año tras año las caricias del sol, de la lluvia, del viento...
Lentamente, con esa parsimonia que otorgan tal vez los muchos años de vida, se desplaza hasta su vieja mesa, con el cajón ligeramente descolgado en el costado izquierdo, algunos chicles pegados por los alumnos, y su silla, que en cierto modo tanto ha echado de menos... Él no era un profesor "como los de antes", es decir, no le gustaba quedarse sentado, hierático cual gárgola, detrás de la mesa, que muchas veces parecía actuar como barricada entre dos mundos: el de la ciencia, y el real (el de sus alumnos). Por eso, sus explicaciones sobre Historia de la Literatura, o directamente sobre Historia, las impartía siempre de pié, en un costado del estrado, y antes de empezar cada sesión, dedicaba casi diez minutos a escribir en el pizarrón el esquema fundamental de lo que iba a contar... Y disfrutaba, paseando entre los pupitres, respondiendo a ciertas preguntas, y silenciando otras, para evitarse complicaciones con el Régimen y sus representantes, inspectores y soplones de toda laya...
Curiosamente, los alumnos parecían apreciar su forma de transmitir conocimientos, de la manera en que se desplazaba por la clase y, al menos en su asignatura, guardaban un respetuoso silencio... Roto, de vez en cuando, por algunas preguntas más o menos pertinentes, y tal vez alguna risa... Es cierto que, en ocasiones, se podía formar algún pequeño alboroto, pues incluso hasta aquella pequeña ciudad de la provincia de Soria llegaban los ecos de algunas manifestaciones obreras en la capital, sobre todo en los primeros años de la Dictadura franquista, con la maldita "caza de rojos"... Y que en un par de ocasiones tuvo que rendir cuentas ante el Inspector Educativo, por los métodos que empleaba, pero por otra parte consiguió evitarlos sin demasiados problemas, pues los resultados de sus alumnos eran excepcionales...
Tal vez, el secreto, o uno de los secretos, fuera que él los trataba como a seres humanos, dotados de inteligencia, capaces de pensar y de descubrir verdades por sí mismos, aunque en algunos momentos necesitasen de un poquito de orientación... Su único truco era, por lo tanto, el respeto, y mucha paciencia... Entre sus alumnos, había de todo: hijos de rojos, de republicanos, de comunistas, en definitiva, de los perdedores de la Guerra, que se distinguían de los demás por el cuidado que ponían en manejar y utilizar sus materiales, que eran muy escasos; y también había otro grupito, de vencedores, con sus batas en perfectas condiciones, sus inmaculados cuadernos, lápices y bolígrafos, sus libros nuevos, y el desprecio con que miraban al resto de alumnos, la "plebe", la "morralla"...
Ahora, mientras pasea su cansada vista por los distintos bancos de "su" aula, que se han conservado en buenas condiciones durante todos aquellos años, casi le parece que, lentamente, los bancos se van poblado con algunos de sus antiguos habitantes, los del curso 1959-1960, con quienes llegó a establecer una relación muy especial... Allí están de nuevo, Luisín, Fernandito, Rómulo, Remo, Aristóteles, Ambrosio, Ricardo, Braulio, Fausto, David, el otro David, Rogelio, Odoacro, Gerardo... Con sus batas, sus cabezas rapadas al cero, sus miradas anhelantes, mientras esperan, en aquella mañana de viernes, a que él les cuente una historia, o un cuento pues... ¿Acaso existe una mejor manera de dar una clase de Historia de España, que con un buen cuento?
Y por eso, frente a "su" clase, que ha sido convertida en la pieza central de la exposición "La evolución de la enseñanza en España desde los años cuarenta"... Donde una vez más se sentaban "sus" alumnos... El viejo maestro, a quien el fondo bien poco le importa el paso del tiempo (pues es una de las mayores ventajas de estar muerto), igual que buena parte de sus alumnos, no puede resistir la tentación de, dando una palmada, comenzar su pequeño discurso...
"Queridos niños: hoy hablaremos de los mitos de la Roma clásica; de dos hermanos que, amamantados por una loba, cambiaron la historia del mundo..." Y allí están casi todos ellos, pendientes de sus palabras, pequeña reunión de fantasmas con ansias de aprender en el corazón de Madrid... de recordar viejas historias, y sensaciones, de volver a ser niños otra vez...
Pero claro, esto es otra historia... De esas que cuenta el viejo maestro...
Tal vez, el secreto, o uno de los secretos, fuera que él los trataba como a seres humanos, dotados de inteligencia, capaces de pensar y de descubrir verdades por sí mismos, aunque en algunos momentos necesitasen de un poquito de orientación... Su único truco era, por lo tanto, el respeto, y mucha paciencia... Entre sus alumnos, había de todo: hijos de rojos, de republicanos, de comunistas, en definitiva, de los perdedores de la Guerra, que se distinguían de los demás por el cuidado que ponían en manejar y utilizar sus materiales, que eran muy escasos; y también había otro grupito, de vencedores, con sus batas en perfectas condiciones, sus inmaculados cuadernos, lápices y bolígrafos, sus libros nuevos, y el desprecio con que miraban al resto de alumnos, la "plebe", la "morralla"...
Ahora, mientras pasea su cansada vista por los distintos bancos de "su" aula, que se han conservado en buenas condiciones durante todos aquellos años, casi le parece que, lentamente, los bancos se van poblado con algunos de sus antiguos habitantes, los del curso 1959-1960, con quienes llegó a establecer una relación muy especial... Allí están de nuevo, Luisín, Fernandito, Rómulo, Remo, Aristóteles, Ambrosio, Ricardo, Braulio, Fausto, David, el otro David, Rogelio, Odoacro, Gerardo... Con sus batas, sus cabezas rapadas al cero, sus miradas anhelantes, mientras esperan, en aquella mañana de viernes, a que él les cuente una historia, o un cuento pues... ¿Acaso existe una mejor manera de dar una clase de Historia de España, que con un buen cuento?
Y por eso, frente a "su" clase, que ha sido convertida en la pieza central de la exposición "La evolución de la enseñanza en España desde los años cuarenta"... Donde una vez más se sentaban "sus" alumnos... El viejo maestro, a quien el fondo bien poco le importa el paso del tiempo (pues es una de las mayores ventajas de estar muerto), igual que buena parte de sus alumnos, no puede resistir la tentación de, dando una palmada, comenzar su pequeño discurso...
"Queridos niños: hoy hablaremos de los mitos de la Roma clásica; de dos hermanos que, amamantados por una loba, cambiaron la historia del mundo..." Y allí están casi todos ellos, pendientes de sus palabras, pequeña reunión de fantasmas con ansias de aprender en el corazón de Madrid... de recordar viejas historias, y sensaciones, de volver a ser niños otra vez...
Pero claro, esto es otra historia... De esas que cuenta el viejo maestro...
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