viernes, 9 de septiembre de 2011

LA VENTANA MÁGICA

Una buena amiga (y gran escritora, aunque ella se empeñe en decir lo contrario) me retó, hace unos días, a escribir un relato alegre... Quizás hoy no sea el mejor de los momentos... pero acepto el reto... y os cuento lo que está pasando, en este momento, mientras me fijo en la esquina derecha de la pantalla... Frank Sinatra suena, muy bajito, lo justo para enmascarar los ruidos de la calle, y del jardín de la comunidad... Sí, a pesar de todos mis buenos propósitos, estoy algo triste...

Esa impresión de que alguien está contigo, alguien que te quiso con locura, y de repente, lo sabes. Una débil ráfaga de colonia, de la marca "Àlvarez Gòmez", te aclara de quién se trata... ¡Como si a estas alturas fuera necesaria otra pista! Y quieres pronunciar esa palabra, lo deseas con toda tu alma, con todo tu corazón, para que él sea la primera persona en escucharte pronunciarla... Pero notas que no puedes hablar, que no sabes hablar, porque eres demasiado pequeño... Tú, a los cuarenta años, y te sientes como un niño pequeño...

Porque eres un niño pequeño... Estoy con los ojos cerrados, y son tantos los sonidos, y los olores, que te asaltan, que no sabes muy bien a cual de ellos dar prioridad... Sus pasos, con esos zapatones que te parecen inmensos desde tus ojos de niño, suenan con fuerza en el pasillo, con el suelo de parqué,no falta ni siquiera el leve crujido de la madera... Pero te quedas con dos cosas, que te tranquilizan... Su corazón, tan cerca de tus oídos: tengo la cabeza recostada en su pecho, lo bastante inclinada para verle la cara sin dificultad... "PU-PUM.. PU-PUM..." Ni puedo, ni quiero, escuchar otra cosa, porque al escucharlo, me siento vivo, y seguro, entre sus brazos...

Y su voz, tan querida, con la paciencia de mil mundos, para estar dispuesto a pasearme, en brazos, por el pasillo, mientras inventa sobre la marcha pequeños cuentecitos con el número tres... Lo de menos es el cuento, es la forma en que pronuncia la palabra, "tres"... y no son adaptaciones, qué va... Recuerdo el de "Las tres locomoras", que habían quedado en verse en un punto de la red, cerca de Valencia... o el de "Los tres hermanitos", que salen a buscar comida para su madre enferma... El de "Los tres globos de colores" no me gustó... odio los finales tristes... Me pasaba toda la tarde esperando que él volviera de la Diputación, y me rebullía en el parquecito, o en la cuna...

Yo no necesitaba nada más para ser feliz: su voz, su abrazo, su colonia... Y de vez en cuando, por no decir casi siempre, música clásica: aquella era la colaboración de mi padre al universo de mis primerísimos años... Escuchando a Mozart, a Brahms, Beethoven, Albinoni, aunque siempre tuve al "Va pensiero" como favorito... La consulta de mi padre era medianera con mi dormitorio, y cuando él apagaba la música, yo protestaba... enérgicamente...

Aquellos son algunos de mis recuerdos más antiguos, y más hermosos... Por eso, ahora me duele tanto que se vaya cerrando la ventana mágica, en la esquina derecha del ordenador, y la imagen se haga tan pequeña que ya me cueste distinguir a las dos figuras, que suben y bajan por el larguísimo pasillo... Añoro aquella seguridad, aquellos días, porque nunca en toda la vida creo haberme sentido más seguro... que en los brazos de mi abuelo...

Hoy se cumplen once años de su muerte... Y mi querida amiga me dirá "¿Pero no me habías prometido una historia alegre?¡Si esto es un drama!"... Y no tendré más remedio que llevarle la contraria... Porque no hay historia más hermosa que la de un nieto, en brazos de su abuelo... y de un amor tan paciente e incondicional...

Ahora, os dejo, pues voy a intentar abrir de nuevo la ventana mágica, y regresar con él, aunque sea unos minutos...

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