Una de esas cálidas mañanas de verano, en las que no hay casi nadie en el Zoo de Madrid, y antes de que abrieran las puertas a los visitantes, los animales, prisioneros de guerra de un conflicto nunca oficialmente declarado, pensaron que ya había llegado la hora del cambio... Que ya estaban hartos de permitir que los hombres, esos "animales racionales", no hicieran más que hablar del cambio climático, del medio ambiente, y de las políticas de conservación de la naturaleza, que siempre se quedaban en buenas palabras... Pues, aunque "ellos" pensasen que los animales eran estúpidos, o que no les entendían cuando hablaban en su presencia, era más bien al revés... Pues todos los animales del parque eran capaces de entender perfectamente a los humanos, y no solo eso, sino que habían desarrollado un nuevo lenguaje, el "animalanto", que les permitía entenderse a la perfección, desde la primera ardilla hasta el último pingüino...
Por eso, aunque solamente para los humanos, aquella mañana, un aparente barullo ensordecedor se propagó desde la primera hasta la última celda, incluso las arañas, los reptiles, y todos aquellos animales que por una u otra razón estaban aislados, tuvieron la ocasión de responder a tres importantes preguntas: "1. ¿Os parece bien lo que está haciendo el hombre con el planeta? 2. ¿Os preocupa el cambio climático? 3. ¿Podemos mejorarlo?" La mayor parte del trabajo, al menos la más complicada, la realizaron los babuinos, elaborando unos detallados listados con cada animal, su nombre y su ubicación, rascando la arena del suelo. Los animales que estaban más cerca, o los de voz portentosa como el elefante, votaban directamente. Los gorriones, las palomas y otros pequeños pájaros, hicieron de expertos mensajeros... Y los resultados no extrañaron a nadie: más del 80 % del censo votaba "NO" a la primera pregunta; un 90% "NO" a la segunda; y un 95% "NO" a la tercera...
Con la llegada del primer visitante, y constituidos en pequeños gabinetes de crisis, como si fuera una Asamblea de las Naciones Unidas, versión zoológico, los animales empezaron a trabajar... Y siguieron trabajando al día siguiente... Y se prolongaron durante varias semanas, pues era necesario que cada grupo se centrase en elaborar propuestas concretas para el ámbito de su competencia, o más bien por su elemento: todo el mundo saque que los animales de tierra firme tienen una visión del mundo muy concreta (bolsas de basura, residuos tóxicos, sobre-explotación de los terrenos, agricultura intensiva...); mientras que los pájaros tienen más perspectiva al sobrevolar amplias extensiones, pero también tienen sus propios problemas (poco alimento, persecución indiscriminada, los dichosos molinos de viento, la polución de las ciudades...); y los que se desenvuelven el ríos, lagos y mares también deben superar complejísimos retos (aguas envenenadas, contaminación como los archipiélagos de bolsas y plásticos, vertidos industriales, disminución del alimento...)... No participaron, es cierto, ni los animales de compañía (salvo una pequeña colonia de gatos callejeros), ni aquellos que los hombres destinaban a su alimento...
Durante dos largos meses, los delegados de cada elemento, reunidos en comités de crisis casi todas las noches, se dedicaron a unificar todas las propuestas, todas las recomendaciones, y todas las recriminaciones de los animales al "animal humano", bajo la forma de un Manifiesto, que los mandriles grabaron, con letra clara y en perfecto castellano, en las paredes de su habitáculo, tarea que fue repetida por distintos simios. Era un decálogo, que posteriormente escribió el diminuto mono araña en la oficina de contabilidad del parque zoológico, que fue fotocopiado hasta la saciedad, y distribuido en mano a los atónitos visitantes en aquél tercer domingo del mes de agosto. Este era su texto:
"De todos los animales del Parque Zoológico de Madrid, para el animal humano:
1º. No eres el peldaño más elevado de la pirámide evolutiva, por encima de tí están los gusanos que comerán tu cadáver.
2º. No eres el amo de la Tierra, ella es la Gran Madre que te soporta, y te sostiene... mas no para siempre.
3º. No tienes derecho a arrasarlo todo, a esquilmar los bosques, a construir tus autopistas y carreteras que laceran la Tierra.
4º. Los recursos del planeta son limitados, tu codicia y estupidez no lo son.
5º. Si contaminas el agua con tus toxinas, tus vertidos, y tus porquerías, envenenarás (más aún) los mares, y te quedarás sin alimento.
6º. Si envenenas el aire, dañas la atmósfera, y vas de cabeza a la extinción... Lo que tal vez no sea una mala idea...
7º. Si no respetas la tierra, la contaminas, la vuelves estéril, terminarás comiendo las rocas y la arena del desierto.
8º. Todo aquello que le hagas al planeta Tierra, más pronto o más tarde, se te devolverá con creces: esterilidad, problemas pulmonares, enfermedades extrañas, cáncer...
9º. Por muy poderoso que te creas, por muchas armas que tengas, por mucho que nos extermines, nos confines, nos explotes... hasta el más pequeño de los virus puede matarte...
10º. Eres un invitado, no muy deseado, en este planeta... Y si lo destruyes, te quedarás sin nada... Recuerda que, en el fondo, no eres más que otro animal..."
Este Manifiesto, que fue elaborado en el Zoo de Madrid, y que también se difundió a los restantes zoos de España, fue presentado en sociedad por una delegación de pingüinos, quienes entregaron una de las primeras copias al representante de los ecologistas. Pues, a pesar de todo el sentido común que en el fondo emanaba de sus consideraciones, los animales seguían careciendo del don de la palabra, y necesitaban por lo tanto de un portavoz.
Dos meses después, a primeros de octubre, y con la colaboración necesaria de los portavoces de grupos conservacionistas, ecologistas, y en general, de todas aquellas personas que se preocupan por el mantenimiento del equilibrio de la vida en la Tierra, se remitió a la Comunidad Europea un documento de capital importancia, que fue debatido apasionadamente, hasta el punto de que tan solo un puñado de votos marcaría la diferencia...
Pero esa es otra historia...