domingo, 18 de septiembre de 2011

EL VIEJO TROVADOR

El viejo trovador está cansado, y triste, un día gris de invierno, cuando el milagro de la Primavera parece casi un imposible... Pero sabe que hoy tiene que hacerlo, no puede aplazar más tiempo aquella llamada a un joven escritor, amigo suyo, que hace un mes y pico le mandó una carta, un mensaje, y un libro... Casi sin quererlo, sonríe al recordar las palabras escritas con tinta turquesa... "Querido Quique: aquí tienes mi primer libro, que cuenta historias de amor... Creo que gracias a ti, soy mejor persona... Cordiales maullidos desde Madrid..."

Un rincón de Bárcena Mayor
En la carta, la primera en muchos meses de silencio porque a veces, no hace falta escribir para acordarse de alguien, el joven escritor le pone al día sobre las cosas que ha ido consiguiendo, y perdiendo, desde la última vez que hablaron... Si bien lo que también le hace sonreír es el recuerdo de cómo se conocieron, durante una semana de campamento en el pueblo de Bárcena Mayor... Era el año 1983, "el año mágico", y si en algo destacaba el joven escritor (por aquél entonces, un niño) era en sus inmensos ojos marrones, la atención que ponía en tantas cosas nuevas, y sus ganas por aprender... Se hizo amigo, durante aquella estancia, de su hijo... Pero sobre todo, de él, convirtiéndose en una especie de hermano mayor o de figura paterna cariñosa, de la que tan necesitado estaba...

Comenzaron las cartas, al principio más frecuentes, luego dilatándose en el tiempo... Pero a través de ríos de tinta, de algunas postales, mantuvieron el contacto... Aunque la mejor sorpresa que pudo darle fue cuando viajó a Madrid y le llamó a su casa, una tarde de primavera, y quedaron para merendar... Los dos habían cambiado mucho, pero no los recuerdos, algunos de ellos fijados en el tiempo en una serie de fotos viradas en sepia... Decenas de recuerdos, de momentos, regresaron a su memoria...

Es cierto, el adolescente repitió aquél viaje iniciático, en tren hasta Santander, y luego, caminando de Cabezón de la Sal a Bárcena mayor, en solitario y con un mapa del ejército... Y le mandaba postales de vez en cuando... Incluso le dio la sorpresa de presentarse en Santander con su esposa, y con el gato, para compartir una ración de "rabas" en "El Gelín"... y comer juntos en un restaurante de pescadores en la periferia, de frente al mar...

Han seguido pasando los años, casi treinta, y la amistad permanece... Quizás por eso hoy se ha decidido a llamarle, para ver qué tal estaba, agradecerle sus palabras amables, el libro... O para sentir que no todo en la vida lo puede manipular la tristeza, ni la soledad... Por eso, le deja un mensaje en el móvil, la mejor crítica que ha recibido su libro hasta la fecha... Y tampoco le extraña cuando, al filo de las seis de la tarde, suena el móvil, y reconoce su número, y su voz...

Es una llamada corta, es cierto, porque a veces las cosas buenas, y las malas, se dicen pronto, pero le hace sentir mejor... Le hace pensar, quizás, que si esta amistad, nacida de una convivencia de una semana, ha perdurado tanto en el tiempo... que si este joven escritor, cuyo libro le ha gustado tanto, sigue considerándose en deuda con él... quizás no todos los aspectos de su vida sean ahora tan grises, como las brumas de la depresión se los transmiten...

Fíjate, de repente, le hormiguean un poco las manos... y tiene ganas de retomar, aunque sea unos minutos, los pinceles... y crear de nuevo otros mundos... con la esquiva magia de la infancia... cuando todo era más sencillo...

Y el joven escritor, preocupado aunque reconfortado por la llamada, se imagina al viejo trovador un poquito más animado... Y escribe, tal vez esperando que la magia de las palabras haga que su amigo, monitor, mentor y mil cosas más, se sienta un poco mejor...


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