miércoles, 21 de septiembre de 2011

EL VIEJO LOBO FEROZ

La puerta se abre hacia la fría noche de noviembre, y por ella entra una impresionante silueta, de gran cabeza, enormes dientes, recia pelambrera cubierta escasamente por un viejo pantalón vaquero de peto y un pañuelo rojo atado al cuello... Su pelo, que lo cubre por entero quitando los ojos, la nariz y las almohadillas de las patas, está empapado por la lluvia, y una especie de neblina parece envolverlo... Se desplaza lentamente entre los parroquianos, relamiéndose, y por un momento temo que esté muerto de hambre... Pero no es comida lo que busca, sino bebida... y olvido... Nadie parece hacerle mucho caso, mientras pulula entre los bebedores... El tabernero le pone una pequeña copa de ginebra, que el viejo lobo apura con ansia, y le dice, firmemente: "Ya sabes las reglas, viejo lobo... La casa siempre te invita a la primera copa, las otras, tienes que pagarlas..." No creo que lleve mucho dinero en los bolsillos, cuando les da la vuelta, encontrando tan solo un par de pelusas y un corcho de botella...
Intrigado por su comportamiento y el de los parroquianos, como si todo fuera historia antigua, le hago señas, para que se acerque a mi banco... Y cuando está llegando, comenta: "Mi pena es muy grande...", enseñando el costurón que recorre parte de su enorme abdomen... Como viajero recién llegado a la Selva Negra, estoy ávido de historias, de leyendas, que me puedan ser útiles para aclimatarme rápidamente, y me permitan también establecer unas buenas relaciones comerciales con los demás habitantes... Por eso, y tal vez porque no se me ocurre nada mejor que hacer en aquella noche de noviembre, con la lluvia y el viento repicando contra los mal ajustados cristales, le hago una seña al curioso personaje, para que se siente a mi lado en el banco junto al fuego... Cuando lo hace, compruebo que es mucho más pesado de lo que yo pensaba, a pesar de su aparente debilidad, ya que el banco se levanta un par de palmos del suelo, hasta que él se acomoda...

Como aparentemente tiene la garganta seca, le pido al tabernero que traiga una botella de ginebra, y dos vasos, y que los deje sobre el barril que nos sirve de improvisada mesa junto al fuego... El lobo, que además de sediento parece estar helado, tiende sus zarpas hacia el fuego, y parece gruñir por lo bajo de satisfacción al notar el calor... Una vez caliente, me sirve un vaso de ginebra, mientras que él se apodera con ansia de la botella y, sin olvidar las normas de la urbanidad, se sirve uno tras otro, creo que fueron cuatro en total, antes de quedarse aparentemente dormido... Ya pensaba que no me había servido de nada el convite, cuando de repente, aquél vozarrón cascado empieza a contar una historia de amor, celos y traiciones...

"Mi pena es muy grande... porque yo amaba a Caperucita, señor... Desde siempre... Desde el primero de aquellos largos viajes hasta la casa de su abuelita, atravesando lo más oscuro del bosque, para llevarle un tarro de miel, una cántara de leche, y un atadillo de galletas caseras... Era una visión celestial, con sus trenzas castañas, sus inmensos ojos azules, y su piel, tan blanca... Es cierto, eramos muy distintos, entre otras cosas, ella era humana, y yo un lobo... pero aquél fue uno de esos amores locos, que nos dan o nos quitan la vida...

Me preocupaba mucho su salud, y sobre todo, su seguridad, porque el bosque no era un lugar recomendable en aquellos tiempos... y ella era tan pequeña... Muchas veces, la acompañé entre las sombras, disuadiendo, con mi apariencia y mi reputación de asesino, que conseguía mantener alejados a todos aquellos seres que se acercaban a ella con malas intenciones, incluyendo a un par de trolls, varios hobbits, y los peligrosísimos siete enamitos (seis después de aquella mañana de marzo), que estaban buscando un recambio para su agotado juguete sexual (Blancanieves), además de las habituales alimañas del bosque... Pasaron los meses, y ella seguía adelante en su caminar, y la abuela persistía en su enfermedad, aunque yo creo que en el fondo lo que deseaba era llamar la atención de su nieta, mientras yo me encargaba de su seguridad... sin dejarme ver...

Hasta que ella me descubrió, una mañana del mes de marzo, agazapado detrás de un arbusto de endrinas... "Sal... seas quien seas... Sal, y no tengas miedo, que no te voy a comer..." Me hizo mucha gracia, que ella, que abultaba la tercera parte que yo, me dijera que no debía tener miedo... Por eso, me fui levantando muy despacio, sin hacer gestos bruscos que pudieran inquietarla, hasta erguirme por completo sobre las patas de atrás (hace mucho tiempo que los lobos caminamos como los hombres... muchas veces con botas de pesca, para no dejar huellas...). Pero ella, mi amada, mi dulce Caperucita Roja, con su corto vestidito rojo, sus botas rojas, la blusa blanca y su capota roja, no se asusta, sino que tiende la mano hacia mi frondosa cola, y la acaricia suavemente, mientras me dice: "Eres realmente hermoso, lobo feroz..." Yo noté que una especie de corriente eléctrica me recorría, por el tacto de su mano sobre mi piel... "Acompáñame si quieres hasta la casa de mi abuelita... pero esta vez no hace falta que te escondas..."

Aquél fue el primero de nuestros paseos por el bosque... Y de alguna manera, estar con ella se convirtió en el único objetivo de mi existencia... Durante el resto de la semana, yo me ocupaba de mis tareas habituales. pescar en el río, cazar algún conejo, correr contra el hombre lobo en las noches de luna llena (a veces, me costaba alcanzarle, y otras le dejaba ganar, para obviar su mal carácter...), y, por supuesto, jugar al póker con las otras criaturas mágicas en la taberna, sin meterme con nadie... Pero los días que tocaba el paseo con Caperucita y la partida de mus con la abuelita, que me había terminado aceptando una vez superado el sobresalto inicial, puesto que en mis grandes ojos leía que jamás le haría daño a mi Caperucita Roja (que en verdad se llamaba Elisabetta)... bueno, aquellos días, tocaba paseo con Caperucita, y antes me limpiaba los dientes con agua y cenizas, me lavaba completamente en la poza usando jabón ecológico, y me ponía mi mejor ropa, incluyendo en ocasiones mi hermoso monóculo... Era agradable, estar con ellas, pero sobre todo, con Caperucita...

Caminar a su lado, de la mano... llevarla sobre mi lomo durante algunas de nuestras locas carreras por el bosque... oler su perfume levemente almizclado... Algunas veces estaba tan tremendamente excitado, que tenía que esconderme entre unos arbustos, para aliviarme con un rápido meneo, y no presentarme ante sus ojos con una erección... La primera vez que me siguió dentro de los arbustos, y me rozó con su mano.... fue algo muy intenso... El sexo no la asustaba, más bien al contrario, tenía ya alguna experiencia previa con el cazador y el molinero... y los lobos estamos muy bien dotados, y sabemos cómo satisfacer a una mujer... Fueron varios años de lujuria, de refugiarnos en nuestro lugar secreto en el corazón del bosque, cada tarde después de la visita a la abuelita, de recorrer nuestros cuerpos con los ojos, las manos, la lengua... y alcanzar el orgasmo simultáneamente...

Pero la abuelita murió en mitad de la partida... la enterramos bajo un olmo, detrás de la casa... Y Caperucita se quedó sola en el mundo, puesto que era huérfana, y vivía con la panadera... Tuvimos que mentir, que falsificar las pruebas y la firma de la abuelita, para cobrar la pensión y pagar el alojamiento a su casera... En las raras ocasiones en las que un inspector de Hacienda se personaba en la puerta de la cabaña, Caperucita le daba una galletita alucinógena, y yo me metía en la cama, con el camisón, el gorro y las gafas de la abuelita, e interpretaba mi papel... "Qué grandes tienes los ojos, abuelita...", me decía el imbécil del inspector... "Son para verte mejor, querido inspector...", le respondía yo... Y no habríamos sido descubiertos, y nos habríamos podido seguir amando en la cabaña del bosque, si no hubiera sido por el cazador...

El cazador siempre ha sido mala gente, dicen que había participado en monterías con un tal Franco, y llevaba un tiempo acechando a Caperucita, siguiéndola de vez en cuando en sus desplazamientos por la floresta... Y aquella maldita tarde de junio, entró en la casa dando una fuerte patada en la puerta, y con la escopeta en ristre... Nos pilló, amándonos... De un culatazo en las costillas, derribó a Caperucita, sin darle opción a explicarse (como si hiciera falta)... Estaba celoso, porque yo la había estado satisfaciendo como mujer, algo que él, con su ridícula colita de humano, jamás podría conseguir... Me pilló desprevenido, y me dejó inconsciente de un golpe en la sien, mientras yo intentaba despertar a Caperucita, o protegerla de mayores daños...

Recuperé la conciencia entre fuertes dolores, con las primeras luces del alba... El suelo, a mi alrededor, estaba lleno de sangre seca, y notaba fuego en las ingles... A mi lado se encontraba una figura, una chica menuda, de mirada ojerosa, y profundos ojos negros... ¡Era Blancanieves! ¿Qué hacía aquí, conmigo, a estas horas, tan lejos de sus cuatro enanitos (un segundo que maté yo, y el tercero, el hombre lobo)? Quizás intuyendo mi pregunta, ella comenzó a hablar... "No hay nada que hacer... Ella ya no está aquí, Lobo Feroz: el Cazador se la ha vendido a los Cuatro Enanitos, con la condición de que se la llevasen muy lejos de aquí, a las Tierras de Mordor... Y respecto a lo tuyo.. bueno, te he cosido lo mejor posible... pero no he podido hacer nada con tus testículos... ni con tu corazón..."

Y desde entonces, desde aquella fatídica mañana del mes de junio, no solamente me he convertido en medio lobo, incapaz incluso de satisfacer a las gallinas por métodos tradicionales... sino que jamás he vuelto a sentir nada, ni amor, ni odio, por otra criatura... Por si fuera poco, en un último acto de vileza sin par, cuando todavía llevaba en el talego las diez piedras preciosas que le pagaron por Caperucita... el maldito cazador se fue a contar la historia a su manera a dos hermanos escritores, que buscaban relatos para sus cuentos populares... Grimm, creo que se apellidaban... Sin mi amor, sin corazón, sin testículos, convertido en el asesino de la Abuelita, en el acechador y maltratador de Caperucita, con el Cazador como héroe absoluto... ¿Todavía te extrañas, extranjero, de que mi pena sea muy grande... y de que intente ahogar mi insondable dolor en ginebra?"

Con otros cuatro vasitos que se bebió durante la narración, el viejo lobo feroz, de cuya historia no tengo muchos motivos para dudar, incluso habiendo pasado más de 100 años, se ha quedado dormido... Y yo le observo, atentamente... En su rostro están grabadas mil penalidades de una vida vacía y sin amor... Y todo ello, su voz, su aspecto, su evidente tristeza, me hace creerle... Al descubrir en el bolsillo de su pecho el viejo recorte de un libro de cuentos, en el que están representados los dos, y se les ve felices... y reconocerla a ella... Decido que lo mejor es callarme... Porque no sería fácil decirle que yo soy "El Sastrecillo Valiente"... y que rescaté a Caperucita Roja de los enanitos... ahora solo uno, y convertido en Golum... y que desde entonces, vivimos felices, y comemos perdices... en el País del Otro Cuento de Hadas...

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