jueves, 22 de julio de 2010

ELOÍSA Y LA FUENTE DE LOS SUEÑOS



Es una de aquellas historias que se cuentan alrededor del fuego, en noches sin luna ni estrellas, como esta, cuando los niños, y los no tan niños, intentan descubrir la verdad entre las danzantes llamas, con su sinfonía de ocres, rojos, amarillos, dorados, anaranjados, y ese crepitar, esos chasquidos extraños que nacen en el corazón de los viejos troncos... Y la historia, tal y como me la contaron, empezaba así...



Era una de esas noches sin luna ni estrellas, como esta, y Eloísa estaba junto al fuego, con su familia, y unos cuantos amigos. A sus doce años, estaba entre dos mundos, el de la infancia, y el de la adolescencia... demasiado pequeña para alcanzar muchos de ellos, es cierto... Pero al mismo tiempo, demasiado mayor para tener miedo... Hace ya algún rato que los demás se habían retirado a las tiendas de campaña, pero ella no podía dormir... Por eso, ha salido de nuevo a la fría y oscura noche, y está mirando sin ver la cambiante danza del fuego... Su concentración es tan grande, que ni siquiera escucha los pasos de la extraña criatura hasta que le pregunta, con una voz un tanto ratonil... "¿Puedo sentarme a tu lado?" Sobresaltada, y bruscamente arrancada de sus ensoñaciones, mira a su alrededor antes de responder... "Si te acercas a la luz y me permites verte, no tengo ningún problema... Es más, agradezco un poco de compañía..."



En aquél momento, Eloísa escucha unas tenues pisadas a su lado, y algo gélido roza su pierna derecha (recordemos que ya estaba en pijama), y cuando baja la mirada, casi escupe el aparato de ortodoncia: ¡pero si quien habla es un gatazo azul fosforito con franjas amarillas! Sin embargo, como a esas edades, ya casi nada sorprende, Eloísa no se asusta, y solo le dice: "Con esos colores, seguro que tienes muchos problemas para cazar tu comida en el bosque..." Y es entonces cuando el gatazo responde: "No te preocupes, hace mucho tiempo que me alimento de pienso y latitas... No necesito cazar... Cambiando de tema... ¿Qué hace una chica como tú, en un sitio como este?"


Eloísa le responde: "Estoy de acampada, con mi familia y unos amigos... pero no esperaba que fuera tan aburrido..."

Chester, el gato, le dice: "¿No te extraña un gato que habla?"

Eloísa: "No mucho... Los chicos de Pixar hacen cosas mucho más raras..."

Chester: "¿Y tampoco sientes curiosidad por las razones de mi presencia, o de que haya venido a buscarte?"

Eloísa: "Supongo que tú también te aburres, sin nada que hacer..."

Chester: "No exactamente... más bien, necesito tus pulgares... Si vienes conmigo, te contaré un secreto..."



Y Eloísa, que por su naturaleza es muy desconfiada, sin embargo, decide seguir al extraño y colorido felino... Después de media hora de caminar en la más absoluta oscuridad, siguiendo la fosforescencia del felino, llegan a una pequeña fuente en medio de un claro del bosque... Se nota que ha perdido bastante agua, porque está llena solamente en un tercio de su capacidad total, y en el fondo se ven miriadas de pececitos plateados con una pequeña raya roja en el lomo... Y junto a la fuente, de la que todavía mana un pequeño reguero de agua, que a todas luces no es suficiente para asegurar la supervivencia de las criaturitas... se encuentra el motivo de la petición de Chester: más de cincuenta garrafas de tres litros de agua mineral...


"Por mucho que lo he intentado con zarpas y dientes, no consigo abrirlas... Si me ayudas, entre los dos rellenamos la fuente, mientras vienen los del seguro para reparar la avería y devolverme el agua..."



Eloísa, sin preguntarse qué demonios pintan los operarios del seguro en la reparación de la fuente, ni mucho menos cual será la comunidad de vecinos a la que pertenece, se pone manos a la obra, desprecintando y quitando el tapón de todas las garrafas, para luego ayudar a Chester a volcarlas en la fuente... En cuanto el nivel del agua es el suficiente, todos los pececillos, que antes nadaban apretujados y muy aletargados, empiezan a desplegar su actividad de manera frenética... Relámpagos azules, verdes y amarillos se mueven por todas partes... De repente, uno de ellos cambia de color, se vuelve rojo cereza, y Chester, haciendo gala de sus instintos, de un certero manotazo lo lanza al aire, y lo devora de un solo bocado...



Eloísa le pregunta "por qué haces eso?", y él le responde: "porque esa es mi función... Soy el guardián de la fuente de los sueños, el encargado de velar por vosotros cuando cerráis los ojos... Cada pez es la imagen de una persona cuando duerme... Si el color es azul, el sueño es tranquilo, placentero... Si es verde, empieza alguna inquietud... Si se pone amarillo, es una pesadilla, pero algo pasajero..."



Al ver que no piensa explicarle ni los peces rojos ni su significado, se lo pregunta, obteniendo esta respuesta: "Los sueños rojos son los peores... Son aquellos en los que sueñas tu propia muerte... y te mueres en el sueño... y en la vida real... Por eso tengo que estar de guardia, y eliminarlos nada más convertirse, si quiero proteger al humano..."



Eloísa, como toda niña de 12 años, quiere saber más..."¿Y qué le pasa a la persona cuyo pez devoras?" Y Chester le responde: "Simplemente, aquella noche, deja de tener sueños.... Y a la noche siguiente, o cuando vuelva a dormirse, por ejemplo en la siesta, ya tendrá su nuevo pececito dispuesto a seguir nadando..."



"Entonces, tú te encargas de los sueños de todo el mundo?", le pregunta Eloísa... "¡Qué va! ¡Sería imposible! Yo me limito a la CAM, con Segovia, Castilla la Mancha, y Toledo... En España, hay otras 20 fuentes de sueños, con su gato guardián, y su cometido es siempre el mismo: vigilar el agua, atrapar y comernos a los peces rojos, y mantener un nivel de agua correcto en todas ellas, reclutando si hace falta algún humano en caso de necesidad... Los Orcos hicieron una fiestecita hace dos noches, una "rave party", creo... y rompieron la tubería del manantial olvidado... Los del seguro tienen que repararlo mañana, pero mis pobres pececitos no podían esperar más... Y mientras haga los encargos con el teléfono móvil, nadie sabe que soy un gato... Ahora, debo pedirte un último favor: que me ayudes a atar todas las garrafas vacías, y llevarlas al punto limpio que está a la entrada de la zona de acampada..."



Y ni corto ni perezoso, sujetó con los dientes uno de los extremos dobles de la cuerda, Eloísa empezó a tirar del otro, y entre los dos, tardaron casi una hora en arrastrar la hilera de garrafas (al final, fueron 57 y media) al lugar en cuestión... Chester, contento por haber realizado el trabajo, le dice: "Como agradecimiento por tu ayuda, Eloísa, te concedo 100 noches de sueños azules, y quién sabe si en ellas verás a tu amor desconocido... Sueña y sé feliz, Eloísa..." Y con una última sonrisa, y un relampagueo azul eléctrico y amarillo fosforito, Chester desapareció entre las frondas y la noche...



En efecto, Eloísa tuvo sus 100 noches de sueños azules, y es cierto que conoció a su amor verdadero... pero eso es materia para otro cuento...


miércoles, 21 de julio de 2010

CUANDO YO ERA NIÑO...


Cuando yo era un niño pequeño, pero realmente pequeño, ya sabes, entre cuatro y cinco años, el mundo me venía grande... Demasiado grande, en verdad... Y estaba lleno de misterios... Algunas máquinas, con pulsar un botón, ¡Un solo botón!, eran capaces de convertir cosas ricas (tomate, pimiento, pepino, cebolla...) en una cosa misteriosa, que mi madre llamaba "gazpacho", y que era la gran pasión de mi abuelo... Había otras cosas extrañas, como una puerta de cristal enorme, a la entrada de un edificio... ¡que se abría cuando te acercabas a ella, con su caballito de mar... pero que si no te dabas prisa al cruzar, se cerraba en tus narices, porque eras tan pequeño, pero tan pequeño, que no te veía! Luego te haces mayor, y te hablan de sensores de movimiento, de campos energéticos, y de detectores en el suelo... pero tú te sigues imaginando algo más extraño, por ejemplo, que tras el mostrador de ese importante edificio está escondido un señor mayor, con una manivela en la mano, para abrir la puerta...


Pero entre los muchos cachivaches que poblaban nuestra casa en aquellos años, dos se llevaban todos los premios a la maravilla... Uno de ellos era una pequeña caja más o menos rectangular, más o menos grande, de color más o menos gris o negro, y con un brillante cuerno metálico, en la que apretabas un botón.. ¡Y de repente cobraba vida! ¡Y salían voces, y música, y más voces, y gritos! Y yo siempre me preguntaba... ¿cómo habrán hecho para meter a 22 personas, mas los árbitros y, como poco, un comentarista, en un sitio tan pequeño? Todavía me sigue intrigando, cada vez que por casualidad sintonizo "Carrusel Deportivo" en la radio del despacho, noto ese extraño regusto a inocencia en la garganta...


El siguiente cachivache, cuya utilidad no pude comprobar hasta unos años más tarde, era una especie de caja de metal, casi siempre blanca, con una ventana casi siempre redonda, y que realizaba un auténtico milagro: se comía la ropa sucia (que en más de una ocasión, con las peleas de barro veraniegas, siempre amistosas, volvía a casa para cogerme con pinzas...), y la devolvía limpia, un poco mojada, eso sí, pero limpia... La lavadora, entrañable cacharro que, por cariño a la familia, era capaz de encogerse de tamaño, y cambiar de color, y perder su hermosa ventana, para irse de vacaciones con nosotros, convertida en una cosa azul llamada "Jata"... Todavía pierdo el tiempo, de vez en cuando, viendo a la ropa dar vueltas, y más vueltas, y más vueltas...Es uno de esos pequeños lujos diarios, que no aprecias todo lo que deberías, hasta que careces de él: recuerdo cierto campamento de verano, muchos años más tarde, donde una de las actividades previstas cada dos días era lavar la ropa en el lavadero de piedra... Era curiosa la manera en que procurábamos mantener la mayor distancia posible entre los dos sexos, y los chicos de once o doce años solo podíamos fantasear con la textura y el olor de las braguitas de Natalia...


Algunos días, el mundo era un lugar acogedor, maravilloso, con esa pátina de eternidad de los momentos perfectos... Eran las mañanas en el Retiro, haciendo el bestia con los triciclos que alquilábamos por horas, pacientemente supervisados por mi abuelo... Por cierto, ¿qué habrá sido de esos maravillosos triciclos de carreras, con su cornamenta retorcida y su gran estabilidad, siempre que no quisieras emular a "Ben Hur"?... Eran las vacaciones, tiempos de hacer la cabra loca con los chavales de la calle, de montar en bici en plan salvaje por los solares de las obras, o de contar historias de miedo debajo de una tienda de campaña improvisada con una sábana en el jardín de un amigo, historias casi siempre inventadas, y algunas de ellas especialmente malas, que terminaban con el socorrido "¡Has sido tú!"


Pero si hay un lugar, o un momento, especialmente mágico, creo que fue la primera vez que me enfrenté al mar... Esa mañana de Agosto, cuando tras demasiadas horas de viaje, nos faltó tiempo para dejarlo todo en el coche, o donde fuera, y acercarme al Mediterráneo... Una playa tranquila, y que desde mi pequeñez me parecía tremendamente grande, con arena fina y dorada, con la zona de cañaveral para darle la dosis exacta de peligro al paseo, y con ese chiringuito con aroma a sardinas recién asadas, chorizo frito, y trozos de morcilla... en su punto... sobre una generosa rebanada de pan... Mi playa de Cullera... la de noches que me quedé en el balcón, mirando el mar... y la de veces que me prometí a mí mismo que esta ocasión era la buena, que me pondría el despertador, para ir a ver amanecer en la orilla... pero nunca lo hice...


Otra de las cosas que me sorprendían (ahora, ya casi nada me sorprende) durante mi infancia, era el cine... Era mi pasión, bueno, una de mis pasiones, afortunadamente compartida por mis padres y mi hermana... Durante muchos años, el mejor momento de la semana era el sábado, o el domingo, cuando ibamos todos al cine, para olvidarnos de la realidad durante un rato, y de la grisura que lentamente se iba apoderando de los demás días de la semana... Ni siquiera en verano, durante las vacaciones, rompíamos con el ritual, y muchas noches, nos recorríamos media playa a trote cochinero, para ver dos películas, en dos cines que se encontraban muy separados... Eran los tiempos de ver algunas grandes películas, como "E.T.", "Los Goonies", "Herbie", "Los cañones de Navarone" y otras muchas, incluso reposiciones de cintas de Bruce Lee... Cines al aire libre, de bocata de chorizo o de panceta, cervecita fresca para mi padre, Coca-Cola y agua para mi hermana y para mí...


Me pediste, al principio de esta larga noche sin luna ni estrellas, que te hablara de mí, cuando era pequeño, de algunos detalles de mi infancia, a ser posible buenos... Solo me falta recordarte mi gran pasión: la lectura... Mundos enteros de tinta que se abren entre tus manos... Historias reales o imaginarias en las que puedes sumergirte... La posibilidad de controlar el "dónde", el "qué", el "cuándo" y el "cómo", al menos en uno de los aspectos de tu vida... Y de evadirte, por un tiempo, de la realidad... Supongo que ahora cierro el círculo, al contar historias...


Cuando yo era un niño pequeño, pero muuuyyy pequeño, supongo que el mejor consejo que podrían haberme dado ocuparía, en realidad, muy pocas palabras... Cuatro, como mucho... Y sería este: "No tengas miedo... ¡Vive!"


lunes, 19 de julio de 2010

EL MISTERIO DEL GLOBO ROJO.



Hace dos días que se repite siempre la misma imagen: un globo de color rojo, hermoso, brillante, con mil brillos y redondeces, atado a una farola, con una cuerda que en principio parece muy corta... Está magníficamente ubicado, en una zona de mucho tránsito, y sobre todo, de mucho escolar, pues en un radio de seis manzanas, hay cuatro colegios y un instituto... Pero este globo tiene un comportamiento muy peculiar: unas veces su cuerda se acorta, y él empieza a bajar, hasta el punto de que parece estar deseando que lo cojan... Pero otras, sobre todo cuando es un monstruo de instituto el que intenta cogerlo, de repente sopla un fuerte viento, y su cuerda parece alargarse casi hasta el infinito...

Es un globo muy peculiar, que parece tener su propio carácter, caprichoso hasta decir basta, y con la impresión de estar esperando a alguien, o de que nada de lo que lo rodea es casual o debido al azar... Y después de lo que he visto hace un par de horas, lo único que deseo es que vaya de una vez de este mundo... Vale, es cierto, no soy más que un gato callejero, pero sé lo que he visto... y por eso os lo cuento...

La culpa fue de la madre de Andrés, Laura, que nunca le ha dejado comprarse globos en la feria... "Son cosas malas, le dice siempre, están rellenas de un gas extraño, más ligero que el aire, y muy inflamable... Además, nadie sabe adonde van después, cuando se escapan..." A veces, creo que algunas personas tienen la capacidad de predecir los acontecimientos, de adivinar cosas que le van a pasar a sus seres queridos... Y por eso, Laura insistía tanto en que nunca debía aproximarse a ellos... Pero claro, basta con que le prohibas a un niño hacer algo, para que le parezca mucho mejor el romper esa norma...

A primera hora de la mañana, Andrés, como otros muchos niños, se ha quedado mirando el globo rojo, que refulgía contra el sol de la mañana, proyectando incluso su sombra sobre el asfalto, al mismo tiempo que desciende la temperatura un par de grados... He pasado caso todo el tiempo debajo de un Symca1000, porque me parecía que algo raro pasaba con el globo, y no me refiero solamente a que estirase o recogiese dependiendo de quién se acercase... No... Es más bien la impresión de que iba a pasar algo malo...
Por eso, cuando he visto que Andrés, que siempre es amable conmigo y me da un poco de jamón york o de butifarra del bocadillo, se estaba acercando al globo, me he decidido a cruzar la calle, con mucho cuidado, y me he quedado al pie de la farola. El globo, cosa extraña, parece haber decidido que él era, justamente, la persona que estaba esperando... Y por eso, generando una especie de corriente de aire, ha empezado a alargar su cuerda, anudándose en silencio pero sin prisa en la muñeca del niño de nueve años...
Ha sido un momento muy extraño, porque parecía tener vida propia... Como esos tentáculos de las pelis de miedo, no sé si me comprendes... Incluso le ha salido una marca roja en torno al brazo, en donde le rozaba la cuerda, que de repente parecía más gruesa, y que se iba volviendo más y más roja... Y el globo ha empezado a crecer, y a hincharse más y más...
No había nadie en la calle, con esos calores del mes de junio... y creo de todas formas que tampoco habría tenido tiempo de ayudarle... porque Andrés no tenía fuerzas ni para gritar... Por eso, y porque mi sexto sentido me decía que ningún niño se merecía ir al país del globo rojo, me decido a intervenir y, usando la cabeza de Andrés como trampolín, alcanzo el globo, que en aquél momento estaba a unos buenos seis metros del suelo, y le clavo bien profundo las uñas... En ese instante, pasan tres cosas: la primera, que el globo (o lo que fuera) empieza a aullar, un sonido super desagradable; la segunda, que empieza a chorrear un líquido rojizo que bien pudiera ser sangre digerida; y la tercera, que por otra parte es la única que me importa, que suelta a Andrés...
Mientras el niño se revuelca en el suelo por el dolor y el miedo, yo sigo clavando profundamente las uñas en el maldito globo rojo. Y escucho una voz extraña, que me promete muchas cosas ("sardinas, latitas de pienso, un veterinario, una familia, lo que quieras si no me destruyes") si dejo de clavarle las uñas... Pero no me dejo convencer: estoy seguro de que si le dejo irse, se recuperará, y volverá a secuestrar un niño... Para llevarle a un lugar del que no se vuelve... Veo incluso sus pensamientos, y comprendo lo que es en verdad: un vampiro secuestrador de niños, que los lleva a otra realidad, donde mueren lentamente entre horribles dolores... Por eso, además de las uñas, empiezo a usar los dientes, es algo asqueroso, como morder sangre, y procuro no profundizar más de lo necesario... Lentamente, voy ganando la batalla, y subido en la cabeza del globo, a base de mordiscos y zarpazos, lo estrello contra el asfalto... Unos segundos más tarde, un camión se echa encima de nosotros, yo me aparto bruscamente, pero el globo, o lo que sea, no tiene tiempo de hacerlo... Y termina reventando bajo las ruedas... dejando a su paso un rastro rojizo...
Así terminó mi aventura con Andrés y el globo rojo... Y comienza al mismo tiempo una nueva etapa de mi vida, porque el niño ha decidido adoptarme, aprovechándose de una promesa de sus padres... Ya me han puesto las vacunas, me han lavado y desparasitado... y cómo no, ya tengo nuevo nombre humano: Micifú...

EL SECRETO DE LA ANTICUARIA.




En una pequeña ciudad de provincias, de cuyo nombre, esta vez, no logro acordarme, vive una gran mujer, mediada de tamaño, que afronta como tantas otras el tremendo desafío de tener dos trabajos, uno dentro, y otro fuera de casa… El de dentro, con el marido ausente, el hijo adolescente y el perro en celo, permanente, es casi el que más tiempo debería llevarle… pero no es así…

Y por eso, sus momentos de mayor felicidad los tiene en la trastienda de su pequeño negocio de antigüedades, pues allí realiza su milagro cotidiano… Su manos, expertas, recorren cautelosamente la superficie de cada mueble que traspasa las puertas de cristal, aunque mucho antes ha sido su mirada quien se ha fijado en todos y cada uno de los detalles, su forma, colores originales, pequeños defectos, taras, incluso es capaz de dictaminar si de verdad se trata de una antigüedad… o de uno de tantos muebles y objetos, que se hacen al estilo de mil ochocientos, en cualquier taller, casi siempre clandestino… Por eso, por su capacidad de mirar, estaba decidida a descartar aquél viejo armario, lacado, espantosamente por cierto, en color blanco… “Era de mi abuelo, le asegura una chica de poco más de quince años, y lo vendo, porque me cambio de casa, y no me queda sitio para él… Si le interesa, se lo dejo por un buen precio, necesito el dinero…”

Aunque no le convence demasiado, Sagra, pues así se llama, precisamente, nuestra anticuaria: siempre le han gustado los desafíos, y devolver el viejo armario a su estado original no deja de ser, en el fondo, una oportunidad de demostrarse a sí misma que al menos tiene bajo control uno de los aspectos de su existencia que más le preocupan… Antes que nada, se impone una limpieza a fondo, sobre todo para detectar si existen problemas estructurales, como grietas o roturas en la madera, golpes mal camuflados por la pintura, y sobre todo, comprobar que no traiga inquilinos no deseados: la tan conocida carcoma. Dentro del almacén (recordemos que se trata de una tienda grande, dividida en tres salas: la primera es la exposición de muebles y artefactos antiguos, incluyendo el escaparate; la segunda, más pequeña, es la oficina; y la tercera, del mismo tamaño que las dos anteriores, es el almacén), Sagrario ha separado una zona por cortinajes de plástico estilo Dexter (pero sin la finalidad que les daba este personaje), para efectuar los primeros exámenes de las piezas, y aplicar el tratamiento anti-carcoma, que de todas formas utiliza a modo de prevención. Con el mono de trabajo, recuerdo de la mili de su hijo, una mascarilla como las de laboratorio, la gorra de Repsol en la cabeza y el pulverizador en la mano derecha, se pone a estudiar su nueva adquisición en una tranquila mañana de sábado… Y empieza a pulverizar por la parte de arriba, ayudándose de una escalera que, por derecho propio, debería considerarse como una pieza digna de ser vendida en la tienda… Al principio, todo va bien… Pero cuando decide abrir las puertas, y empezar dentro, algo pasa…

Desde el interior del segundo cajón, se empieza a oír una tos bronca, angustiada, como si alguien se hubiera quedado encerrado dentro, y se estuviera asfixiando por el tratamiento, por otra parte de lo más suave que hay en el mercado… Sorprendida, Sagrario, tras musitar un “¿Pero qué demonios está pasando?”, decide abrir el cajón, manteniéndose a una distancia prudencial, por si lo que está encerrado en el mismo resulta peligroso… Muy despacio, y con el pulverizador apuntando a la abertura, de poco más de cinco centímetros, sigue tirando del pomo… Y apenas si tiene tiempo de preguntarse una vez más “¿Pero qué demonios…?” cuando, a la vez, suceden dos cosas bastante difíciles de explicar. La primera es la luz, muy fuerte, cegadora, como producida por mil bombillas halógenas luciendo a la vez… Y la segunda, que una extraña y tremenda fuerza envuelve por completo a la anticuaria, convirtiéndola en una especie de imagen bi-dimensional, para en cuestión de segundos, sorberla literalmente (como si fuera un gigantesco espagueti, y casi con el mismo ruido) y hacerla desaparecer hacia las profundidades…

Ahora bien… ¿Hasta qué punto es profundo el cajón de un viejo armario? ¿Cabe realmente un ser humano dentro de él? Mucho me temo que no es a mí a quien debéis plantearle estas preguntas, sino a Sagrario o, como mucho, al cajón…

Durante lo que podrían ser minutos, o bien horas, ella tiene la impresión de caer, desde lo que podría ser igualmente tres que trescientos metros, y el tiempo en cierto sentido deja de ser importante, pues se siente como una hoja llevada por el viento… Afortunadamente, el aterrizaje es muy suave, y tumbada boca arriba, se pone a mirar el cielo… Es algo extraño, porque no hay uno, ni dos, sino tres soles, que alumbran un cielo completamente despejado (salvo algunas nubes de las que nos ocuparemos más tarde), y su color es verde esmeralda (el cielo)… Intenta levantarse, pero no puede, lo que tampoco es demasiado extraño, pues de repente comprueba que todo su cuerpo está en dos dimensiones: si levanta el brazo y lo pone delante de su nariz, solo puede ver una delgada línea verde, que oscila con la leve brisa…

“Sopla tu pulgar derecho”, le dice una extraña voz… “Es la única manera de recuperar las tres dimensiones, y el control de tu cuerpo”…

Sagrario mira una vez más a su alrededor, buscando al dueño… y al final lo encuentra, en una de las ramas de un árbol de las fresas que ha aparecido de repente a su lado… Sí, todos sabemos que las fresas nacen en unas pequeñas matas a nivel de tierra, pero aquí, muchas cosas son distintas…

“Te he dicho que soples… Y hazlo deprisa, que si no, te pillará la tormenta de las seis y cuarto, y cualquiera sabe adónde te llevará el viento…” ¿Cómo describiros al dueño de esa extraña voz? Bueno, imaginaos un canario completamente verde, con el pico y las uñas de los pies de color morado, corbata de lazo amarilla, y una extraña cresta en la espalda, que mas bien recuerda un bicho de las cavernas…

“Sí, soy yo, el famoso Canarito Cavernícola, y si no me hacer caso ahora mismo, no sé adónde vas a irte… pero seguro que a cualquier mucho peor que éste… así que sopla de una vez tu pulgar derecho…”

Sin mucha más alternativa, Sagrario empieza a soplar y, para su gran sorpresa, comprueba que efectivamente su cuerpo se va inflando lentamente, como uno de esos globos que usan los magos para hacer perritos y tonterías similares… Salvo que en este caso, es su brazo el que recupera forma y peso, luego el pecho, después las dos piernas a la vez, y termina por su mano izquierda… Cabe destacar que, en medio del proceso de hinchado, Sagrario aprovecha para hacerse un pequeño retoque en los pechos, y les da algo más de volumen, porque se siente más a gusto de aquella manera… Pero, justo cuando estaba terminando el inflado, está a punto de producirse la catástrofe: por el dedo meñique de la mano izquierda no para de salir aire… “¡Corre, le dice el famoso Canarito Cavernícola o CC, metete el dedo también en la boca, hasta que se cierre la herida!” Y, una vez más, le hace caso…

Todo el procedimiento de inflado ha durado unos cinco minutos, y Sagrario tiene el tiempo justo de cobijarse debajo del árbol de las fresas donde se encuentra CC, antes de que empiece a caer una lluvia, densa, de color rosa, que parece estar cargada de arena del desierto… acompañada de un fuerte vendaval…

“Si no fuera por ti, CC, seguro que estaría en problemas… ¿Por qué me has ayudado?”, le pregunta Sagrario a su peculiar guía…

“Esa es mi función… Esperar junto al árbol de las fresas, donde tengo el nido, y darle a los visitantes las primeras instrucciones para sobrevivir en este mundo, que a veces puede resultar inquietante… Hay una cosa que no debes olvidar, Sagrario: aquí, muchas cosas no son lo que parecen… Por ejemplo, si se cruza en tu camino un león, no tengas miedo, que no te hará nada… Pero como veas que un hámster o un conejo blanco se acercan a ti, sal corriendo: aquí son super depredadores, más o menos como los tiranosaurios de tu mundo… Los únicos que no engañan son perros y gatos… Que no en vano, éste es su mundo…”

“¿Por qué dices que éste es su mundo, CC? ¿Acaso son ellos los amos?”

“En cierto modo, es así… Digamos que has entrado en el cielo de las mascotas, en el lugar donde terminan todos los perros y gatos del mundo… Es un sitio perfecto, especialmente porque todo está limpio, y es tranquilo, previsible… Nunca falta hierba fresca para purgarse, ni árboles a los que trepar, ni comida… No hay que preocuparse por la caca, pues en pocos segundos desaparece de esta dimensión y termina en otra, el infierno de los humanos… El sexo tampoco es un problema, incluso los que llegan aquí castrados pueden optar por vivirlo intensamente, o seguir tal y como vienen…”

“¿Y por qué estoy aquí? ¿Y cómo he llegado?”

“Es muy sencillo: has utilizado uno de los tele-transportadores Gataweb, que están repartidos por todo el mundo (incluyendo Hogwarts), y que de vez en cuando se activan cuando una persona especial se detiene delante de uno de ellos… Al margen de la tecnología habitual en estas máquinas, tienen un detector de cariño hacia perros y gatos, y cuando un humano alcanza los niveles adecuados, se pone en marcha el procedimiento… Yo soy quien os recibe, e interroga, sobre vuestros intereses, disponibilidades, y otras preguntas parecidas… ¿Te gustaría quedarte unos días aquí?”

“Bueno, es posible, pero tampoco quiero que mi familia se preocupe… De todas formas, ¿por qué reclutáis humanos?”

“Piénsalo fríamente, Sagrario… Ni los perros ni los gatos saben estar solos… Necesitan algunos mimos, algunos juegos, y eso es algo que no pueden hacer los robots… Por eso os reclutamos… ¿Te gustaría quedarte unos días? Recuerda, sobre todo, que ahora mismo estás viviendo al margen del tiempo, por lo que cuando vuelvas, habrás pasado fuera de tu tienda como mucho diez minutos, que para nosotros serían diez días con sus noches…”

“Si es así, y puedo escoger volver a mi casa y a mi tienda, estoy de acuerdo… ¿Me puedes acompañar donde están ellos?”

“Ven y sígueme”, respondió el canarito…

Y de esa manera, llegaron a la primera gran sala de mimos… Era una inmensa habitación, con una gran chimenea falsa y un enorme sillón de orejas, en el que se sentaba una mujer mayor, la típica abuelita de pelo blanco, cara llena de arrugas, que está haciendo calceta, rodeada por una decena de gatos, y seis perros de todos los colores y tamaños… “¿Nos traes compañera nueva, CC? Haces bien, que los pobrecitos necesitan muchos mimos…”

“Esta señora se llama Candelas, lleva muchos años viniendo aquí, aunque últimamente le es bastante difícil, porque casi no puede moverse, y está en una residencia de ancianos… Cuando se muera, la echaremos mucho de menos…”

“No te puedes quedar aquí después de muerto?” pregunta Sagrario.

“No… Tienes que estar vivo en tu mundo, para poder viajar y permanecer en éste. Es una de las pocas condiciones. La otra es no haber maltratado nunca, al menos de manera consciente, a un animal.”

Entraron en otra gran sala, muy parecida a la anterior, donde seis perros y ocho gatos esperaban a los pies de un gran sillón de orejas, junto al que había una pequeña mesa, un vaso y una jarra llena de agua, y lo que parecía ser un libro de cuentos…

“Este sería tu sillón, Sagrario… Y estos, tus primeros compañeros… Ellos solo vienen aquí cuando se sienten solos o añoran a sus amos humanos, o simplemente necesitan que les rasquen las orejas… Nunca serán los mismos, pero todos necesitan cariño y mimos… Dentro de un tiempo, cuando te conozcan mejor, serán capaces de detectar cuando vienes aquí… Otra peculiaridad: aquí todos hablamos el animalanto, es una especie de lenguaje universal, que permite unir a los animales de todas clases… Pero eso ya lo sabes, porque me has entendido desde el principio…”

“¿Y qué tengo que hacer, mientras esté aquí?”

“Normalmente, basta con que te sientes en el sillón de orejas, y les permitas subirse a tu regazo de vez en cuando; o simplemente con que les rasques las orejas, o juegues un poco con ellos… También verás que hay un libro de cuentos sobre la mesa, y un par de pelotas de tenis… Hoy hace mal tiempo, pero cualquier otro día, te puedes ir a dar un paseo con tus protectores, a jugar en la hierba, perseguir reflejos, o nadar en la laguna…”

Con tantos datos, y conociendo bien a Sagrario, os podréis imaginar que aquella mañana al margen del tiempo, rodeada por tantos animales tan mimosos, se convirtió en el primer viaje de una larga serie… Y por cierto, nunca llegó a vender el viejo armario ropero… De hecho, lo restauró con mucho mimo, porque era la mejor manera de viajar entre dos mundos…

Y ese era, precisamente, el secreto de la anticuaria…


domingo, 18 de julio de 2010

GRILLITO Y EL FINAL DEL MIEDO


No hace muchos años, en todo caso menos de cien, que un niño pequeño, casi todas las noches de luna, se las pasaba mirando aquella cara tan grande y pálida, pidiéndole que no le abandonase jamás, pues solo ella, y nadie más que ella, era capaz de permitirle conciliar el sueño… Porque está aterrorizado por lo que vive, os lo juro, en el fondo de su armario, y que, a veces, se arrastra debajo de su cama, y se queda, acechando, esperando a que se quede dormido, para reptar, silenciosamente, por el colchón, como una serpiente, pero de ojos inmensos, y mucho más amenazador…


El niño, que se llama Juan, pero que todo el mundo le llama “Grillito”, con sus nueve años, ya no sabe qué más cosas puede llevarse a la cama como armas…




Ya tiene cuatro geyperman, una Barbie Mailbú, un tirachinas, una cebolla, una cabeza de ajos, un aerosol (recordad lo bien que iba contra el payaso demoniaco y asesino de “IT”, del Puto Rey Esteban), tres tampax, un paquete de kleenex y, lo más útil, una linterna sin pilas, que van por dinamo…Por eso, cuando la luna mostraba su oronda faz, Grillito duerme feliz, y tranquilo, pues nada malo saldrá del armario, para devorarlo en la madrugada…



Se lo cuenta a su padre, y le da un bofetón de ida y vuelta, “para que tengas algo que temer, y no un bobo monstruo…” Se lo cuenta a su madre, y le da… “dos cucharadas de aceite de ricino, que a los monstruos no les gusta…” Ni a él tampoco… Y Grillito, que se siente más triste, solo y desamparado que nunca, en aquél atardecer de lunes doce de enero, comprende que ahora y siempre, estará solo con el miedo, y por eso, quizás por el ricino, o por la bofetada, decide preparar una trampa infalible, para cazarlo, a él, al monstruo que acecha en el armario y bajo la cama…




Con el agua bendita, traza un círculo de protección, con cuatro piedras que ha comprado en la red, malaquita, turmalina, diorita y esteatita, inicia la trampa mística… Ya solo le falta colocar la última piedra, cuarzo rosado, para cerrar el pentángulo, cuando la fiera entre… Pero dan las dos, y las tres, y a las cuatro menos dos de la madrugada, Grillito escucha la puerta del armario, que chirría suavemente, y la ronca y profunda respiración del temible monstruo, que se acerca lentamente a la cama… Él no se mueve, la fiera se acerca, y penetra en el círculo, incompleto, de las piedras… Nota algo… Se para… Huele… Algo nuevo hay en el cuarto: ¡no se huele el miedo! Y justo cuando se prepara a meterse debajo de la cama, descubre que no puede hacerlo, un poderoso sortilegio se lo impide: la vieja y ajada mantita de lana, y el primer oso de peluche del niño, con seis pelos de gato negro, son más de lo que él puede soportar…



Por eso, retrocede, y en ese momento, Grillito sale del cesto de la ropa sucia, y con un gesto decidido, coloca la quinta piedra mística, la trampa se cierra, quedando atrapada la temida fiera… Con voz de Golum, promete una y mil veces darle cualquier cosa, lo que quiera, con tal de dejarle salir, y sobre todo, le pide que no encienda la luz, que tenga piedad, que él es una criatura de las sombras, y le cegaría, tal vez para siempre, si lo hace… Y se resiste, y bufa, y gruñe tan alto, que tiene miedo de que se despierten los padres… Pero de todas formas, tiene que verlo, y por eso, lentamente, se acerca y pulsa…



Y llega la luz… Y Grillito, al ver el auténtico aspecto del pavoroso “monstruo” que tanto tiempo le ha asustado, no puede evitarlo, y se tira al suelo, retorciéndose de la risa, mitigando como puede el sonido… porque ve la verdad… Ante él se yergue, con más de dos metros de altura, lo que parece el hijo bastardo de Chewaka y un Visón Frisé… Un engendro de pelaje rosáceo, pelado a franjas, sí, a franjas, como los caniches, con unas gafas de sol horteras, recién salidas del “Un dos tres”, unas sandalias de plataforma, sin las cuales se queda en poco más de un metro y diez, minifalda de cuero amarilla y camiseta blanda anudada al ombligo…



Y la cosa de sexualidad dudosa se retuerce bajo la luz, y Grillito se ríe, ahora ya a mandíbula batiente, del miedo, de él mismo, de la criatura, de las veces que no ha dormido, de la bofetada de su padre, del ricino de su madre… Y así le pillan los dos, con aire de recién despertados, pero no ven nada más que a su hijo, partiéndose el pecho, literalmente, de la risa… Incluso sin saber de qué se ríe, se alegran, por fin, de que haya terminado el miedo…



Al final de la noche, con sus padres ya más tranquilos, Grillito decide hablar con el monstruo, “Conejosaurio”, así le ha bautizado y, tras hacerle prometer un cambio, “que a partir de este momento serás bueno con los niños, y les harás reír, o de lo contrario informaré a la Federación de Monstruos S.A. de tu aspecto verdadero…” y le libera de las piedras mágicas (truco que aprendió en la red)…



Y por lo que se sabe, “Conejosaurio” todavía sigue así, con la misma ropa ridícula, completamente invisible para los adultos… Pero no para todos los niños del mundo, que están en los hospitales y en las clínicas, y que sufren, en cualquier lugar donde haya un armario, él aparece, y con juegos malabares, historias ingeniosas, mímica, y un poco de magia, va repartiendo una cosa: alegría e ilusión a todos los pequeños… y es feliz…



sábado, 17 de julio de 2010

EL DRAGÓN Y LA CÁRCEL DE AGUA



No te limites a creer solamente en lo que ves, ni siquiera en todo lo que te dicen los sentidos, porque de lo contrario, te perderás algunas de las cosas máshermosas de la Naturaleza…

¿Ves aquella roca, con forma de Tortuga, que destaca contra el horizonte? ¿Te gusta? ¿Y si te digo que en realidad es un fiero dragón, que sigue esperando a su amada inmortal?

Cromlech, un feroz dragón de la estirpe de Herensuge, se dedicaba con gran esmero a sus funciones habituales: cazar y comer caballos, burros, y de vez en cuando, raptaba a seres humanos, solo para divertirse… ¡Y pobre del que cayera en sus garras!

Pues su mayor placer lo obtenía no de su carne, que encontraba “tosca y zafia para el paladar”… No… su mayor divertimento era someterlos a mil torturas, como la gota china, pero su favorita era aprisionarlos bajo una gran roca de su cueva, y lamer las plantas de sus pies, una y otra vez, con su enorme y cálida lengua dragonil… hasta que muchas veces les fallaba el corazón… Y se morían, literalmente, de un empacho de risa…

Otra de sus aficiones era alimentar a los demás animales, que estaban muy por debajo de él en la pirámide de la evolución, y en cierto modo, los consideraba sus mascotas, y de vez en cuando, se dedicaba a coger algún humano, casi siempre un caballero bien armado, alzarlo por los aires hasta casi su límite de vuelo, y luego, soltarlo en una zona adecuada, para escuchar sin problema el sonido de la coraza al partirse, como si fuera un abrefácil, dejando al descubierto las entrañas, y las vísceras, y un mar de sangre y carne, para deleite de todos los carroñeros y cazadores…

Tal vez por aburrimiento, siempre intentaba que el cuerpo quedase empalado en una aguja de piedra, y en aquellos momentos tan especiales, disfrutaba, como un niño pequeño, con su gran puntería…

En el fondo, no era un mal dragón, el amigo Cromlech, y tenía su corazoncito, aunque fuera de piedra, no era culpa suya el no haber tenido un Atreyu que le hiciera compañía en una historia interminable, que le diera mimos y a la vez, ni como Muschu, el dragón guardián de una chica muy especial… Comer burros y caballos, secuestrar y torturar a seres humanos, algo de lectura (los misales que
le quitaba a los abades y priores y preceptores), un poco de música con los cascos de los muertos, y sus inmensas siestas, que duraban meses…

Todos sabemos que los dragones necesitan comer grandes cantidades de piedras de fuego, para que no se apague la llama que late en su pecho, mas con el paso de los años y las centurias, a Cromlech le costaba más el conseguirla, pues los humanos, que al final se enteraron de tan terrible secreto, comenzaron a explotar por sí mismos las canteras, con grandes esfuerzos, y arrojar las piedras a los más profundos lagos, pues todos sabemos que los dragones no pueden nadar ni bucear, siendo el agua enemiga del fuego…

¿Y qué le pasa a un dragón si se le apaga la llama? Se muere… Y algo parecido le sucedió a Cromlech, quien a la edad de dos mil trescientos sesenta años recibió la visita de otro dragón, y le dijo que “a seiscientas veintidós horas de vuelo, rumbo Norte, hay una muralla entera de piedras de fuego, que construyeron los antiguos, fue abandonada, y nos la estamos comiendo, ven si quieres, la llaman “el Muro de Adriano”, y nos puede alimentar a todos…” Pero él no quiso moverse, no podía hacerlo, pues en aquél desolado paraje, se hallaba su primer, único, y verdadero amor…

Se conocieron casi al azar, pues Cromlech jamás le prestaba atención a la laguna, ¿para qué? si los dragones, como todo el mundo sabe, no beben… Como mucho, mastican alguna corteza de árbol, o se tragan la sangre de sus víctimas, caliente… Pero aquella mañana de mediados del mes de octubre, al pasar por el borde de la laguna, descubre, asombrado, otro par de ojos, negros, profundos, fascinantes… enmarcados dentro de la más hermosa cara de dragona que jamás ha visto en toda su larga y azarosa vida…

Y él la mira, hechizado, intenta alcanzarla, y no puede, y entre suspiros, sus quejumbrosas voces, surge una nueva historia, que habla de un hechicero humano, mitad druida, mitad exorcista, mitad cabra, que los hechiceros pueden tener muchas mitades (como todo el mundo sabe) había utilizado el conjuro “petrificatus totalis” y el “aveda kedavra”, a la vez, para inmovilizarla mientras comía una cabra de aperitivo, y una extraña poción secreta pariente de la “multijugos pottericus”, para licuarla y encerrarla en la tumba de agua, que procede de un manantial perpetuo… que nunca se seca… (por eso lo llaman perpetuo)

Y allí permanece desde hace cuatrocientos años… Y por ella Cromlech se ha petrificado pues, cansado de mil intentos por salvar a su dragona, Laura, de la tumba de agua, tras haber intentado llenarla de cadáveres en su verano más sangriento, y evaporarla con sus poderosas llamaradas, agotado y sin fuerzas ni esperanzas, con su último latido se ha convertido en piedra, y ella, sigue prisionera por siempre de aquella maldición…

Mientras jura terrible venganza eterna contra toda la humanidad… y tal vez la consiga, pues su prisión de agua solo es eficaz mientras haya líquido en la laguna y no se seque la fuente ni el acuífero que la alimenta… aunque están hablando de una nueva urbanización, ingenieros, aparejadores y paisajistas están haciendo modelos, muy bonitos, del nuevo aspecto… Sin saber, por supuesto, que una dragona muy pero que muy cabreada está presa en las profundidades de su cárcel, y el mundo no está preparado para su regreso…

NICOLÁS Y LA PASIÓN SEGÚN SAN JUAN


Me pides que te escriba hermosos cuentos, a mi manera, es cierto y me prometes sonrisas, abrazos, y un beso de tus cárdenos labios, siempre y cuando te gusten, y al menos para los dos, sean completamente nuevos... Quieres entre cinco y diez cuentos, en esta larga noche sin luna ni estrellas... Y como no quieres que sea demasiado fácil, me pones tus concidiones: "En ellos tendrás que hablar de tu vida, y de la mía, y de los sueños, de dragones, como poco, quiero dos… De princesas, con una me basta, bien lo sabes… Y también quiero una rana, un gato, un profesor, un alumno, un payaso, tres globos de color rojo, y que todo sea como, en el fondo, como un hermoso cuento…” Te devuelvo la mirada, me siento ante el teclado y flexiono los dedos, como un pianista antes de un concierto…


Y mis manos se desplazan solas, mientras me hundo en tus ojos naufragando entre oleadas de confusos sentimientos, y alentado sobre todo por la vaga promesa de “algo especial” al cumplir el encargo, empiezo con el primer cuento…

UNO: NICOLÁS Y LA PASIÓN SEGÚN SAN JUAN”

Erase una vez, hace muchos, muchos años, un niño pequeño, pero pequeño de verdad, pequeño en todos los aspectos, y con sus nueve años, apenas si superaba el metro y poco, unos dicen que era por diez, otros que por siete, otros dos, pero en el fondo, era un niño muy, pero que muy, pequeño.


Y sin embargo… Sin embargo, Nicolás, a quien apodaban, tal vez con un poco de ironía, “El Gigante”, era el eje, el punto cardinal, el amo del patio del colegio, la referencia, para alumnos, profesores, bedeles, cocineras, limpiadoras…


Mientras callaba, casi nadie se percataba de su existencia, su mayor placer era quedarse quieto junto a una pared, en cierto modo, mimetizarse con ella, y luego silbar o hablar, y de aquella manera, pegar un gran susto a cualquier habitante del antiguo y viejuno colegio… Su mayor “éxito” lo obtuvo un cuatro de abril, cuando el señor Práxedes, profesor de matemáticas, se llevó tal susto, que escupió la dentadura, en medio del patio, cubierto de nieve y todos se pusieron a buscarla…


Mas no era aquél su mayor talento, ni mucho menos…

“El Gigante” tenia una voz prodigiosa, que abarcaba todas las categorías posibles, desde la aflautada tesitura del “castrati” a la rotunda y profunda resonancia del bajo. Y dotado al mismo tiempo de un hiper-humano sentido del ritmo, cadencia y melodía, incluso sus improvisaciones melódicas eran capaces de paralizar el patio entero, nadie era capaz de resistirse a su influencia, ni a las visiones, porque esa era una cualidad secundaria de Nicolás: que era capaz de generar imágenes en la mente de cualquier persona que le escuchara, haciendo que se incorporasen a la historia que estaba contando, que realmente vieran lo que él les cantaba, y así, generar una especie de “precuela” de la televisión…

Pues no debemos olvidar que esta historia se remonta a 1876, y fácilmente podréis imaginaros que a veces, Nicolás tenía algún problema, cuando el padre Marcial, el director del colegio, tenía ganas de perseguirle, escoba en mano, cada vez que él cantaba “aquella sucia y vulgar música de juglares”… y a veces, solo el uso que daba a su voz durante la misa de las ocho le salvaba no solamente de “arder en el infierno”, sino también de ser castigado por sus travesuras…

Era digno de verse, allí, tan pequeño, delante del altar, mirando fijamente al crucificado, mientras era el solista de “La Pasión según San Juan” escrita por Richard Bach, y era imposible no emocionarse al escucharle cantar, en el papel de tenor: “Oh, alma mía, ¿dónde irás por fin? ¿Dónde hallaré refugio?”… Fragmento que suena mucho mejor en alemán: “Ach, mein Sinn, Wo willt du endlich hin, Wo soll ich mich erquicken?”

La iglesia entera se estremecía, cada Nochebuena, cuando comenzaba la función, y hasta ella venían personas desde los cuatro puntos cardinales, de toda la provincia de Madrid incluso, con tal de escuchar a semejante maravilla de niño, y ver, con sus propios ojos, la formación de la colina del Gólgota, del Huerto de los Olivos, de los palacios, calles, gentes, mercaderes, que lentamente se volvían casi tangibles, transmitiendo quizás las mismas imágenes que bullían en la mente del genial compositor, en pleno proceso creativo…

Magia negra, brujería, o cualquier otra cosa similar, fueron algunas de las acusaciones vertidas por un necio en los oídos del alcalde, quien le mandó prender la víspera de aquella función especial, que todos, del más rico comerciante o banquero al paupérrimo vendedor de trapos, esperaban con ansiedad… Dicen las malas lenguas que fue por envidia, que el hijo del alcalde era un tenorín zarzuelero que quería para sí mismo el papel de Nicolás, y lo consiguió, al menos, aquella vez… Con la iglesia llena a rebosar, el hijo del alcalde comenzó a desgranar su papel… Pero en vez de la magia evocadora y profunda del “Gigante”, de su garganta salieron uno y mil gallos, hasta tal punto que ni las plumas necesitaba para su disfraz… Y se produjo un tumulto en la audiencia, decían todos a la par “¡Que vuelva Nicolás! ¡Nicolás!”…

Cuando estaban a punto de linchar al envidioso cantante, se produjo un nuevo milagro, o eso dicen, pues la voz de Nicolás llegó hasta la iglesia, silenciando toda la algarabía, pese a estar en la cárcel, a casi un kilómetro de distancia… Y se incorporaba en cada una de las réplicas del recitativo, incluso estando tan lejos, era como si se acoplasen cuerpos, mentes y almas del solista y el coro…

El alcalde, arrepentido de su artimaña, ordenó la inmediata puesta en libertad, pero durante todo el camino, Nicolás siguió cantando… Y nadie recuerda otra “Pasión” semejante…

Ni jamás se volvió a oír… pues el 16 de febrero de 1867, murió arrollado por el carro de un trapero, exhalando su último suspiro en forma de “Do” de pecho, algunos afirman que cantó el final de un aria de Verdi, en la ópera “Nabucco”…

Y de esta trágica manera, termina la primera historia de esta noche, sin luna ni estrellas…