Es una de aquellas historias que se cuentan alrededor del fuego, en noches sin luna ni estrellas, como esta, cuando los niños, y los no tan niños, intentan descubrir la verdad entre las danzantes llamas, con su sinfonía de ocres, rojos, amarillos, dorados, anaranjados, y ese crepitar, esos chasquidos extraños que nacen en el corazón de los viejos troncos... Y la historia, tal y como me la contaron, empezaba así...
Era una de esas noches sin luna ni estrellas, como esta, y Eloísa estaba junto al fuego, con su familia, y unos cuantos amigos. A sus doce años, estaba entre dos mundos, el de la infancia, y el de la adolescencia... demasiado pequeña para alcanzar muchos de ellos, es cierto... Pero al mismo tiempo, demasiado mayor para tener miedo... Hace ya algún rato que los demás se habían retirado a las tiendas de campaña, pero ella no podía dormir... Por eso, ha salido de nuevo a la fría y oscura noche, y está mirando sin ver la cambiante danza del fuego... Su concentración es tan grande, que ni siquiera escucha los pasos de la extraña criatura hasta que le pregunta, con una voz un tanto ratonil... "¿Puedo sentarme a tu lado?" Sobresaltada, y bruscamente arrancada de sus ensoñaciones, mira a su alrededor antes de responder... "Si te acercas a la luz y me permites verte, no tengo ningún problema... Es más, agradezco un poco de compañía..."
En aquél momento, Eloísa escucha unas tenues pisadas a su lado, y algo gélido roza su pierna derecha (recordemos que ya estaba en pijama), y cuando baja la mirada, casi escupe el aparato de ortodoncia: ¡pero si quien habla es un gatazo azul fosforito con franjas amarillas! Sin embargo, como a esas edades, ya casi nada sorprende, Eloísa no se asusta, y solo le dice: "Con esos colores, seguro que tienes muchos problemas para cazar tu comida en el bosque..." Y es entonces cuando el gatazo responde: "No te preocupes, hace mucho tiempo que me alimento de pienso y latitas... No necesito cazar... Cambiando de tema... ¿Qué hace una chica como tú, en un sitio como este?"
Eloísa le responde: "Estoy de acampada, con mi familia y unos amigos... pero no esperaba que fuera tan aburrido..."
Chester, el gato, le dice: "¿No te extraña un gato que habla?"
Eloísa: "No mucho... Los chicos de Pixar hacen cosas mucho más raras..."
Chester: "¿Y tampoco sientes curiosidad por las razones de mi presencia, o de que haya venido a buscarte?"
Eloísa: "Supongo que tú también te aburres, sin nada que hacer..."
Chester: "No exactamente... más bien, necesito tus pulgares... Si vienes conmigo, te contaré un secreto..."
Y Eloísa, que por su naturaleza es muy desconfiada, sin embargo, decide seguir al extraño y colorido felino... Después de media hora de caminar en la más absoluta oscuridad, siguiendo la fosforescencia del felino, llegan a una pequeña fuente en medio de un claro del bosque... Se nota que ha perdido bastante agua, porque está llena solamente en un tercio de su capacidad total, y en el fondo se ven miriadas de pececitos plateados con una pequeña raya roja en el lomo... Y junto a la fuente, de la que todavía mana un pequeño reguero de agua, que a todas luces no es suficiente para asegurar la supervivencia de las criaturitas... se encuentra el motivo de la petición de Chester: más de cincuenta garrafas de tres litros de agua mineral...
"Por mucho que lo he intentado con zarpas y dientes, no consigo abrirlas... Si me ayudas, entre los dos rellenamos la fuente, mientras vienen los del seguro para reparar la avería y devolverme el agua..."
Eloísa, sin preguntarse qué demonios pintan los operarios del seguro en la reparación de la fuente, ni mucho menos cual será la comunidad de vecinos a la que pertenece, se pone manos a la obra, desprecintando y quitando el tapón de todas las garrafas, para luego ayudar a Chester a volcarlas en la fuente... En cuanto el nivel del agua es el suficiente, todos los pececillos, que antes nadaban apretujados y muy aletargados, empiezan a desplegar su actividad de manera frenética... Relámpagos azules, verdes y amarillos se mueven por todas partes... De repente, uno de ellos cambia de color, se vuelve rojo cereza, y Chester, haciendo gala de sus instintos, de un certero manotazo lo lanza al aire, y lo devora de un solo bocado...
Eloísa le pregunta "por qué haces eso?", y él le responde: "porque esa es mi función... Soy el guardián de la fuente de los sueños, el encargado de velar por vosotros cuando cerráis los ojos... Cada pez es la imagen de una persona cuando duerme... Si el color es azul, el sueño es tranquilo, placentero... Si es verde, empieza alguna inquietud... Si se pone amarillo, es una pesadilla, pero algo pasajero..."
Al ver que no piensa explicarle ni los peces rojos ni su significado, se lo pregunta, obteniendo esta respuesta: "Los sueños rojos son los peores... Son aquellos en los que sueñas tu propia muerte... y te mueres en el sueño... y en la vida real... Por eso tengo que estar de guardia, y eliminarlos nada más convertirse, si quiero proteger al humano..."
Eloísa, como toda niña de 12 años, quiere saber más..."¿Y qué le pasa a la persona cuyo pez devoras?" Y Chester le responde: "Simplemente, aquella noche, deja de tener sueños.... Y a la noche siguiente, o cuando vuelva a dormirse, por ejemplo en la siesta, ya tendrá su nuevo pececito dispuesto a seguir nadando..."
"Entonces, tú te encargas de los sueños de todo el mundo?", le pregunta Eloísa... "¡Qué va! ¡Sería imposible! Yo me limito a la CAM, con Segovia, Castilla la Mancha, y Toledo... En España, hay otras 20 fuentes de sueños, con su gato guardián, y su cometido es siempre el mismo: vigilar el agua, atrapar y comernos a los peces rojos, y mantener un nivel de agua correcto en todas ellas, reclutando si hace falta algún humano en caso de necesidad... Los Orcos hicieron una fiestecita hace dos noches, una "rave party", creo... y rompieron la tubería del manantial olvidado... Los del seguro tienen que repararlo mañana, pero mis pobres pececitos no podían esperar más... Y mientras haga los encargos con el teléfono móvil, nadie sabe que soy un gato... Ahora, debo pedirte un último favor: que me ayudes a atar todas las garrafas vacías, y llevarlas al punto limpio que está a la entrada de la zona de acampada..."
Y ni corto ni perezoso, sujetó con los dientes uno de los extremos dobles de la cuerda, Eloísa empezó a tirar del otro, y entre los dos, tardaron casi una hora en arrastrar la hilera de garrafas (al final, fueron 57 y media) al lugar en cuestión... Chester, contento por haber realizado el trabajo, le dice: "Como agradecimiento por tu ayuda, Eloísa, te concedo 100 noches de sueños azules, y quién sabe si en ellas verás a tu amor desconocido... Sueña y sé feliz, Eloísa..." Y con una última sonrisa, y un relampagueo azul eléctrico y amarillo fosforito, Chester desapareció entre las frondas y la noche...
En efecto, Eloísa tuvo sus 100 noches de sueños azules, y es cierto que conoció a su amor verdadero... pero eso es materia para otro cuento...