miércoles, 21 de septiembre de 2011

EL VIEJO LOBO FEROZ

La puerta se abre hacia la fría noche de noviembre, y por ella entra una impresionante silueta, de gran cabeza, enormes dientes, recia pelambrera cubierta escasamente por un viejo pantalón vaquero de peto y un pañuelo rojo atado al cuello... Su pelo, que lo cubre por entero quitando los ojos, la nariz y las almohadillas de las patas, está empapado por la lluvia, y una especie de neblina parece envolverlo... Se desplaza lentamente entre los parroquianos, relamiéndose, y por un momento temo que esté muerto de hambre... Pero no es comida lo que busca, sino bebida... y olvido... Nadie parece hacerle mucho caso, mientras pulula entre los bebedores... El tabernero le pone una pequeña copa de ginebra, que el viejo lobo apura con ansia, y le dice, firmemente: "Ya sabes las reglas, viejo lobo... La casa siempre te invita a la primera copa, las otras, tienes que pagarlas..." No creo que lleve mucho dinero en los bolsillos, cuando les da la vuelta, encontrando tan solo un par de pelusas y un corcho de botella...
Intrigado por su comportamiento y el de los parroquianos, como si todo fuera historia antigua, le hago señas, para que se acerque a mi banco... Y cuando está llegando, comenta: "Mi pena es muy grande...", enseñando el costurón que recorre parte de su enorme abdomen... Como viajero recién llegado a la Selva Negra, estoy ávido de historias, de leyendas, que me puedan ser útiles para aclimatarme rápidamente, y me permitan también establecer unas buenas relaciones comerciales con los demás habitantes... Por eso, y tal vez porque no se me ocurre nada mejor que hacer en aquella noche de noviembre, con la lluvia y el viento repicando contra los mal ajustados cristales, le hago una seña al curioso personaje, para que se siente a mi lado en el banco junto al fuego... Cuando lo hace, compruebo que es mucho más pesado de lo que yo pensaba, a pesar de su aparente debilidad, ya que el banco se levanta un par de palmos del suelo, hasta que él se acomoda...

Como aparentemente tiene la garganta seca, le pido al tabernero que traiga una botella de ginebra, y dos vasos, y que los deje sobre el barril que nos sirve de improvisada mesa junto al fuego... El lobo, que además de sediento parece estar helado, tiende sus zarpas hacia el fuego, y parece gruñir por lo bajo de satisfacción al notar el calor... Una vez caliente, me sirve un vaso de ginebra, mientras que él se apodera con ansia de la botella y, sin olvidar las normas de la urbanidad, se sirve uno tras otro, creo que fueron cuatro en total, antes de quedarse aparentemente dormido... Ya pensaba que no me había servido de nada el convite, cuando de repente, aquél vozarrón cascado empieza a contar una historia de amor, celos y traiciones...

"Mi pena es muy grande... porque yo amaba a Caperucita, señor... Desde siempre... Desde el primero de aquellos largos viajes hasta la casa de su abuelita, atravesando lo más oscuro del bosque, para llevarle un tarro de miel, una cántara de leche, y un atadillo de galletas caseras... Era una visión celestial, con sus trenzas castañas, sus inmensos ojos azules, y su piel, tan blanca... Es cierto, eramos muy distintos, entre otras cosas, ella era humana, y yo un lobo... pero aquél fue uno de esos amores locos, que nos dan o nos quitan la vida...

Me preocupaba mucho su salud, y sobre todo, su seguridad, porque el bosque no era un lugar recomendable en aquellos tiempos... y ella era tan pequeña... Muchas veces, la acompañé entre las sombras, disuadiendo, con mi apariencia y mi reputación de asesino, que conseguía mantener alejados a todos aquellos seres que se acercaban a ella con malas intenciones, incluyendo a un par de trolls, varios hobbits, y los peligrosísimos siete enamitos (seis después de aquella mañana de marzo), que estaban buscando un recambio para su agotado juguete sexual (Blancanieves), además de las habituales alimañas del bosque... Pasaron los meses, y ella seguía adelante en su caminar, y la abuela persistía en su enfermedad, aunque yo creo que en el fondo lo que deseaba era llamar la atención de su nieta, mientras yo me encargaba de su seguridad... sin dejarme ver...

Hasta que ella me descubrió, una mañana del mes de marzo, agazapado detrás de un arbusto de endrinas... "Sal... seas quien seas... Sal, y no tengas miedo, que no te voy a comer..." Me hizo mucha gracia, que ella, que abultaba la tercera parte que yo, me dijera que no debía tener miedo... Por eso, me fui levantando muy despacio, sin hacer gestos bruscos que pudieran inquietarla, hasta erguirme por completo sobre las patas de atrás (hace mucho tiempo que los lobos caminamos como los hombres... muchas veces con botas de pesca, para no dejar huellas...). Pero ella, mi amada, mi dulce Caperucita Roja, con su corto vestidito rojo, sus botas rojas, la blusa blanca y su capota roja, no se asusta, sino que tiende la mano hacia mi frondosa cola, y la acaricia suavemente, mientras me dice: "Eres realmente hermoso, lobo feroz..." Yo noté que una especie de corriente eléctrica me recorría, por el tacto de su mano sobre mi piel... "Acompáñame si quieres hasta la casa de mi abuelita... pero esta vez no hace falta que te escondas..."

Aquél fue el primero de nuestros paseos por el bosque... Y de alguna manera, estar con ella se convirtió en el único objetivo de mi existencia... Durante el resto de la semana, yo me ocupaba de mis tareas habituales. pescar en el río, cazar algún conejo, correr contra el hombre lobo en las noches de luna llena (a veces, me costaba alcanzarle, y otras le dejaba ganar, para obviar su mal carácter...), y, por supuesto, jugar al póker con las otras criaturas mágicas en la taberna, sin meterme con nadie... Pero los días que tocaba el paseo con Caperucita y la partida de mus con la abuelita, que me había terminado aceptando una vez superado el sobresalto inicial, puesto que en mis grandes ojos leía que jamás le haría daño a mi Caperucita Roja (que en verdad se llamaba Elisabetta)... bueno, aquellos días, tocaba paseo con Caperucita, y antes me limpiaba los dientes con agua y cenizas, me lavaba completamente en la poza usando jabón ecológico, y me ponía mi mejor ropa, incluyendo en ocasiones mi hermoso monóculo... Era agradable, estar con ellas, pero sobre todo, con Caperucita...

Caminar a su lado, de la mano... llevarla sobre mi lomo durante algunas de nuestras locas carreras por el bosque... oler su perfume levemente almizclado... Algunas veces estaba tan tremendamente excitado, que tenía que esconderme entre unos arbustos, para aliviarme con un rápido meneo, y no presentarme ante sus ojos con una erección... La primera vez que me siguió dentro de los arbustos, y me rozó con su mano.... fue algo muy intenso... El sexo no la asustaba, más bien al contrario, tenía ya alguna experiencia previa con el cazador y el molinero... y los lobos estamos muy bien dotados, y sabemos cómo satisfacer a una mujer... Fueron varios años de lujuria, de refugiarnos en nuestro lugar secreto en el corazón del bosque, cada tarde después de la visita a la abuelita, de recorrer nuestros cuerpos con los ojos, las manos, la lengua... y alcanzar el orgasmo simultáneamente...

Pero la abuelita murió en mitad de la partida... la enterramos bajo un olmo, detrás de la casa... Y Caperucita se quedó sola en el mundo, puesto que era huérfana, y vivía con la panadera... Tuvimos que mentir, que falsificar las pruebas y la firma de la abuelita, para cobrar la pensión y pagar el alojamiento a su casera... En las raras ocasiones en las que un inspector de Hacienda se personaba en la puerta de la cabaña, Caperucita le daba una galletita alucinógena, y yo me metía en la cama, con el camisón, el gorro y las gafas de la abuelita, e interpretaba mi papel... "Qué grandes tienes los ojos, abuelita...", me decía el imbécil del inspector... "Son para verte mejor, querido inspector...", le respondía yo... Y no habríamos sido descubiertos, y nos habríamos podido seguir amando en la cabaña del bosque, si no hubiera sido por el cazador...

El cazador siempre ha sido mala gente, dicen que había participado en monterías con un tal Franco, y llevaba un tiempo acechando a Caperucita, siguiéndola de vez en cuando en sus desplazamientos por la floresta... Y aquella maldita tarde de junio, entró en la casa dando una fuerte patada en la puerta, y con la escopeta en ristre... Nos pilló, amándonos... De un culatazo en las costillas, derribó a Caperucita, sin darle opción a explicarse (como si hiciera falta)... Estaba celoso, porque yo la había estado satisfaciendo como mujer, algo que él, con su ridícula colita de humano, jamás podría conseguir... Me pilló desprevenido, y me dejó inconsciente de un golpe en la sien, mientras yo intentaba despertar a Caperucita, o protegerla de mayores daños...

Recuperé la conciencia entre fuertes dolores, con las primeras luces del alba... El suelo, a mi alrededor, estaba lleno de sangre seca, y notaba fuego en las ingles... A mi lado se encontraba una figura, una chica menuda, de mirada ojerosa, y profundos ojos negros... ¡Era Blancanieves! ¿Qué hacía aquí, conmigo, a estas horas, tan lejos de sus cuatro enanitos (un segundo que maté yo, y el tercero, el hombre lobo)? Quizás intuyendo mi pregunta, ella comenzó a hablar... "No hay nada que hacer... Ella ya no está aquí, Lobo Feroz: el Cazador se la ha vendido a los Cuatro Enanitos, con la condición de que se la llevasen muy lejos de aquí, a las Tierras de Mordor... Y respecto a lo tuyo.. bueno, te he cosido lo mejor posible... pero no he podido hacer nada con tus testículos... ni con tu corazón..."

Y desde entonces, desde aquella fatídica mañana del mes de junio, no solamente me he convertido en medio lobo, incapaz incluso de satisfacer a las gallinas por métodos tradicionales... sino que jamás he vuelto a sentir nada, ni amor, ni odio, por otra criatura... Por si fuera poco, en un último acto de vileza sin par, cuando todavía llevaba en el talego las diez piedras preciosas que le pagaron por Caperucita... el maldito cazador se fue a contar la historia a su manera a dos hermanos escritores, que buscaban relatos para sus cuentos populares... Grimm, creo que se apellidaban... Sin mi amor, sin corazón, sin testículos, convertido en el asesino de la Abuelita, en el acechador y maltratador de Caperucita, con el Cazador como héroe absoluto... ¿Todavía te extrañas, extranjero, de que mi pena sea muy grande... y de que intente ahogar mi insondable dolor en ginebra?"

Con otros cuatro vasitos que se bebió durante la narración, el viejo lobo feroz, de cuya historia no tengo muchos motivos para dudar, incluso habiendo pasado más de 100 años, se ha quedado dormido... Y yo le observo, atentamente... En su rostro están grabadas mil penalidades de una vida vacía y sin amor... Y todo ello, su voz, su aspecto, su evidente tristeza, me hace creerle... Al descubrir en el bolsillo de su pecho el viejo recorte de un libro de cuentos, en el que están representados los dos, y se les ve felices... y reconocerla a ella... Decido que lo mejor es callarme... Porque no sería fácil decirle que yo soy "El Sastrecillo Valiente"... y que rescaté a Caperucita Roja de los enanitos... ahora solo uno, y convertido en Golum... y que desde entonces, vivimos felices, y comemos perdices... en el País del Otro Cuento de Hadas...

domingo, 18 de septiembre de 2011

EL VIEJO TROVADOR

El viejo trovador está cansado, y triste, un día gris de invierno, cuando el milagro de la Primavera parece casi un imposible... Pero sabe que hoy tiene que hacerlo, no puede aplazar más tiempo aquella llamada a un joven escritor, amigo suyo, que hace un mes y pico le mandó una carta, un mensaje, y un libro... Casi sin quererlo, sonríe al recordar las palabras escritas con tinta turquesa... "Querido Quique: aquí tienes mi primer libro, que cuenta historias de amor... Creo que gracias a ti, soy mejor persona... Cordiales maullidos desde Madrid..."

Un rincón de Bárcena Mayor
En la carta, la primera en muchos meses de silencio porque a veces, no hace falta escribir para acordarse de alguien, el joven escritor le pone al día sobre las cosas que ha ido consiguiendo, y perdiendo, desde la última vez que hablaron... Si bien lo que también le hace sonreír es el recuerdo de cómo se conocieron, durante una semana de campamento en el pueblo de Bárcena Mayor... Era el año 1983, "el año mágico", y si en algo destacaba el joven escritor (por aquél entonces, un niño) era en sus inmensos ojos marrones, la atención que ponía en tantas cosas nuevas, y sus ganas por aprender... Se hizo amigo, durante aquella estancia, de su hijo... Pero sobre todo, de él, convirtiéndose en una especie de hermano mayor o de figura paterna cariñosa, de la que tan necesitado estaba...

Comenzaron las cartas, al principio más frecuentes, luego dilatándose en el tiempo... Pero a través de ríos de tinta, de algunas postales, mantuvieron el contacto... Aunque la mejor sorpresa que pudo darle fue cuando viajó a Madrid y le llamó a su casa, una tarde de primavera, y quedaron para merendar... Los dos habían cambiado mucho, pero no los recuerdos, algunos de ellos fijados en el tiempo en una serie de fotos viradas en sepia... Decenas de recuerdos, de momentos, regresaron a su memoria...

Es cierto, el adolescente repitió aquél viaje iniciático, en tren hasta Santander, y luego, caminando de Cabezón de la Sal a Bárcena mayor, en solitario y con un mapa del ejército... Y le mandaba postales de vez en cuando... Incluso le dio la sorpresa de presentarse en Santander con su esposa, y con el gato, para compartir una ración de "rabas" en "El Gelín"... y comer juntos en un restaurante de pescadores en la periferia, de frente al mar...

Han seguido pasando los años, casi treinta, y la amistad permanece... Quizás por eso hoy se ha decidido a llamarle, para ver qué tal estaba, agradecerle sus palabras amables, el libro... O para sentir que no todo en la vida lo puede manipular la tristeza, ni la soledad... Por eso, le deja un mensaje en el móvil, la mejor crítica que ha recibido su libro hasta la fecha... Y tampoco le extraña cuando, al filo de las seis de la tarde, suena el móvil, y reconoce su número, y su voz...

Es una llamada corta, es cierto, porque a veces las cosas buenas, y las malas, se dicen pronto, pero le hace sentir mejor... Le hace pensar, quizás, que si esta amistad, nacida de una convivencia de una semana, ha perdurado tanto en el tiempo... que si este joven escritor, cuyo libro le ha gustado tanto, sigue considerándose en deuda con él... quizás no todos los aspectos de su vida sean ahora tan grises, como las brumas de la depresión se los transmiten...

Fíjate, de repente, le hormiguean un poco las manos... y tiene ganas de retomar, aunque sea unos minutos, los pinceles... y crear de nuevo otros mundos... con la esquiva magia de la infancia... cuando todo era más sencillo...

Y el joven escritor, preocupado aunque reconfortado por la llamada, se imagina al viejo trovador un poquito más animado... Y escribe, tal vez esperando que la magia de las palabras haga que su amigo, monitor, mentor y mil cosas más, se sienta un poco mejor...


domingo, 11 de septiembre de 2011

SIETELECHES

Cálido mes de junio en Madrid... La ventana de mi despacho da a los jardines de la Comunidad... Y cada tarde, a las 18:30 (una hora menos en Canarias), los veo pasar... Primero suena el chirrido de la puerta de entrada, y luego, se escucha el cansino arrastrar de unos pies que han recorrido muchos kilómetros a lo largo de su vida, y una respiración gastada y herrumbrosa hace los coros... Acompañado del mudo trote de unas patas pequeñas, y el sonido de tres cascabeles... Entraban en escena Don Celestino... y "Sieteleches"...


Lentamente, muy lentamente, la extraña pareja recorre el camino de acceso, "Sieteleches" siempre inspeccionándolo todo, como si fuera un soldado en territorio enemigo, que se para en cada intersección, y con un par de veloces movimientos de rabo, le indica a Celestino que puede seguir adelante...Y éste, bien entrenado, aprovecha aquellos momentos para recuperar de alguna manera el fuelle, y seguir caminando, pasito a pasito, hasta llegar a su objetivo veraniego: el segundo banco a la derecha, donde el sol no molesta a aquellas horas de la tarde... Cuando Celestino ocupa su lugar bajo la luz dorada, "Sieteleches" se ocupa de sus obligaciones perrunas: husmear todos los rincones de la extensión de arena, como si fuera de su exclusiva propiedad, marcar con pequeñas gotas de orina "sus" àrboles, revolcarse furiosamente entre las primeras hojas del otoño, comer toneladas de hierba, perseguir algún pájaro, todo esto, regresando cada cinco minutos para comprobar cómo se encuentra Celestino, llevándole de vez en cuando un pequeño "informe material" de sus actividades: un puñado de hojas, algo de tierra, las plumas de un pájaro, un caracol...

Sieteleches es, como habrás adivinado, un perro mestizo, con todo el cuerpo blanco, menos las orejas, que son marrones, y varias grandes manchas negras en el lomo... Casi nunca ladra... Es amistoso con los demás perros y con los niños, pero le tiene bastante manía a los niñatos de la calle que se cuelan en el jardín...

Y Celestino es un hombre anciano, con los ochenta ampliamente superados, el pelo escaso y muy blanco, un solo ojo brillante y azúl (el otro lo tiene tapado por un parche), su Txapela negra, su gabardina, y su bastón de empuñadura de plata con forma de cabeza de bull-dog... Casi siempre viste con una de esas rebecas de abuelo en tonos de marrones, pantalones de lana marrones (con cinturón negro), camisa blanca, calcetines y zapatos negros lustrados... Debe tener un inacabable surtido de pantalones idénticos, porque siempre va limpio, y huele a Álvarez Gómez...


Todas las tardes, tengo un poco de miedo de que llegue la última parte del ritual, pues es cuando "Sieteleches", obediente, hace sus necesidades sobre la arena, cerca del banco, y Celestino tiene que agacharse, trabajosamente, para recogerlo... En una de aquellas recogidas, Celestino pierde el equilibrio, y se cae de bruces sobre la arena... El parque está vacío, y como sé que a esa hora no suele venir nadie, me falta tiempo para coger las llaves de casa, salir dando un portazo (que seguramente habrá despertado a "Chiqui", nuestro gatazo comprensivo), y correr los cien metros lisos, hasta que llego al pie del banco. El anciano está gimiendo suavemente, pero no tiene más que pequeños cortes superficiales en la frente, y un morado en la mejilla derecha... Le ayudo a incorporarse despacio, y consigo sentarlo en el banco... No pesa casi nada... "¿Está bien? ¿Se encuentra usted bien?", le pregunto, sintiéndome un poco tonto por decirle eso a una persona acaba de besar el suelo en plan Papa... pero fallando en el aterrizaje... "Tranquilo, hijo, que estoy bien...", es lo único que me dice, cuando por fin está sentado.. Sin embargo, muy bien no debe de estar, cuando le está saliendo un hilillo de sangre de la nariz... "No se preocupe, que voy a buscar ayuda..", le digo, segundos antes de salir otra vez corriendo del jardín, y entrar en la farmacia... "Necesito ayuda en el jardín... Un señor se ha caído, y está sangrando..." Rosario, la boticaria, coge su botiquín de primeros auxilios y, tras dejar a Mónica, la auxiliar, al mando, me sigue rápidamente...
"Buenas tardes señor. ¿Qué tal está?", le pregunta, mientras le restaña la sangre con un par de gasas mojadas en agua oxigenada... "Bien, bien, vamos tirando, he tenido un percance, pero este chico tan amable me está ayudando..." Chico... hace más de 25 años que me llamaron así por última vez... pero me gusta... A través de una serie de preguntas, nos enteramos de que se llama Celestino, tiene 89 años, fue militar de carrera (jubilado con el grado de teniente)... y de que su perro, un mestizo vivaracho, se llama "Sieteleches... porque es una mezcla de muchas razas, incluyendo una parte de Husky en los ojos... Menuda juerga que tuvieron sus progenitores..." Del examen preliminar, Rosario deduce que él se encuentra bien, "sano y alimentado... y con las facultades mentales perfectas... No precisa más atención por el momento, y no hay lesiones de gravedad..." Por lo tanto, todo queda en un susto... y en el comienzo de una amistad...
Al tener las tardes libres, decido descansar un rato, tomar el fresco, y pasarlo hablando con Celestino... y jugando con "Sieteleches"... Y durante aquellos momentos robados al presente continuo, "porque los viejos ya no tenemos pasado ni futuro... un día estás... y otro no...", va surgiendo una complicidad... Él me recuerda a mi abuelo, fallecido en el 2000, y yo le recuerdo a su hijo, que vive en Donosti, y se pasa un par de veces al año por Madrid... "porque no tenemos una relación demasiado cordial..." Durante seis meses, todas las tardes hablamos una hora, aprovechando el buen tiempo al principio, y cuando comienzan las lluvias, trasladamos la tertulia a mi casa... aunque eso no deja de representar cierta complejidad, por "Sieteleches"... y nuestro gatazo negro y vacilón, "Chiqui"...
Los primeros encuentros entre las dos mascotas son algo complicados... y como perro y gato, se persiguen por media casa, saltando encima de la mesa del comedor, y con toda una sinfonía de maullidos, bufidos y ladridos... que termina en cinco minutos, cuando se desvanece el periodo de actividad de "Chiqui"... A partir del cuarto encuentro, cada uno de ellos se queda tumbado a los pies de su mascota humana... pero sin dejar de vigilarse mutuamente...
Pasamos casi todo el tiempo hablando, en ocasiones me pide que le lea algún artículo del periódico, "porque mi vista ya no es como antes...", y me da la impresión de estar interactuando con un viejo amigo... Escucho atentamente sus historias, su participación en la Guerra Civil en el bando nacional, su matrimonio "con una extremeña de muy buen ver...", del que nacieron dos hijos, uno de ellos murió en la estación de Atocha el 11-M, sus aficiones ("pasear, dormir, escuchar la radio, hacer crucigramas... y cuando puedo, leer un ratico...") y otras muchas cosas... Resulta que somos casi vecinos, porque él vive en la escalera 3, Bajo-A, aunque su casa es mucho más pequeña que la mía... Unas veces en el jardín, otras en el salón o en mi cocina, convertimos nuestras charlas en tradición... Pero todo terminó el 12 de octubre...
Aquella tarde, estuve fuera de casa, y pensé que Celestino ya habría dado el paseo con "Sieteleches"... Pero el miércoles 13, solo acude a la cita el perro... Parece muy nervioso, algo alterado... Y dedica casi dos horas en hacer viajes entre el jardín y su casa (o al menos, eso supongo...), llevando toda una serie de objetos en la boca... El día 14, no viene ninguno de los dos y, preocupado, le pido a nuestro portero, Ángel, que me acompañe a casa de Celestino... Y lo que nos encontramos en el pequeño salón, al abrir la puerta, creo que es algo que difícilmente podré olvidar en muchos años...
Celestino está sentado en su sillón de orejas, con la boina puesta, el parche sobre el ojo, y las manos en el regazo... Tiene las piernas tapadas por una manta a cuadros escocesa, y sus zapatillas de felpa... Lleva muerto como poco dos días, y el óbito se produjo, según la autopsia, por causa natural... Siempre impresiona la primera vez que te encuentras con un cadáver, pero si es el de una persona a la que estimas, es mucho peor, aunque no sea un familiar directo... De todas formas, lo que nos dejó a Ángel y a mí con la boca abierta era la multitud de objetos que estaban a sus pies: un puñado de hojas del jardín, otro de hierba, una ardilla muerta, un topillo muerto, un bocado de tierra, el bastón de paseo, los zapatos especiales, una botella de agua, otra manta escocesa, un plato con algo de pan y queso, el periódico y las gafas de lectura... y, entre todas aquellas ofrendas, "Sieteleches"... Creo que el perruno compañero le había llevado a su amo todas aquellas cosas que le gustaban, intentando que reaccionase, que volviera incluso de la muerte, que no le dejase solo... pero sin conseguirlo...
Tuvimos que avisar a la Policía, vino una patrulla... con el forense... Cuando su casa se llenó de gente, "Sieteleches" empezó a gemir de forma lastimera, y fue muy difícil separarte de Celestino... Dos días después, llegó el hijo, y organizó la incineración... Estábamos los cinco: el cura, el técnico de la funeraria, el hijo (llamado Francisco), "Sieteleches" y yo... El hijo recogió las cenizas, y nunca más volví a verle... "Sieteleches" se quedó con nosotros, aunque tuve que dormir varias semanas en el cuarto de invitados, porque mi mujer se pilló un cabreo monumental...


Las cunas están la una junto a la otra, y perro y gato pasan casi todo el día hablando de sus cosas, tramando maldades, y el único conflicto surge cuando deciden a quién le toca que le pase la carda antes... Y otro cambio apreciable es que en el despacho tengo dos sillas de invitados, en las que se sientan "Chiqui" y "Sieteleches"...

Y ahora, son dos las cabezas que se alzan, y dos ronquidos los que se interrumpen, cada vez que dejo de escribir... Todas las tardes, al filo de las seis y media, voy al jardín, me siento en el banco de Celestino, y dejo que "Sieteleches" efectúe su inspección... y de vez en cuando, me parece que Celestino está aquí, a mi lado, disfrutando del último sol...

PALABRAS DEL VIEJO TROVADOR

Con un último esfuerzo de testaruda voluntad, el trovador reordena sus marchitas ideas, recuerdos de miles de minutos que murieron, con la esperanza de revivir, en algún corazón, aquellos sentimientos de perdida felicidad... que durante tantos años ha ido acumulando sobre sus frágiles hombros... La juventud, la niñez, la madurez, han dejado su huella, grabando profundos surcos en la cara interna de su corazón, aunque nadie, salvo él mismo (y posiblemente su gato Chiqui) puede verlo...


Y por eso, él se toma unos segundos, y trata de distinguir en las penumbras los rostros del público, que ha venido, en aquella tarde de verano, en el filo del ocaso, para escucharle... y recuerda... y, después de subirse lentamente al taburete de madera iluminado por el foco de luz blanca, comienza a hablar...



"Hoy no habrá canciones... ni música... no me acompañará mi vieja guitarra... Y como veis, tampoco hay músicos en escena... Prefiero contaros una sencilla historia... mi historia... la de mi vida, mis amores, soledades, ausencias... Cuando yo era mucho más joven e inocente, pensaba que la vida era mucho más sencilla, que todo era blanco o negro, sin matices medios, ni medias verdades... La vida, esa amante esquiva y casquivana, que siempre te hace pensar en el mañana, en lo que está por venir, o en lo que irremediablemente has perdido... de forma tal que nunca tienes tiempo de aprovechar el presente... la vida, os decía, no ha sido del todo mala conmigo... Quizás porque a grandes rasgos he aprendido a olvidar todas aquellas cosas, personas o momentos que me han hecho daño...



Atrás quedaron los confusos años de la infancia, la soledad, los miedos (a la oscuridad, al silencio, a defraudar a los demás, al "qué dirán...") y las añoranzas... Un buen día, opté por borrarlo todo, lo bueno y lo malo... y quizás por eso, únicamente entre brumas percibo el rostro del primer gran amor, aquellos momentos robados al futuro, mis sueños de eternidad... con ella... Un extraño bálsamo que mana de mi corazón reparte pequeñas dosis de felicidad por todo mi cuerpo, saturándome de dulces mentiras y de futuros aleatorios e imposibles...



También he ido dejando al margen todos los futuribles, las maneras en que mi vida podría haber cambiado si hubiera tomado otras decisiones, algunas de ellas tan minúsculas, o tan limitadas en el tiempo, que parece mentira que su efecto haya sido tan fuerte, tan devastador sobre el resto de mi vida... Escoger una carrera distinta, medicina por ejemplo... No cambiar de destino en el ejército... Tener más confianza en mí mismo en el periódico... Apostar por aquella emisora de radio que empezaba su andadura... Aunque las más importantes, las que realmente podrían haber cambiado todos mis presentes, se resumen en pocas palabras... "Si ella me hubiera querido..."



"Ella"... Siempre ha habido una "Ella" en mi vida, en mis pasados, presentes y futuros... Esa persona especial, que con una sola sonrisa, transformaba en mañana de primavera cualquier ventosa y gélida noche de invierno... Que con una sola mirada, hacía latir más fuerte mi corazón... El tacto de una de sus manos en mis mejillas, me devolvía las ganas de vivir... Y su dulce y afrutado aliento, en mi nuca, me hacía alcanzar las nubes, como si quisiera enlazar la luna y ponerla a sus pies...



He tenido la gran suerte de haber disfrutado de siete "Ellas", y todas me han ido dejando algo en herencia... Innumerables charlas en banco de instituto... La dulzura de algunos músicos italianos... Alguna carta de amor... El refugio de sus inmensos ojos negros... El roce de su brazo... La tersura de una mejilla dorada por el sol... La magia de la fotografía en blanco y negro... La dulzura de una sonrisa... Siempre en el limbo de la amistad y el amor... En el territorio fronterizo... Entre el "quiero" y el "puedo"...



Hasta que la encontré a ella... Mi amiga... Mi compañera... Mi amante... Mi mujer... De alguna manera, todo cambia, cuando por fin encuentras alguien que te quiere solamente por lo que eres, y no por lo que podrías haber sido... Fueron sus enormes ojos tristes, en el limbo del verde y el marrón, los que me hicieron fijarme en ella... Siempre le dije que a mí quien me gustaba era su amiga, aquella primera vez... pero creo que desde aquél primer encuentro, nuestros destinos quedaron ligados, para bien o para mal... Supongo que eso es algo que ya no tiene demasiada importancia, cuando todo forma parte de la historia antigua...



Antigua, porque en todos estos años, nos hemos ido amoldando, descubriéndonos día a día, pero sin perder la capacidad de sorprendernos... Te das cuenta de hasta qué punto es importante una persona en tu vida, cuando llega un momento en el que es "Ella" la única que acude a tu memoria en los buenos, pero sobre todo, en los malos momentos... haciendo que sean un poco más fáciles de digerir... y mitigando el dolor con una caricia, una mirada, un beso... que tu corazón sea un poco más loco y bandido que antes... y puedes beber de sus labios el bálsamo del olvido...



Olvido, en ciertas ocasiones, de todo... de los sueños rotos... las ocasiones perdidas... los futuros imperfectos... las ansiedades inconfesables... Y memoria... de amaneceres entre las sábanas... de su cabello repartido por toda la almohada, como una aureola... de íntimos gemidos y pequeños jadeos... de besos robados en la puerta del tiempo... de sueños y anhelos aún no cumplidos...



De todos estos anhelos, de estos proyectos no realizados... solo hay uno que realmente me duele... El no haber tenido un hijo... Se me van los ojos detrás de las embarazadas... Me detengo cuando veo el carrito de un bebé, y atisbo en su interior, quien sabe si buscando en él los rasgos del que podría ser nuestro niño: el pelo negro, los ojos verdes o marrones, la piel muy blanca, las manitas pequeñas pero muy fuertes... Ya he mirado carritos de bebé en internet, y tronas, y bañeras, y cambiadores... La habitación ya está reservada, y pintada en azul bebé... y en nuestro dormitorio hay sitio de sobra para la cuna... Casi puedo imaginar su gateo... El sonido de sus primeros pasos...



Aunque de momento, los únicos pasos que resuenan en el pasillo son los de Chiqui, nuestro gato... Que de "increíble gato cojín" ha pasado a "increíble gato puff"... y como siga engordando, terminará siendo "el increíble gato sillón"... No sé, igual es algo que solo pueden entender los gatófilos, aquellos humanos que se han decidido a compartir su vida con uno de esos tigres en miniatura, que te acechan desde debajo de las sillas... o se suben de un salto a la cama, en mitad de la siesta... y cuyo extraño ronroneo, de alguna manera, nos da paz...



Paz, como la que encuentras en aquellas personas que escoges para que te acompañen a lo largo de tu vida... presencias cambiantes o permanentes, que te amparan, te escuchan, te dan fuerza... No en vano dicen que "los amigos son la familia que uno escoge" y, muchas veces, te acompañan en las negras soledades del alma... y comparten también contigo los amaneceres de la paz, y los arco iris de la esperanza... Mas, aunque a todos intentas quererlos por igual, siempre habrá uno hacia el cual vuelen tus pensamientos... Tendrás una persona muy especial, que ocupe un lugar de honor en tu corazón... Yo la tengo, y sin ella, mi vida no sería completa... Pues gracias a las dos, mi mujer y mi amiga, alcanzo el tan ansiado equilibrio... Y sigo adelante, con mis deseos, y mis esperanzas...



Espero que todos vosotros tengáis una "Ella"... o un "Él"... que os acompañe en vuestro caminar... que os dé fuerzas, al mismo tiempo que os haga sentir protegidos... y fuertes y poderosos a la vez... Que llegaréis a conocer la plenitud del verbo amar... Para que algún día, al miraros al espejo del alma, quizás en los estertores de vuestra vida, podáis decir tres palabras... "He sido feliz..." Y con esto, os dejo, en una noche sin luna ni estrellas, salvo la Cruz del Sur, que siempre vela por los amantes..."



Y con estas palabras, el viejo trovador se bajó del taburete lentamente, y sus ropas negras se fundieron con el fondo del escenario, mientras se perdía entre bastidores... Y entonces, en aquél momento perfecto... comenzaron los aplausos...

sábado, 10 de septiembre de 2011

AQUÉL SEÑOR CON BOINA...

Mi abuelo era un señor mayor con boina negra, cara arrugada, sobre todo alrededor de los ojos, él decía que de tanto sonreír cuando nos veía, a mi hermana y a mí, correr veloces a recibirle, cuando volvía a casa...

"Erase una vez que se era, tres...", lo que fuera, todas las noches le pedía un cuento, cualquiera, pero con el número tres: los tres cerditos malos, los tres lobitos buenos... las tres excavadoras... y más de una vez le ponía en aprietos.... pero, sin embargo, nunca repitió un cuento...

Supongo que mis primeros recuerdos juntos, son de cuando me acunaba en los brazos todas las noches, o las tardes, o cuando fuera, y solo en su regazo era capaz de dormirme, tranquilizado por el sonido de su grande y fuerte corazón... Uno de los mayores "sustos" de mi infancia fue la mañana en que entré en su dormitorio, y vi los dientes dentro de un vaso de agua...

Estoy convencido de que ya nació viejo, pues cuando mi madre me enseña alguna foto de cuando él era más joven, me cuesta reconocerlo, y de hecho, no me lo imagino con pelo, con dientes auténticos, o sin una chapela negra... Creo que no habré visto más de una docena de fotos de su juventud... Si bien lo más importante no es cómo fuera en realidad, sino cómo yo lo recuerdo... Y hasta qué punto ha influido en mi desarrollo como "persona humana"...

Toneladas métricas de cariño y de bondad, desde los interminables paseos por el pasillo de nuestra casa, mientras me contaba un cuento hasta que yo me quedaba dormido... hasta las carreras salvajes de triciclos por el Parque del Retiro, con mi hermana, durante nuestra infancia... todas las veces que le conté mis desengaños amorosos... o que descubrí que era él quien me tranquilizaba...

Su lugar preferido de toda la casa era el comedor, sobre todo el sillón que estaba cerca de la ventana, para ver un poco la tele, sobre todo las noticias, o alguna película, y ocasionalmente, una corrida de toros... Nunca le gustó el fútbol, pero sí la política... Sus grandes pasiones eran el estudio, y la literatura...

Sigo pensando que le fallé en los últimos años de su vida, al mismo tiempo que le fallé a mi madre... Mientras pudo caminar, mientras salía todas las tardes de paseo, aunque fuera una triste vuelta a la manzana, conservó una cierta calidad de vida, y también la tuvimos nosotros... No estuve a su lado el día de su muerte, y de todas formas, prefiero recordarlo en vida, como aquél señor con boina y ojos bondadosos... que me enseñó tantas cosas de la vida...

viernes, 9 de septiembre de 2011

LA MALDICIÓN DE CAMPANILLA...

Aquella vez, no pude salvarla...

¡Ellos eran tantos, y tan pocas mis espadas! ¿De qué sirve jurar fidelidad eterna... si me la puede robar la muerte... una vez más? Y dejó de respirar, entre mis brazos, y yo, bañado por su sangre, solo deseaba morir, con ella...¿Quién iba a pensar aquello, de ella? ¿Quién iba a suponer que un hada, mi hada, Campanilla, sería así?
Jamás comprendí sus intenciones, nunca le dí importancia a sus besos, a sus cosquillas, sus caricias, ni a las veces que la sorprendía durmiendo sobre mi cuerpo, en zonas donde las hadas no se aventuran... Pues una cosa es cierta: por mucho que seamos los "niños perdidos"... seguimos teniendo la misma edad, cuando nos traen o llegamos al País de Nunca Jamás... y durante todo el tiempo que permanezcamos allí... La misma edad, casi siempre los mismos compañeros de juegos (salvo en las ocasiones en que nos lanzábamos en guerra contra los indios... sobre todo contra algunas de las indias, especialmente bellas...).

Hasta que llegó Wendy, con sus hermanos, todo era más o menos lógico y "normal"... hasta el punto en que puede serlo un grupo de adolescentes y pre-adolescentes... con sus deseos... sus necesidades... sus inquietudes... y sus maneras de aliviar las necesidades de Mamá Naturaleza... Los más pequeños no se enteraban de nada, ¿para qué iban a seguirnos a ciertas reuniones con los indios, sobre la cálida arena de la playa? Que el sexo no es sucio, ni malo, señores míos... Sobre todo, cuando lo vives como algo normal...

De las tendencias del Capitán Garfio, no es necesario hablar: siempre fue bastante "gay", y en la intimidad de su camarote, disfrutaba poniéndose un "tutú" rosa, las zapatillas de ballet, y practicando extraños numeritos con Sambo, el cocinero (negro, para más señas)... Las peleas, por supuesto, no eran más que una excusa, para desfogarnos... ¿Nadie se da cuenta de lo amargo que es ser siempre un eterno adolescente?

Pero claro, esa estabilidad se terminó en cuanto entró en escena Wendy... ¿Cómo puedo explicaros la impresión que causó en todos nosotros, aquella noche? Quizás fue culpa mía, jamás tendría que haberme llevado a la isla a una adolescente tan atractiva, tan mágica, tan... no sé... tan Wendy... La perfecta combinación de una capacidad de confiar en los demás infinita, una casi total ausencia de malicia... y el cuerpo más hermoso que yo había visto en toda mi vida... ¡Qué poco podía imaginar hasta qué punto nuestra existencia se trastornaría, por su culpa!

Insisto, había mujeres en la isla, las indias, todas del estilo "Pocahontas" (poco pecho, pocas caderas, muy complicadas de persuadir para que llegasen hasta el final, aunque no había riesgo de embarazo)... y tampoco éramos tantos los piratas, los niños perdidos, ni los indios, en condiciones de procrear... Pero con Wendy... incluso robarle un beso se convertía en una operación militar.. ¿Que si me enamoré de ella? Por supuesto, a pesar de mi breve aventura con "Wingapooh" Además, llevaba décadas atrapado en el cuerpo de un adolescente de diecisiete años, pero mis necesidades evolucionaban... incluso intenté liarme con una sirena...

Wendy... la dulce, curvilínea y hermosa Wendy... Un sueño húmedo convertido en realidad, fue la que trajo la desgracia y la muerte al País de Nunca Jamás... Por ella, comenzó la Primera Guerra con los Indios... ¿Y qué íbamos a hacer nosotros, un grupo de niñatos con tirachinas, palos, piedras, un par de boleadoras, varias cerbatanas, y una ingente cantidad de pañales manchados de mierda? Pues nos aliamos con los piratas, masacramos a los indios varones, nos quedamos con todas las indias más o menos guapas, y matamos al resto... La mitad de las supervivientes se quedó con nosotros, la otra mitad con los piratas, y durante varios años tuvimos paz...

Por supuesto, no contábamos con Campanilla... Ni con que deseara ser humana, y no solo eso, deseable, para estar conmigo... ¿Y yo qué culpa tenía de sus lúbricos deseos?¿Acaso pretendía ser como Julia Roberts? Desesperada, acudió a Úrsula, la bruja mala de "La Sirenita" (con quien tuve una aventura antes de que le crecieran las piernas), y a cambio de su capacidad de volar, la convirtió en humana, pero también le robó la voz (lo que en su caso no importaba mucho...). Como siempre, disponía de tres jornadas para hacer el amor conmigo...

Pero yo, a pesar de su atractivo, de su inocencia, lo que realmente deseaba era... acostarme con Wendy... Y lo logré... sin darme cuenta de que Campanilla nos miraba desde los arbustos... Despechada, se marchó al campamento de los piratas, sedujo al Capitán Garfio y a su segundo de a bordo, y con la promesa de entregarse a ellos, les hizo declararnos la guerra... de nuevo... pero esta vez, no quedaba nadie para defender a los Niños Perdidos... Uno tras otro, fueron cayendo, desventrados, decapitados, pisoteados, lanzados a los tiburones...

Ya solo quedamos Wendy y yo... Mi dulce y hermosa Wendy, caminando sobre la tabla, estaba a punto de ser devorada por los tiburones, los piratas la rodeaban por todas partes... Y Campanilla, saboreando su triunfo, habiendo satisfecho sus ansias de sexo con la mitad de la tripulación de los piratas, estaba allí, de pié junto al palo mayor... Aterricé a su lado, fingiendo que deseaba darle un beso, que la comprendía, que la quería, que la amaba incluso... antes de apuñalarla dos veces en el corazón... Sus enormes ojos verdes se abrieron por la sorpresa... quiero pensar que se arrepintió antes de morir... pero tampoco me importaba mucho... Su cuerpo fue menguando rápidamente... dejó de respirar... y la tiré por la borda...

Pero no contaba con el cocinero, celoso por los ojitos tiernos que el Capián Garfio le ponía a Wendy... Por eso, aprovechando un momento en el que yo no podía cubrirla con mi cuerpo ni con mis dos espadas (que el puñal sirve de muy poco contra los piratas) Sambo, el amante de garfio, la apuñaló con saña... en el corazón y en el pecho... Wendy, mi dulce y amada Wendy, se desplomó en el suelo, a mis pies... De un certero sablazo, decapité a Sambo...

Cayó sobre la cubierta sin un grito, y yo me lancé sobre ella, como si pudiera protegerla con mi cuerpo de la misma Muerte... Y aquí estoy, llorando, a su lado, mientras su sangre empapa mi ropa... Y no me importa nada lo que pase conmigo... que hagan lo que quieran los piratas... salvo ellos, y las indias esclavas, ya no queda nadie en el País de Nunca Jamás...

Que yo moriré al lado de mi amor...

LA VENTANA MÁGICA

Una buena amiga (y gran escritora, aunque ella se empeñe en decir lo contrario) me retó, hace unos días, a escribir un relato alegre... Quizás hoy no sea el mejor de los momentos... pero acepto el reto... y os cuento lo que está pasando, en este momento, mientras me fijo en la esquina derecha de la pantalla... Frank Sinatra suena, muy bajito, lo justo para enmascarar los ruidos de la calle, y del jardín de la comunidad... Sí, a pesar de todos mis buenos propósitos, estoy algo triste...

Esa impresión de que alguien está contigo, alguien que te quiso con locura, y de repente, lo sabes. Una débil ráfaga de colonia, de la marca "Àlvarez Gòmez", te aclara de quién se trata... ¡Como si a estas alturas fuera necesaria otra pista! Y quieres pronunciar esa palabra, lo deseas con toda tu alma, con todo tu corazón, para que él sea la primera persona en escucharte pronunciarla... Pero notas que no puedes hablar, que no sabes hablar, porque eres demasiado pequeño... Tú, a los cuarenta años, y te sientes como un niño pequeño...

Porque eres un niño pequeño... Estoy con los ojos cerrados, y son tantos los sonidos, y los olores, que te asaltan, que no sabes muy bien a cual de ellos dar prioridad... Sus pasos, con esos zapatones que te parecen inmensos desde tus ojos de niño, suenan con fuerza en el pasillo, con el suelo de parqué,no falta ni siquiera el leve crujido de la madera... Pero te quedas con dos cosas, que te tranquilizan... Su corazón, tan cerca de tus oídos: tengo la cabeza recostada en su pecho, lo bastante inclinada para verle la cara sin dificultad... "PU-PUM.. PU-PUM..." Ni puedo, ni quiero, escuchar otra cosa, porque al escucharlo, me siento vivo, y seguro, entre sus brazos...

Y su voz, tan querida, con la paciencia de mil mundos, para estar dispuesto a pasearme, en brazos, por el pasillo, mientras inventa sobre la marcha pequeños cuentecitos con el número tres... Lo de menos es el cuento, es la forma en que pronuncia la palabra, "tres"... y no son adaptaciones, qué va... Recuerdo el de "Las tres locomoras", que habían quedado en verse en un punto de la red, cerca de Valencia... o el de "Los tres hermanitos", que salen a buscar comida para su madre enferma... El de "Los tres globos de colores" no me gustó... odio los finales tristes... Me pasaba toda la tarde esperando que él volviera de la Diputación, y me rebullía en el parquecito, o en la cuna...

Yo no necesitaba nada más para ser feliz: su voz, su abrazo, su colonia... Y de vez en cuando, por no decir casi siempre, música clásica: aquella era la colaboración de mi padre al universo de mis primerísimos años... Escuchando a Mozart, a Brahms, Beethoven, Albinoni, aunque siempre tuve al "Va pensiero" como favorito... La consulta de mi padre era medianera con mi dormitorio, y cuando él apagaba la música, yo protestaba... enérgicamente...

Aquellos son algunos de mis recuerdos más antiguos, y más hermosos... Por eso, ahora me duele tanto que se vaya cerrando la ventana mágica, en la esquina derecha del ordenador, y la imagen se haga tan pequeña que ya me cueste distinguir a las dos figuras, que suben y bajan por el larguísimo pasillo... Añoro aquella seguridad, aquellos días, porque nunca en toda la vida creo haberme sentido más seguro... que en los brazos de mi abuelo...

Hoy se cumplen once años de su muerte... Y mi querida amiga me dirá "¿Pero no me habías prometido una historia alegre?¡Si esto es un drama!"... Y no tendré más remedio que llevarle la contraria... Porque no hay historia más hermosa que la de un nieto, en brazos de su abuelo... y de un amor tan paciente e incondicional...

Ahora, os dejo, pues voy a intentar abrir de nuevo la ventana mágica, y regresar con él, aunque sea unos minutos...

EL REGRESO DE PETER...

"¿Vienes?", es lo único que me preguntas, allí, en el filo, en el borde de la azotea, con decenas de metros por debajo, aunque en la zona azotada por el viento, se diría que son muchos más... El mundo se extiende, infinito, a nuestro alrededor, pero tú lo miras sin interés, el baile de luces y sombras, de futuro y pasado, como si nada importase ya en el fondo... Y te veo, hermosa, más hermosa y mágica que nunca, con tus vaqueros negros desteñidos y con cortes, tu top negro bajo una amplia camisa blanca, tus labios y uñas pintados de "rojo furcia" (al menos, así es como tú lo llamas), tus botines de cuero negro...

Eres hermosa, aunque eso ya te lo he dicho antes... Nos hemos conocido tres días antes, escuchando a "Blind Guardian", ya sabes, el tema "Imaginations from the other side", y supongo que eso, al mismo tiempo que mi aspecto, nos unió un poco más... Yo tengo diecisiete años, según los servicios sociales, soy un inadaptado, y me acabo de fugar de la enésima casa de acogida porque me querían obligar a recoger el cuarto, "al menos la comida podrida"... Pero cerré la puerta de un golpe, y creo que le hice daño a ella... No lo pretendía, pero con mis antecedentes, cualquiera me cree... Y allí estaba yo, intentando vender un poco de "crack" a los pringaos de cuarto de la ESO, que se creen más duros que nadie, con mis pintas habituales, vamos, las de siempre. botas y pantalones de combate (pero los "guapos", los de camuflaje urbano, la camiseta con la "Union Jack", la chupa de cuero con tachuelas en los hombros, y por supuesto, mi cresta azul turquesa... Sí, hay que ser muy machote, estar muy seguro de uno mismo, para ir con esas pintas por aquél barrio de gente bien... pero tengo un par de amiguitos: "puño americano" en el bolsillo, y "defensa extensible" (se la robé a un segurata) en la caña de la bota derecha... Sé pelear, pero no me gusta hacerlo...

Aquella tarde, mi único interés era vender la suficiente mierda para encontrar un sitio caliente donde pasar la noche... Y en lugar de eso, te encuentro a ti... Es un poco encontrarme a mí mismo, pero en tía, un pelín flacucha para mi gusto, pero con la misma pasión por la vida, por los libros y por la música, que yo... Me llevas a tu casa, tus padres han salido varios días de viaje, o al menos eso es lo que me has dicho, y yo no tengo por qué dudarlo, ¿verdad? No sé, me siento raro en aquella casa, no te pega nada... al menos, eso es lo que pienso hasta que me enseñas tu habitación... Hay pilas de libros y de Cd´s por todas partes, en las estanterías, sobre la mesa, incluso en la cama, de matrimonio, tienes la mitad ocupada... Si esta noche pretendemos dormir juntos, habrá que despejarla... Todo tiene un aire de cuidada dejadez,. no hay ni restos de comida, ni polvo, casi parece un fantástico decorado... y sigo sin sentirme bien... Me das un par de toallas, y una muda, "por si quieres ducharte", y como es cierto que hace cinco días desde mi última ducha, acepto encantado, que esta primavera está haciendo muchísimo calor... Aunque solo sea por quitarme las botas, agradezco la ropa, un poco extraña, que das para que me cambie: una camiseta de Iron Maiden sin mangas, un pantalón de chandal de felpa, calcetines de deporte, y unas inverosímiles zapatillas de monstruos, con ojos y todo... También me preguntas si quiero lavar toda mi ropa sucia, para llevármela en condiciones cuando me vaya ("tengo una secadora muy rápida, y no hará falta plancha", me dices)...

Después de la ducha, que prolongo media hora, para sentirme bien limpio, salgo con mi "nueva imagen", con la cresta tan aplastada, que insistes en hacerme una foto con el móvil... Yo saco la lengua, luciendo piercing, y tan contentos... Cenamos en la cocina, una pizza congelada super buena, y varias tarrinas de helado... Luego, vamos a tu habitación, entre los dos despejamos tu cama, lo que no nos lleva ni diez minutos, estiramos las sábanas, que no tienen ni una mota de polvo, y nos tumbamos a escuchar "Oasis", mientras nos pasamos un porro... No deja de tener su gracia: soy un traficante, pero lo más duro que me meto es un poco de "maría", de pascuas a ramos... Estoy muy nervioso, quizás por la música, o por las luces, o por ese fugaz atisbo del cuarto de tus padres, que me hace pensar a un decorado de televisión: demasiado perfecto, demasiado limpio, y más para llevar varios días fuera... La cocina y el cuarto de baño también dan el pego, pero me sigo notando raro... igual es la pizza que me ha sentado mal... Empiezo a mirarte con otros ojos... tienes un cuerpo de diosa, disimulado por aquellas ropas de mendiga... Me encantaría hacer el amor contigo aquella noche (qué raro, siempre digo "follar"), que nos desnudásemos lentamente... Pero tú eres quien toma la iniciativa... "¿Qué edad tienes?", te pregunto... "Dieciséis", me dices, pero lo más probable es que tengas quince... Estás hermosa a la luz de las velas, que has encendido minutos antes de desnudarte por completo... Hacemos el amor varias veces, con ansias, con ímpetu, sin complejos, y con mucha más energía de la que yo creía posible encontrar en nuestros cuerpos...

Y luego, nos damos otra ducha, pero esta vez juntos, aunque no nos metemos en la cama... "Vístete", me dices, que tu ropa ya está limpia y seca, lo que no me extraña, pues han pasado casi dos horas desde que empezamos a amarnos (aunque no recuerdo que la metieras en la secadora)... Huele bien, a suavizante, a jabón de calidad y, quién sabe, a esperanza... "Ven conmigo, a la azotea", me dices, y yo voy... Total, no tengo nada mejor que hacer... "¿Crees en las hadas?", me preguntas... Y, aunque en un primer momento me apetece responder "No, son una gilipollez para niños", algo en mi interior, quizás precisamente ese niño que se niega a crecer, te dice "Sí... creo en ellas..." Entonces me dices: "Si te pido que te tomes esta píldora azul, que me beses, que tengas fe, y que saltemos juntos desde esta azotea... ¿Lo harías?" Y yo, en el fondo, un romántico, y tontorrón empedernido, te respondo: "Sí, lo haré... Pero solo si me dices tu nombre..." En ese momento, me respondes: "Wendy...", y juntos damos lo que podría haber sido el último paso de nuestras vidas, nos elevamos...

Esa sensación de libertad absoluta que provoca el vuelo, y más aún junto a la persona amada... El hacer piruetas entre la niebla, esquivando los edificios por milésimas, la impresión de ser el rey del mundo... es algo que no tiene comparación... Y no dejo de mirarla a ella, mi dulce Wendy, quien me mira quizás un poco preocupada, y me dice: "Espero que ya habrás tenido aventuras suficientes para los próximos diez años, Peter, que los niños perdidos, los piratas, incluso el Capitán Garfio llevaban mucho tiempo preguntando por ti..." "Tranquila, Wendy, que me he traído un par de juguetitos de este futuro, que nos serán de gran utilidad..." Y, en aquél momento, saco de cada una de mis botas un MP4 con un terabite de capacidad, y lo más importante, con células solares auto-recargables, además de un juego de altavoces compactos de cromo vanadio de la máxima calidad...

Y, el resto del viaje, lo hacemos escuchando, entre otros, a "Pink Floyd"... Y mientras escuchamos "Shine on you crazy diamond", le pregunto algo que llevaba un buen rato rondándome la imaginación... "Wendy, y si hubiera respondido que no creo en las hadas, o no me hubiera tomado la pastilla azul´... ¿qué habría pasado?"... Durante unos minutos, guardas silencio, pero luego me dices: "Casi nada... Te habrías matado otra vez...", me respondes... "Vaya, entonces, no es mi primera escapada al mundo real..." "No, pero sí la más prolongada...", me respondes... "¿Y existe alguna manera de saber cuántas veces he... terminado mal?", te pregunto... "Es sencillo, fíjate en el número de medias lunas o de franjas blancas que tienes en el dedo pulgar de la mano derecha..."

"Tengo siete medias lunas... está claro que debo ser un poco más serio, más cordial con todo el mundo, y poner al día a los niños perdidos con Michael Jackson...", le dije a Wendy... "y en cuanto a ti... me encanta cuando te pones descarada y dominante..."

Y seguimos bromeando, y escuchando una gran música, hasta el país de Nunca Jamás...


LA SIERAN VARADA

El viento de Poniente ha dejado varada sobre la playa una hermosa sirena, esta mañana, con la bajamar… Hermosa criatura donde las haya, con sus tremendos ojos negros y su larga melena, ha vuelto a sentir la necesidad de experimentar la caricia del sol, el calor de sus rayos… incluso aunque supusiera volverse temporalmente humana, cuando se le secase por completo la cola… Por supuesto, no es lo más normal presenciar que las aguas depositan sobre las arenas una hermosa criatura, mitad pez, mitad humana, cada una de ellas por separado un proyecto de hibridación genética, mas por separado, ninguna de las dos sirve de mucho… aunque siempre podrías comerte la cola…



Hubo un tiempo durante el cual mucha gente se sentía medianamente cabreada o molesta con las hijas de Poseidón (sobre todo las hembras menos agraciadas), puesto que emergían a la superficie desnudas, ¿acaso existen sirenas que salgan con la ropa puesta? Y el mayor problema, especialmente, era que los varones humanos se prendaban de tan hermosas y descocadas criaturas… y como las sirenas tampoco se distinguen por su abstinencia, era frecuente verlas apareándose sobre la arena de la playa… y lo que salía después, cualquiera sabe…


Por eso, el sector más discreto y el más radical de la iglesia hizo difundir numerosas octavillas, en las que decían: “Sirenas, vale, de acuerdo… pero vestidas”… Durante cierto tiempo, en las arenas de Cádiz, se dejaban por la noche, en el límite superior de las aguas en la pleamar, unos hermosos conjuntos, a la par que recatados, para que las sirenas al salir de su medio y secarse la cola, tuvieran algo que ponerse…



La idea era buena… lo malo era que se parecía más bien a un “burka” o a una falda de mesa camilla, que a una prenda juvenil, por lo que se las distinguía de todas formas por la playa, y no estaban cómodas… También les dejaron bañadores de cuerpo entero, pero versión premamá, para evitar las tentaciones…



Y de nuevo se vieron sirenas desnudas… y varones en celo… La solución fue considerarlas lo que eran: hermosas mujeres adolescentes, que deseaban divertirse un poco, flirtear con los humanos, y poco más… ¿Y qué tipo de ropa se pone una adolescente? Pues un bikini hermoso, moderno, y si añades una bolsa con unas chanclas, un pareo a juego, y una toalla de playa, mejor que mejor…



Por eso, desde hace varios meses, en las playas de Cádiz es muy frecuente observar a exquisitas adolescentes, maravillosamente proporcionadas, con un bikini negro… que tiene en el lateral derecho de la braga una concha de color blanco… Y estas jóvenes se pasan el día paseando, tomando el sol, descansando y disfrutando el sonido del mar… De vez en cuando, se mojan los pies con sumo cuidado, pero ellas, hasta que regresan al mar por la noche, procuran mantenerse lo más alejadas posible de su otro ambiente… Y por la noche, dejan sus bolsas de tela, con bikini, chanclas y toalla, colocada tras la torre del socorrista, y entonces, emprenden una carrera alocada hasta el agua, se zambullen, y regresan a su forma… Y nadan, hasta la siguiente excursión… En algunas ocasiones, le entregan el equipo a sus compañeras, que tomarán el relevo por la mañana, pero casi siempre, perpetúan las normas…


Esta mañana, me he sentado junto a una hermosísima sirena de larga melena negra, piel muy bronceada por el sol, y un bikini negro que cortaba la respiración… ¿O sería por su cuerpo, exquisitamente perfilado? Incluso hemos hablado algún tiempo, me dejó sentarme a su lado, y recorrió la silueta del tatuaje de dragón en mi espalda… Caminamos un rato, en silencio, escuchando el murmullo del viento, del mar… Nuestras manos se rozaban de vez en cuando… hasta que me decidí a coger su mano izquierda, y luego puse mi brazo en torno a su cintura… Un rato después, de nuevo en la toalla, la besé en los labios, y no le molestó… Pero tampoco pasó nada más… Me quedé a su lado todo el tiempo que pude, mas tuve que regresar al mundo real… Y cuando le pregunté por su nombre… “Elvira”… me sorprendió muchísimo que fuera el de mi primer amor

LA LEYENDA DEL CABALLERO GRIS

No cabía la menor duda: el Caballero Gris era el amo y señor de la comarca, el rey a todos los efectos sobre un territorio tan grande como el que podía recorrer con su caballo en varias jornadas, porque nadie se atrevía a poner en duda su autoridad, y su Ley... Señor de su castillo, que tenía a bien compartir con su suegro (un error del que a menudo se arrepentía), su esposa (que vivía sojuzgada a su voluntad), y sus dos hijos, un varón (que con el paso del tiempo se volvería una decepción) y una hembra (siempre la más débil)...

El Caballero Gris ejercía un importante cargo en la Corte Real: era el barbero, dentista y "médico" oficial de los Reales Bufones, y en ocasiones muy contadas, de los Consejeros... y dicen que una vez se encargó de sajar dos forúnculos en el Real Trasero, hecho tan señalado que lo había mandado ilustrar por los monjes de un convento cercano, con las palabras: "El Caballero Gris y el forúnculo del Real Trasero", que colocó en la estancia de su castillo que le servía de despacho y consulta. Tres veces por semana, pero solo con cita previa mediante mensajero y pergamino un mínimo de veinticuatro horas antes, recibía a sus acaudalados pacientes. Su mejor arma seguía siendo un preciado grimorio que heredó de su padre, y una traducción de las lecciones y remedios de Avicena. Los otros dos días de la semana se desplazaba a la corte, casi siembre los martes y jueves, aunque si se recibía un mensajero de los barones, duques, nobles y personas de alta cuna y noble condición, podía considerar un leve cambio de hábitos...

Su palabra era La Ley, puesto que él traía la mayor cantidad de los ingresos (monetarios y de influencias), pero esto cambió cuando su suegro, antiguo recaudador de impuestos, comenzó a pagar la educación de sus dos hijos... y su mujer descubrió que poseía un increíble talento para las matemáticas, y era consultada a menudo por los dueños y señores de múltiples palacios y castillos... El Caballero Gris no podía quedarse atrás, "por mi honor y por mi honra...", pues de ninguna manera podía consentir que los otros dos miembros de la familia ganasen más que él...

De carácter fuerte, dominante y decidido, era poco dado a los sentimentalismos, apreciaba la lectura, la música de juglares y trovadores, y en muchos aspectos, no era mala persona, daba grandes voces, aterraba a la familia, carecía de amigos, y los que tenía, eran por parte de su mujer... Él no lo sabía, pero estaba enfermo, y eso explicaba sus cambios de humor, su furia ciega... En su favor también hay que decir que su infancia fue atroz, que sus padres murieron muy temprano, su abuela lo maltrataba, y que recuperar el castillo familiar había sido una ardua tarea...

Más temido que respetado, y sintiéndose en el fondo tan solo, intentaba conseguir que al menos sus hijos siguieran sus pasos, dedicaba muchos esfuerzos en transmitir sus pasiones y conocimientos, que actualizaba cada cierto tiempo con reuniones de otros galenos en la Corte, o bien regresando a su alma máter, la Universidad de Salamanca...

Su hijo le decepcionó al no seguir sus pasos por pusilánime, y pese a haber frecuentado la mejor escuela de juglares, terminó trabajando de sicario para un señor feudal de otra provincia; y su hija, también fue una decepción, pero menos, pues daba clases de francés (la más reciente moda de la Corte) a los hijos de familias acomodadas...

El Caballero Gris falleció a la provecta edad de sesenta y cuatro años, tras una larga y dolorosa agonía... Pretendiendo ser un rey en su castillo, murió como un tirano enfermo, al menos, tal era la visión que tenía de él su hijo, de quien llevaba mucho tiempo distanciado por su oficio... a quien había transmitido su incapacidad de amar... Dramática herencia...

Y cuentan que su espectro vaga por por los pasillos, subterráneos y pasadizos, lamentándose en voz baja: "Si hubiera amado más... Si hubiera demostrado más cariño... Si me hubiera quitado yelmo y celada al entrar en casa... Si no hubiera tenido tanto miedo de querer y ser querido..."

Solo con el paso del tiempo, el hijo comprendió un poco mejor a su padre, al temible Caballero Gris de fulgurante cólera y pétrea armadura... puesto que llevaba el camino de convertirse en lo que más odiaba: una persona de corazón fosilizado... por miedo a ser herido... y a ser amado...

LA HECHICERA

Me hablaron, hace algunos meses, de una dulce Hechicera, cuyos ojos y labios, al convertirse en tierna mirada y pícara sonrisa, eran capaces de devolver la vida a cualquier corazón... Harto de no sentir odio ni amor, de la nada cotidiana y del insulso todo, emprendí el viaje hacia su lejano reino, y hacia mi helado corazón...


Rey sin reino, sin corona, pero con casta y exigente dama, en mí debía cumplirse la profecía, y volver con un corazón fuerte, que no tuviera miedo de amar, ni de sentir, ni de soñar... Rey Vassili me llamaban, por mis constantes cavilaciones, cada vez que tenía que adoptar una decisión, que pudiera implicar algún mal... o algún bien... realmente, me aterra tomar decisiones, por eso tengo siempre algún buen consejero que las toma por mí...





Por ello, emprendí el camino, una suave mañana de abril, hacia aquél reino lejano, dominado por una Hechicera, tan peligrosa y tan letal... Un pastor en el camino intentó que cambiase de opinión, "pues si duro es no sentir nada, mucho peor era, según decían, la empatía total: un árbol cae en el bosque, y sientes la tristeza por cada una de sus raíces, que son bruscamente arrancadas de la tierra; un halcón alcanza una paloma torcaz en el aire, y sientes a la vez muerte y triunfo; si pescas en un torrente, no podrás comer luego tu presa..." Cansado de sus dislates, le agradecí sus consejos con una moneda, y continué mi viaje hacia el lejano reino... Tendría que haberle prestado más atención, pero eso lo descubrí mucho más tarde...





Muchos días más tarde, con la montura agotada de tanto viajar, en mitad del páramo encontré una muestra más de su tremendo poder: los restos momificados de otro caballero, sobre una losa de piedra, y sobre su escudo profanado con su sangre, se leían estas palabras: "Muerto por amor"... Pensé que era una exageración... hasta que me acerqué al cuerpo, y pude comprobar que no tenía ninguna herida visible, y que en su mano derecha guardaba un pañuelo de gasa lavanda, que todavía conservaba un levísimo perfume, de incienso, mirra, azahar y almizcle... Un tiempo después, me contaron la historia completa de tan triste y lóbrego caballero, y la tristeza se mezcló con la repugnancia y el miedo, al enterarme.... bueno, pero eso es otra historia...



Comenzando el mes de mayo, vislumbré a lo lejos un palacio en ruinas, más bien una antigua abadía levantada por gigantes, de altísimos muros negros, torres tambaleantes, majestuosos arcos sosteniendo el cielo, y viejas lápidas de granito y mármol, restos de un venerable cementerio arrasado por la Naturaleza y por el viento... En el patio de justas, se estaba celebrando un combate a muerte, mas un silencio espectral, pesado y tenso, reinaba en el recinto, donde solamente se escuchaba la respiración de los caballos, el retumbar de sus cascos, la madera de las lanzas al quebrarse contra el pecho del contrario, y el sonido del cuerpo forrado de hierro al impactar contra el suelo. Acercándose al caído, el vencedor alza su mandoble, y como respondiendo a una orden ciega desde el palco, la clava a escasos centímetros de su oponente, para después, humilde como un penitente, recoger un beso lanzado al aire por una figura envuelta en velos grises y negros... Algunos meses más tarde, los dos caballeros cuya lid había presenciado se embarcarían en la mayor búsqueda de toda la Humanidad... pero eso es otra historia...



Había alcanzado mi destino... y lo que más despertó mi curiosidad, incluso en aquél primer momento, fue la ausencia total y absoluta de mujeres en la Abadía. Ninguna entre el público, pero tampoco en las cocinas, en los comedores, en los huertos ni en los jardines, ni tan siquiera lavanderas... Solamente había hombres, y la mayor parte de ellos tenían algún tipo de mutilación o herida, especialmente cortes de cuchillo en la cara, algún brazo roto y mal soldado, y más de uno arrastraba renqueando una pierna... A los dos días, comprendí por qué era tan calamitoso su estado: peleaban, casi a diario, por alcanzar los favores de aquella hechicera... Mas no había, en apariencia, ningún contacto físico, ella permanecía lejana, y los más furibundos combates eran por una sola mirada de sus ojos hechiceros, o por una sonrisa de sus turgentes labios...


Princesa, diosa y reina a la vez, ella se alzaba sobre todos nosotros, postrados en adoración a sus pies, envuelta en sus velos grises y negros... Sí, es cierto, todos la amábamos, todos la deseábamos... pero al mismo tiempo, nos manteníamos al margen, pues dos negros torbellinos, pusátiles como un ser vivo, mas al mismo tiempo incorpóreos y de tremenda fuerza, la protegían en todo momento... ¡Y pobre de quien no respetara su espacio vital, pues creciendo con increíble rapidez, lo absorbían con caballo, armadura y lanza si era necesario, y lo lanzaban más allá de los decrépitos muros exteriores de la abadía! Así nació, posiblemente, la leyenda del caballero volador, que aplastó al caer del cielo a la hermosa princesa, y quedó perdidamente enamorado del dragón... pero esa es otra historia...
Era cierta la leyenda, sobre la manera en que la hechicera despertaba el corazón en todo aquél que la contemplase, y todos los caballeros, incluso los más duros, suspiraban cual damiselas cuando ella recorría salones y pasillos, de camino al campo de justas... Bueno, más de uno realmente era una damisela, disfrazada de escudero, para intentar controlar las andanzas de su andante caballero...
Los días se sucedían inmutables: por la mañana, despertábamos del lugar donde habíamos pasado la noche, generalmente el patio y el ala este de la abadía, y recogíamos nuestras pertenencias; luego, los sirvientes traían un gran caldero de gachas, y lo repartían entre todos nosotros, mientras otro equipo nos ofrecía alguna bebida caliente; tras esto, nos acercábamos al terreno de justas, y se decidían los combates de la mañana; después, nos reuníamos todos en el gran comedor para almorzar, algo de carne, e ingentes cantidades de repollo, nabo y patatas; por la tarde, una reparadora siesta; y antes de cenar, una nueva justa, mas esta vez poética, y los rudos caballeros volvían a suspirar cual doncellas (algunos incluso bordaban); tras la cena, a dormir... Al cabo de dos semanas, ya estaba harto, y con diez victorias a mis espaldas (y otras tantas derrotas), decidí que era necesario acercarme más a ella, pues al margen de alguna que otra comezón en el pecho, que posiblemente se debiera a la falta de higiene personal, pues entre tanto suspirar, pelear y componer, apenas si quedaba tiempo para el aseo, no había comprobado si ella podía curarme de mi mal... y hacerme sentir otra vez...
El famoso Caballero Mofeta, que a duras penas podía mover el peso de su armadura, de tanto tiempo como llevaba en la abadía, comentaba que solamente en dos ocasiones en todo el año, ella se quedaba sola, sin sus guardianes, pues necesitaba restaurar sus energías y sus fuerzas, con un baño ritual de purificación, a la luz de la luna, en la más alta torre... También comentaba que él la había visto sin sus ropajes, emerger de la pila de piedra, mas... ¿quién iba a hacer demasiado caso a alguien que anunciaba su presencia con su hedor, a más de veinte metros a la redonda, y que por si fuera poco, afirmaba que la tierra no era plana? Como faltaban todavía algunos meses para el solsticio, y ya estaba un poco aburrido de perder miserablemente el tiempo, siempre lejos de la supuesta bella (que de momento solamente había visto de lejos, y por partes), decidí irme de wakabout, y recorrer otras tierras, conocer otras gentes... pues en verdad, de tanto hacer el vago, le había cojido algo de gusto a dejar en manos de mi reina y de sus consejeros los asuntos diarios... Durante mis erranzas en solitario, a lomos de mi fiel caballo, y con la mula para llevar el equipaje, pescando en ríos y lagos para alimentarme, y cazando en el bosque pequeños animales, encontré algunos curiosos personajes, como los Caballeros del No, enemigos encarnizados de los Señores del Ni... todos ellos fieros y excelentes guerreros, si no fuera por su manía de luchar con almohadas de plumas en medio del claro, menos una vez que un Ni metió en la funda un guantelete de hierro... pero eso es otra historia...
Faltando dos semanas para el solsticio, me despedí de mis alegres compañeros del bosque, y regresé a la abadía... Había incluso más gente que antes, y ni las inclemencias del tiempo ni lo magro de la comida parecían tener importancia para los demás caballeros, pues casi todos ellos afirmaban que por una sola mirada de nuestra hechicera, te quedarías enganchado para siempre, y jamás dejarías aquél terreno sagrado... Poco tiempo después, el Caballero Mofeta me dió un consejo: "Escóndete con tiempo en la más alta torre, métete dentro de una de las hornacinas, y tíñete la ropa y el cuerpo con grasa y carbón. Mas antes comprueba que desde tu lugar, puedes ver claramente la pileta de piedra, llena de agua de lluvia y de rocío..." Y eso hice, aquella tarde del veintiuno de diciembre, mientras los demás caballeros se dedicaban a las justas poéticas, yo prefería acechar a quien nos había robado el seso y el corazón...
Sin espada, coraza ni escudo, camuflado entre la negrura de la hornacina, observé el movimiento de la luna sobre la superficie rielante del agua... Faltando unos minutos para las doce, apareció ella... No la entrar, mas en un parpadeo, estaba allí, quitándose lentamente los velos grises y negros, y los blancos, hasta quedarse finalmente con una camisola transparente, que poco ocultaba bajo la luz de la luna... Cabello largo y negro, piel de nácar, ojos profundos, labios turgentes y rojos, miembros largos y espigados, el sueño más físico de cualquier caballero... Mas en aquél momento, cuando vestida todavía por la camisola, avanzó un paso más hacia la pileta, se escindió en dos, pues de aquél cuerpo níveo y virginal, surgió el retorcido fantasma de una vieja hechicera, negro sobre negro, pulsando contra el viento...
Y las dos se giraron hacia mí a la par... y sus bocas se abrieron al unísono, y de ellas surgieron estas palabras: "¿Ya estás satisfecho, príncipe Vassili? ¿Ya has cumplido tu deseo? ¿Tu corazón late de nuevo? Mas has de saber que toda visión tiene dos caras, como lo que has visto esta noche en mí... Amarás de nuevo, es cierto, pero solamente a mí... Hasta que no hayas recorrido medio mundo, hasta que no hayas contado tu historia diez mil veces, nunca serás libre... Y cuando hayas cumplido tu penitencia, volverás a mí, y te liberaré..."
Y esta es mi historia... Han pasado quince años, no tengo esposa, ni reino, ni consejero... Ya he contado nueve mil novecientas ochenta veces el relato, por lo que dentro de poco tiempo, podré volver a la abadía, coincidiendo con el solsticio de primavera, donde ella me espera... Pues lo que nunca cuento son sus últimas palabras: "O te haré por siempre mío, siempre joven, si cumples la promesa..." Aunque también es posible que dijera: "Y cuando regreses a mí, te mataré... para que dejes de sufrir por mi ausencia..."

Pero eso es otra historia...