viernes, 21 de mayo de 2010

CUANDO LLORAN LAS ESTRELLAS...


Erase una vez, un niño pequeño, que se perdió en el bosque... Es un niño de ciudad, de unos diez u once años, que jamás ha salido de su barrio, y que tampoco conoce los peligros de la arboleda... ni el miedo... Es la hora de la siesta, y sus padres y su hermana se han dejado derrotar por el "sopor pos-prandial", que los bocatas de chistorra, la ensaladilla rusa, las patatas de bolsa, unos huevos duros y, sobre todo, las cervecitas, resultan demasiado pesados para ellos... y se quedan dormidos sobre las gruesas mantas, bajo el venerable pino piñonero...


Marcial, sin embargo, no puede dormir, tal vez por la dureza del suelo, los cantos de los pájaros, o los extraños sonidos que le rodeaban... Un piñón cae sobre su cara... y luego otro... y un tercero... Tres piñones seguidos son demasiada casualidad, hasta para un niño adormilado, y por eso, abre los ojos... y escucha un leve silbido... Aunque fue ella quien le despierta por completo, sus ojitos legañosos y un poco miopes se abren como platos, al ver que una hermosa mujer (por llamarla de alguna manera) le hace señas desde el borde del pequeño claro, al mismo tiempo que, con una hermosa sonrisa y un dedo sobre los labios, le incita a seguirla...


¿Conoces algún niño que, completamente aburrido, no sienta la tentación de vivir una aventura? Pues Marcial es un niño como cualquier otro en ese sentido, y lo más importante, no conoce el miedo... Y por eso, se libera del brazo de su madre, que lo protege incluso en mitad del sueño, y gatea sobre la manta, hacia la señora vestida de negro... con esa cara tan blanca que da un poco de miedo... Tal vez, sería mejor si hablase, si dijera algo... Pero Marcial oye una voz en su cabeza, que le dice "Ven... No tengas miedo... Ven... Que yo te quiero... Ven..." La señora se va alejando lentamente del claro, y el niño la sigue... "¡Qué divertido! ¡Es como jugar al escondite!"


Y sin darse cuenta, o más bien sin importarle demasiado, el pequeño se va alejando, poco a poco, del claro, de sus padres y de su hermana... Sin tener idea de que jamás volverá a verlos, al menos, en aquella vida... Porque la señora de negro es, en realidad, el espíritu guardián del viejo bosque... Y necesita alimentarse de la vida de un niño, para continuar con su función... Marcial está muy entretenido siguiendo una misteriosa bola de luz blanca, muy brillante, que flota a un metro del suelo y que la señora le ha enviado para que juegue...


No se da cuenta de que han llegado a un estrecho pasadizo entre los árboles, ni mucho menos de que hay una extraña tela de araña, pero muy resistente, hasta que no queda preso en ella... Y entonces, ya es demasiado tarde... Un par de metros por delante, la señora muestra por fin su verdadera naturaleza y, desprendiéndose de sus vestiduras humanas, estira perezosamente sus enormes patas, hincha su abdomen, y se dirige, lentamente, hacia el niño... Marcial tiene miedo, odia las arañas, pero de todas formas, forcejea en la maraña de hilos... Y es entonces cuando se da cuenta de que no está solo en aquella tela: unos primorosos paquetitos de hilos de seda conservan los restos de otros niños, que la guardiana también ha atraído, separándolos de sus padres, durante los últimos años... ¿Ritual salvaje? No creo, más bien, simple necesidad...



Aquella noche, mientras sus padres lo buscan desconsolados, con toda la ayuda que han podido conseguir (amigos, vecinos del pueblo cercano, voluntarios, incluso algunos soldados de una base cercana), Marcial, cuyos ojitos miran sin ver el cielo despejado, ya no tiene ni miedo, ni frío, ni hambre, ni nada... En lo alto, las Lágrimas de San Lorenzo caen como una lluvia plateada... Y el viejo pastor, que se ha unido a la búsqueda, mueve la cabeza, apesadumbrado... Porque él sabe que, cuando lloran las estrellas, un niño ha muerto en la Tierra...


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