martes, 14 de junio de 2011

LA CIUDAD DEL OLVIDO

No queda ya un solo rastro de aquella casa, de la que tanto se hablaba en la ciudad hace más de cien años... ni siquiera de la ciudad misma. Era un extraño lugar, no tanto por su apariencia, la de cualquier otro pequeño palacete, preservado por altas murallas, y en cuyo centro se encontraba una fuente. Era un elemento natural, se dice que el jardín y el palacete se construyeron directamente a su alrededor, y no al revés, y que un naranjo, y un limonero, ellos mismos centenarios, protegían siempre sus aguas de la luz del sol. Nadie tenía muy claro el motivo, si era por las aguas ligeramente sulfúricas, la sombra de los dos árboles, sus hojas y los pétalos de sus flores, pero lo cierto era que si bebías un sorbo de aquél agua, te podías olvidar de la última hora de tu vida...

¿Olvidar, para qué? Muy sencillo, para sentirte un poquito más libre, pues también lo olvidaban aquellas personas con las que habías estado durante aquél tiempo... Por eso, no era de extrañar que, si en mitad de las negociaciones por la compra de un rebaño de camellos, si el vendedor pensaba que sacaría un precio más elevado haciendo que el comprador olvidase las taras y defectos de los animales (joroba chata, patas endebles...), acudía presuroso a la fuente del olvido, bebía un solo trago, y renegociaba, consiguiendo un precio más alto... Sucedía lo mismo si un mal estudiante no había memorizado las lecciones de anatomía: alteraba los recuerdos del profesor, y de sus compañeros, y cambiaban el examen de día...  Pues aquella era la propiedad secundaria de la fuente: quien bebía de ella, recordaba lo sucedido, aunque un segundo trago borraba sus recuerdos...

La casa era pública, un bien de todos, el acceso gratuito, hasta que un avispado comerciante, llamado Solimán Al Muftí, decidió quedarse con la casa, bebiendo la suficiente cantidad de agua, para que todo el mundo olvidase la verdad sobre la fuente, es decir, su carácter público y gratuito, y él pudiera embotellar el agua en pequeños "Frasquitos del olvido", permitiendo a la gente comprarlos a cambio de una moneda de oro o dos de plata... Por supuesto, para que su plan funcionase, era necesario beberse una enorme cantidad de agua... Después de tres días con sus noches bebiendo (y orinando) sin parar, y comprobando que sus conciudadanos olvidaban partes de su vida... A las dos semanas, presentó un documento ante el representante del califa, justificando su propiedad... Siguió bebiendo otra semana, y reclamó la propiedad de la ciudad...

Lo que Solimán Al Muftí ignoraba era que, al haber menguado tanto el caudal del agua y por culpa de una sola persona, el olvido, la ausencia de recuerdos en todos sus conciudadanos sería absoluta, y permanente... mientras que su memoria también había sido modificada por el agua, y él jamás podría olvidar un solo detalle ni de su vida, ni la de los otros... Agobiado por su mala conciencia, sobre todo porque se había aprovechado de algunas mujeres jóvenes y adolescentes, Solimán Al Muftí pidió la ayuda de varias personas para arrancar los dos árboles, con lo que la fuente perdió sus propiedades, y él convirtió la casa en una escuela, para enseñar cosas de la vida, de sus vidas, a sus conciudadanos...

Con el paso de los meses y de los años, todos ellos retornaron a la normalidad, Solimán se disculpó ante los demás y se preparó para las represalias... Sin embargo, por sus cuidados, su paciencia y el cariño que mostró con ellos, y su arrepentimiento, le nombraron "El Guardián de la Memoria"... aunque tuvo que reconocer la paternidad de cuatro hijos, y casarse con aquellas mujeres... y perdió cualquier derecho sobre la ciudad y sobre los bienes que había adquirido ilícitamente...

Y desde entonces, siempre hubo un Guardián en la ciudad del olvido... hasta que fue tragada por las arenas del desierto... y de la fuente nunca más volvió a manar agua...



lunes, 13 de junio de 2011

BAILANDO CON UN HADA

Llueve... Las gotas rebotan, débiles explosiones de realidad, sobre el asfalto... y salpican una calle que no podría estar más mojada, ni siquiera convirtiéndose en el escenario de una nueva versión de "Cantando bajo la lluvia"... ¿Recuerdas aquella interpretación, magistral, de Gene Kelly? Sin embargo, aquí no hay mucho que ver... Y, aunque lo vieras, no te pararías más de un minuto...

Un pequeño cadáver se estremece con las gruesas gotas... Sus brazos y sus piernas no podrán soportar demasiado tiempo la fuerza del agua... Pero a nadie le importa... Total, seres como él, hay demasiados... y nadie se preocupa ya por los sentimientos de las hadas... Sí, es un hada quien agoniza: ha sido embestida por un coche, cuando acompañaba la gota seis mil doscientos treinta y tres, en su viaje desde las alturas... Pero ya nadie cree en las hadas, ni en el poder curativo de la lluvia, y de esa manera, se desperdician totalmente...

Todo era muy distinto, centenios antes... Cuando aquellas extrañas criaturas, relativamente nuevas en el planeta, se reunían, en noches de luna nueva como ésta, para honrar a los dioses... La magia de los círculos de setas... de los cielos de piedra... Nacieron los constructores, y llenaron la Tierra de monumentos a la Diosa Madre, de piedras que se alzaban hacia las nubes... Muchos nombres, muchas razas, pero en el fondo, la misma Diosa, la misma Vida, los viejos cultos y religiones que no fallaban... porque ellos sabían... ellos conocían las fórmulas secretas, los rituales, las invocaciones...

Y también las conocían a ellas, a las Mensajeras de la Vieja Madre... Anjanas, Xanas, Criaturas del Aire, Hijas del Viento, de la Noche, Hadas... Distintos nombres, misma función: acompañar los deseos de los Hombres, elevarlos donde reside la Diosa, y traer de vuelta las respuestas, las bendiciones... No es fácil ser Hada en estos tiempos... ¿Quién iba a saber que la verdad reside en los cuentos para niños?¿Cómo admitir, con nuestra mente racional, que si no creemos en ellas, pueden morir?

Las Hadas ya no son lo que eran, no tienen casi fuerza, se camuflan entre la lluvia para alcanzar a los mortales... Pero no están a salvo de los coches... Hace varios minutos, quizás diez, que un hada se ha estrellado contra el cristal... He frenado lo antes posible, aparcando en doble fila, y he salido corriendo, a buscarla... No pesa casi nada, sus alas de mariposa están preñadas de lluvia, y su pequeño cuerpo palpita con miedo entre mis manos... ¿Qué hacer con ella?¿Cómo sanarla?

Mas por ella no se puede hacer ya nada... Se está quedando sin fuerzas... y sólo me dice cuatro palabras... "Entiérrame... bajo el rosal..." Hay un jardín a pocos metros... Y, en uno de los pocos lugares iluminados por las farolas, veo un rosal, blanco... El pequeño, minúsculo, cuerpo del hada, pesa de repente muchísimo entre mis manos... la muerte... La deposito sobre el césped, envuelta en una hoja de hiedra que he arrancado al pasar, mientras excavo un pequeño agujero, arañando la tierra con las manos... con el ánimo pesaroso por haber causado, involuntariamente, su muerte...

El agujero es ya lo bastante profundo, deposito tu cuerpecito en la fosa, digo algunas palabras... Y me aparto, pesaroso... Me alejo por el camino, pero me detengo al escuchar un ruido extraño, al ver una luz... La imagen se quedó grabada en mi retina: donde antes había un rosal, y la tumba de un hada, veo una silueta femenina, bailando bajo la lluvia, y en los movimientos de su cuerpo intuyo otra realidad... En la media luz, preñada de sombras, veo que está ejecutando la ancestral danza, y conozco el sentido de sus pasos, de sus giros y gestos... Desde lejos, la observo, esquiva silueta de humo y carne...

¿Se ha convertido el hada en humana, ha vuelto a la vida por haber sido enterrada bajo el rosal?¿Habría pasado lo mismo si yo no hubiera intervenido en los últimos minutos de su vida? Al principio, no quiero acercarme, pues tengo muy presente que sin mi intervención, no habría muerto... Pero ella me llama, dice mi nombre en un jardín de rosas, ¿cómo lo ha sabido?... y no tengo más remedio que acercarme... y me besa... En aquél momento, pienso que no hay mujer más hermosa que ella, bajo la lluvia... mientras comienzo a bailar... con un hada...


ELEVACIÓN Y CAÍDA

"¡Escuchadme, escuchadme bien, queridos hermanos! Porque esta mañana, a primera hora, el milagro ha sucedido... Una vez más, uno de nuestros hermanos ha conocido la Elevación, y la Caída, los dos fundamentos de nuestra fe... Repitamos, antes de el relato del hermano Zacarías, nuestra oración... Repitámosla a coro, con toda nuestra pequeña alma..."

¡Oh, tú, Gran Salvador Misericordioso! Me llevarás a pastar en verdes praderas, y evitarás que me aplasten las grandes bestias, jamás me pondrás en una cazuela, ni me harás daño al soltarme. ¡Oh, tú, Gran Salvador Misericordioso, no te olvides de mí, en los momentos de tribulación!

Hermano Zacarías, cuéntanos tu historia....

"El fallo fue mío, estaba siguiendo un rastro apetecible, y me alejé de los confines de nuestro territorio, atravesando la valla de las Diez Mil Puertas... Me confié, sin darme cuenta, estaba sobre la hierba... en medio del desierto gris y estéril... Por si fuera poco, percibía que estaba llegando el alba, y con la fuerte lluvia de la noche anterior, dentro de nada empezaría la Caza.. Y ya sabéis lo que significa para nosotros la Caza: confinamiento, hambre, padecimientos sin fin...

Por eso, esta mañana, cuando sentí los pasos de uno de Ellos, no pude evitar un escalofrío, y pensé que había llegado mi última hora... Y cuando aquellas enormes extremidades tiraron suavemente de mi cuerpo, intenté aferrarme al suelo, segregar todo el líquido posible, porque aquellos podrían ser mis últimos momentos de vida...

Recé a nuestro Gran Salvador Misericordioso, para que preservase mi vida, a cambio de difundir su mensaje de paz y amor... Muy lentamente, ascendí en el aire, y pude sentir su calor, y su olor... Y luego, me depositó con gran suavidad sobre una mata de hierba, al otro lado de las Diez Mil puertas..."

"Hermanos y hermanas, esta es la historia del Hermano Zacarías "El Elevado" En este reino, muchos son los que han perecido bajo los pies de los humanos, o en las fauces de perros y gatos... Debéis tener cuidado, no arriesgaros... porque no siempre os encontrará el Gran Salvador..."



ESTA MAÑANA, MIENTRAS IBA AL TRABAJO, HE VISTO UN CARACOL EN MITAD DE LA ACERA... ME HA DADO PENA QUE ALGUIEN PUDIERA PISARLO... Y COMO SIEMPRE, LO HE COGIDO MUY SUAVEMENTE, Y LO HE DEPOSITADO SOBRE UNA MATA DE HIERBA, EN EL SOLAR... NO HABRÉ TARDADO NI UN MINUTO... EN SALVAR UNA VIDA...









Y ME SIENTO BIEN...

NANAS DE LA BOTELLA

¿Cuándo termina el dolor de una madre por el hijo recién nacido? ¿Cuánto tiempo se tarda en olvidar a una criatura que has tenido una sola vez en tus brazos? Demasiadas veces al día, entre sorbo y sorbo de vino, te haces siempre las mismas preguntas... Vas mirando pasar los niños, casi desde el primer día en que estás lo bastante sobria para darte cuenta del paso del tiempo...

Y tú acunas el muñeco roto y viejo, y tuerto, apoyándote en el mostrador de chapa, desde el que has visto pasar tantos niños, que ya has perdido casi la cuenta... Es cierto, ahora mismo tendría treinta y cuatro años... Te asaltan los recuerdos, das otro tiento a la botella, recordando, perdida en el tiempo, la noche...aquella noche cuando, siendo madre soltera, te dijeron que tu niño había nacido muerto... ¿Por qué ibas tú a sospechar de una monja, de una Hija o esposa de Dios, de su palabra, si incluso pusieron en tus brazos el pequeño? Y estaba tan frío el pobrecito...   

Te confirmaron la muerte, varias veces... pero algo en tu interior, y luego las voces, te decían lo contrario: que estaba vivo... Lo denunciaste en comisaría, gritabas: "¡Me han robado el niño, mi niño, ellas!", pero nadie te creía, eras una borracha... ¿Y ellos? Nada menos que honorables profesionales, médicos, enfermeras y monjas, que además se dedicaban a atender a las miserables desagradecidas como tú... Te sacaron a empellones de la comisaría...

Pasaron los años, lo seguiste buscando, crecían las voces, cambiabas de sitio en la ciudad, pero siempre buscando a tu niño, entre los de su edad... Te autorizaron a poner un kiosco de chuches... junto al colegio de la plaza... Todos te conocen, todos te quieren, padres e hijos... pero no te creen...

Y cientos de miles de veces te mirabas, aquél antojo con forma de corazón, en el antebrazo derecho, que él tendría... Ya no recuerdas las miles de noches que has dormido allí, en tu kiosco cuando no podías pagarte la pensión, que casa nunca tuviste, lavándote en las duchas del barrio, siempre limpia, siempre pulcra, siempre triste... y siempre borracha... paga ahogar el dolor

Un grupo de gentuza se quiere divertir, a tu costa, por supuesto: traban la puerta, rocían tu kiosco de gasolina de una moto, y le prenden fuego... Te despiertan el calor, el humo, las llamas, tu vida entera se quema, y tú gritas... La gentuza se larga con un coche... robado...

Los vecinos bajan corriendo, con cubos... Llega un Municipal... con su moto y casco... Abrasándose las manos pese a los guantes, quita la tranca,, abre la puerta de chapa al rojo, tira del colchón, te saca...

No puedes respirar, estás muriéndote, y lo sabes... pero en aquél momento, su manga derecha se engancha en la tuya... y lo ves... el antojo en forma de corazón, la misma forma, el mismo sitio...¡Es él! ¡Lo has encontrado, después de décadas!

Y solo lamentas que no fuera antes, no haberlo encontrado otro día, escucharle, mirarle de cerca, parece ser un buen mozo... y con la garganta abrasada, dices su nombre, "Sebastián...", y te mueres... Pero él no entiende que tú, sobre todo, tú, la amable señora borracha, a quien veía de vez en cuando en el quiosco, lo sepa... porque nunca te acercaste a ella... por ser diabético...

Y un ángel pasa, despacio, con las alas negras de humo, y de tristeza...

EL TERCER DESEO

Seis y media de la mañana, de cualquier día del mes de marzo. Salgo del metro a toda velocidad, porque tengo miedo de llegar tarde al trabajo... Hay algo extraño en la acera, parece un envase, una aceitera vieja, o algo por el estilo. Miro el reloj, mi primera intención es pegarle una patada, y librarme así de parte de la ira que me domina aquella mañana... Pero, en vez de hacerlo, la meto en la mochila, protegida por una bolsa de plástico, y salgo a la carrera... Durante el camino, me parece escuchar algún gemido, una voz casi de ultratumba, pero imagino que será cosa del MP5, que todavía no domino, y del que salen los acordes de "Blind Guardian"...

Llego, literalmente con la lengua fuera, al trabajo, dos minutos antes de que suene el teléfono de control. Hablo con las señoras de la limpieza, las típicas quejas sobre el sueño, la falta de expectativas laborales, y por supuesto, el buen tiempo que está anunciado para la tarde... Buen tiempo del que ninguno de nosotros disfrutará... Una vez con el traje de romano, y sobre todo, con los famosos pantalones de pelo de camello reciclado y sobras de moqueta industrial (de color marrón) y la camisa auto-ensuciable beige claro, recojo mi desayuno en la cafetería, ya sabes, café con leche de soja y croissán, y me dispongo a leer el periódico por Internet...

Entonces, recuerdo el extraño objeto que encontré en la calle, y que estuve a punto de patear en un ataque de frustración mañanera... Abriendo la bolsa con cuidado, encuentro lo que parece ser una antiquísima lucernaria como las que hacían los romanos... Es de barro cocido, de unos diez o doce centímetros, y por su peso, juraría que está llena de algo, posiblemente de tierra, o quizás de algún líquido (¿lluvia de la noche anterior?)... Parece tener algo grabado: espero que no sea el típico rótulo de "Bébeme...", porque entonces la tiro a la basura... Pero no... el mensaje es tan extraño, que me pongo a reír yo solo... pues en el lateral, con letras perfectamente castellanas, pone "Lámpara maravillosa con genio incorporado marca ACME"... Se conoce que al reírme he activado un mecanismo, pues de las produndidades surge una voz: "¿Pero bueno, te parece una manera decente de despertar a un genio?¡Qué poco respeto!¡Esta juventud! ¡Venga, hombre, frótame de una puta vez, te concedo tus tres deseos, y me piro, vampiro!"...

Convencido plenamente de que se trata de una broma de cámara oculta, miro para todas partes, registro la recepción, que tampoco es tan grande, y compruebo que las únicas cámaras y micros disponibles son las que yo utilizo en mi trabajo... Y, movido por la curiosidad, froto la lámpara...

En aquél momento, y en medio de una humareda que huele sospechosamente a porros (y por la que más tarde tendría que ventilar toda la oficina, abriendo todas las puertas de emergencia), aparece una "cosa", pariente lejano de la Fu Man Chú, y empieza a recitar, con voz cansina: "Bienvenido al servicio de lámpara maravillosa marca Acme. Ha sido usted elegido al azar en su país y parte del extranjero, para que le sean concedidos tres deseos. Recuerde las normas: no se puede resucitar a los muertos, y tampoco se puede hacer que alguien se enamore de alguien. Los deseos pueden ser de presente, pasado o futuro... No olvide de todas formas que cualquier cosa que usted cambie o modifique en el pasado tendrá sus consecuencias, imprevisibles, en el presente y el futuro... Dispone usted de cinco minutos para ejercitar sus derechos, o declinar en favor de otra persona..." Y todo esto, mientras daba largas chupadas al narguile que también flotaba sobre el mostrador... Tres deseos...

El primero de ellos lo tengo muy claro, pues de todas formas, es algo que me lleva atormentando hace muchos años, y se lo murmuro muy bajito en la oreja... "Deseo concedido...", y de repente, noto que un inmenso peso desaparece en mi corazón, al mismo tiempo que recuerdo el Génesis, eso de "y observó el señor que aquello era bueno..." El segundo es más personal, relacionado con la salud, tampoco es para mí, pero un par de minutos después, al mirar su foto en la cartera, la veo radiante, hermosa, segura de sí misma, y, por supuesto, feliz...

El tercero es distinto, es solo para mí... Se lo digo al oído... y se queda callado... "¿Estás seguro?Mira que es una decisión irrevocable, que jamás podrás cambiar... Piensa que te olvidarás de todo lo que has hecho durante estos años, que posiblemente no volverás a escribir, que todos los buenos momentos que recuerdas a partir de ese punto de inflexión no podrás disfrutarlos... y que de todas formas, la muerte reclamará su presa..." "Sí, pero quiero hacerlo...", le respondí... "Recuerda que todo quedó dicho en aquella carta de 1994, y que, incluso queriendo, no podría modificar sus sentimientos, y hacer que se enamorase de ti, solamente chasqueando los dedos...", insistió el genio... "Lo sé... Por favor, amigo, haz tu magia, que ya nada tengo que perder...", le respondí... "Muy bien, amigo, así sea... y si tuviera corazón, estaría contigo..."

Y allí estaba yo... muchos años más joven, con el corazón lleno de esperanza, y la cabeza llena de pájaros, mientras un autobús de línea me llevaba rumbo al Sur...



PRUEBA DE AMOR VERDADERO

Me enamoré de un hada, la primera noche de luna llena, de un lejano mes de enero... Y, desde aquél momento, mi vida ha sido... no sé... muy distinta... Yo tenía miedo a las criaturas de la noche, a los entes mágicos, a la Santa Compaña, a las sorguiñas, y a tantas cosas que, en el fondo, no comprendía... Dicen que la gente de pueblo es muy supersticiosa, que disfrazamos de sentido común lo que no es otra cosa que pura cobardía, y quizás tengan razón... pero solo en parte... Hay "cosas" en los pozos, y "cosas" en los lagos", y "cosas" entre las raíces de los árboles, y "cosas" en el viento de la noche... Por eso, lo mejor es quedarse en casa, con la puerta y las ventanas atrancadas, encender la radio a pilas (que a nuestro caserío jamás llegó la luz eléctrica, ni mucho menos la televisión), y entre las descargas de la estática, escuchar algún programa de música clásica...

Ya no soy joven, ni mucho menos... pero, sin embargo, un día me cansé... de tenerle miedo a todo, de que el mismo bosque que yo recorría durante la mañana y la tarde, en el que conocía por su nombre casi a todos los animales, plantas, rocas y regatos, se volviera en un territorio no solamente inhóspito, sino peligroso, para tu salud, y para tu cordura... Hay criaturas que te roban el alma si las miras a los ojos... Otras, que te pueden volver imbécil si sorprenden tu reflejo en el agua... También hay ninfas, unas criaturas de una belleza tan sublime, parientes de los elfos, que te roban el alma... Eso, por no hablar de las Hadas, así, con mayúsculas, quienes en el fondo, son las más peligrosas... porque, entre otros factores, son increíblemente coquetas... y tremendamente conscientes de su poder, fragilidad y belleza...

Yo tendría quince años, por aquél entonces, y ahora tengo más de sesenta y cinco... Una noche de luna llena, la primera del mes de junio, salí de mi casa por la ventana de atrás... Las casas de mi pueblo son todas iguales: de recia piedra fraguada con mortero, dos habitaciones, mas un comedor y cocina, donde se encuentra la chimenea... Hasta hace poco tiempo, no teníamos cristales, solo unas recias contraventanas de madera, igual de bastas que las puertas, meros troncos de árbol partidos por la mitad y atados entre sí con recias sogas... Al tratarse de una reserva natural, y de un entorno que goza de la máxima protección, nuestro pueblo, que antaño tenía cien habitantes, empezó a morir lentamente... a medida que lo hacían sus moradores, por lo que el lugar más "animado" de los alrededores era el cementerio... Antaño hubo un bar, donde reunirse, tomar un licor, un vino, pero también terminó cerrando... por defunción...

Lentamente, los campos se fueron quedando en barbecho, los "jóvenes", salvo yo, se marcharon a cualquier parte, y Villar del Cid se convirtió en un lugar extraño, donde solo residían los fantasmas de los muertos, algunos de ellos capaces incluso de mantener una conversación coherente, pero sobre todo interesados en recordar "aquellos tiempos mejores, donde el pan era pan... y las mujeres, de verdad". Una vez a la semana recorría a pie los tres kilómetros y medio hasta el siguiente pueblo, Villar del Monte, que con sus cincuenta habitantes actuales sigue siendo uno de los más poblados de la comarca... Allí vienen, cada dos semanas, dos autobuses, llenos de turistas, que buscando "el encanto de la auténtico", están dispuestos a pagar incluso veinte o cuarenta euros, por una estatuita de madera, que imita las viejas diosas de la zona... o los cuerpos esculturales de las hadas...

Mi nombre es Sebastián Leal Gutierrez, dentro de poco cumpliré, los sesenta y cinco años, pero todavía hago mis excursiones al otro pueblo, para comprar mis suministros, y las pocas cosas que no soy capaz de obtener de mi pequeño huerto... Tenía quince años la primera vez que descubrí un hada... era una noche de luna llena, lo recuerdo muy bien, y yo me había escapado de casa por la ventana de mi habitación, mientras mis padres dormían en la otra cámara... cosa de la que estaba seguro, por los atronadores ronquidos de mi madre y de mi padre (los de ella, parecían suspiros de una oveja... pero los de mi padre eran los de un verraco de doscientos kilos... a veces, incluso ahora sigo oyéndolos)...

Cogiendo el camino de la derecha, el que va a las profundidades del Bosque Negro, llegué a la Laguna del Hada... Era curioso, de día, era uno de tantas pequeñas pozas, que se alimentaban con el agua de lluvia, y posiblemente algún pequeño manantial subterráneo, o afluente del Río del Olvido... Lo que hacía diferente la Laguna del Hada era que, siempre, en cualquier día del año, incluso en el más cálido, su agua estaba fresca... y tu imagen nunca se reflejaba...ni siquiera cuando te inclinabas para beber en el cuenco de tus manos...

Si tenías mucha mala suerte, verías el reflejo de la criatura más bella del mundo, de una hermosura tal, que si la mirabas apenas dos segundos, te robaría el alma, para siempre... y jamás serías capaz de pensar en cualquier mujer... que no fuera ella... Es lo que me ocurrió aquella noche…

¿Cómo os la podría describir? Primero, aparecieron sus ojos, de un intenso verde esmeralda, que reflejaba toda la luz de la luna... Eran unos ojos imposiblemente grandes, para algo tan pequeño... y sus pestañas, desde debajo del agua, causaban pequeños remolinos de burbujas... Su piel, tan blanca y perfecta que a su lado, el fulgor de la luna era una mala copia... Su nariz, maravillosa, y tratas de apartar la mirada, porque sabes que, si la miras, si te fijas en otros detalles de su cuerpo, sus labios turgentes, sus blanquísimos dientes, su grácil cuello... jamás podrías librarte de ella...

Y yo, con la sabiduría de mis quince primaveras, solo pensaba en una cosa, en sacarla de su tumba de agua, porque es lo que ella me estaba pidiendo... que la ayudase a salir de su tumba de agua, de su cárcel... Sí, es cierto, antes había sido un hada mala, disfrutaba desorientando a los cazadores en sus actividades, había causado un par de muertes, pero siempre, por accidente... al menos, eso es lo que me decía, lo que me susurraba... y yo... no pude resistirme: hundí las manos en el agua, y con mucho cuidado, como si estuviera manejando el más fino y delicado de los cristales, la saqué del agua... ¡Era tan pequeña, que su cuerpo entero cabía en el hueco de mis manos, mis pobres manos, tan destrozadas por el trabajo de la piedra, de repente, parecían enormes... Y ella, tan diminuta, y tan exquisitamente perfecta... un precioso cuerpecito

Por cierto, las hadas son muy tímidas, al menos ella, Florinda, lo era... y casi siempre, son partidarias de transmitir ideas y sentimientos por telepatía antes que hablar... Pasé la noche con ella, absorto en sus recuerdos, de toda una vida, que sin embargo, abarcaría la de una decena de humanos, pues ellas son casi inmortales... Y la vi, en su nacimiento, y cómo lentamente se fue desarrollando, estudiando magia y hechicería, en un lugar muy parecido a Hoggarts, pero sin tanta diversión: se reunían en un claro del bosque, sobre un círculo de setas nacidas de la última lluvia... Un poco después, en lo que para nosotros fueron muchos años, se centró en otros aspectos de la Alta Magia, como los cambios de forma, las mutaciones, los conjuros...

Florinda no era mala, no... solo era traviesa... Por eso, disfrutaba asustando a los humanos, "ayudándoles" a perderse en el bosque, confundiendo sus sentidos, con olores imposibles, sombras, siluetas... No olvidéis que las hadas, si lo desean, pueden cambiar de forma, casi siempre un cervatillo, pero también, en mujeres reales de tremenda belleza... Su vida era sencilla y placentera... hasta que se enamoró de un cazador... Es el tabú más grave de todos: enamorarse... El sexo no está bien visto, no hay riesgo, pero el amor es otra cosa...

Florinda se enamoró de Massimo, hasta el punto de intentar escaparse de bosque, con él, a través de las marismas de la zona Norte del Bosque Negro... Ella le precedía, en su forma humana, cubierta con una leve túnica de algodón, y deseaba renunciar a la inmortalidad... Él llevaba las ripas de un orco... Pero no consiguieron engañar al Guardián: las criaturas mágicas no podían enseñar a ningún humano los caminos secretos del bosque y las marismas... Por eso, sin una palabra, proyectó su gigantesca zarpa desde lo más profundo de las arenas movedizas, y lo arrastró hacia la muerte...

En cuanto a ella, Florinda, fue condenada por el Tribunal Mágico de hadas, gnomos y elfos, a permanecer en su tumba de agua, mostrando sus ojos, su cara, en ambas lunas llenas hasta que un humano se apiadase de ella, y le permitiera salir... Por supuesto, no era la única condición: la segunda era que el mismo ritual, incluyendo el beso final, se cumpliera, sin falta, durante cincuenta años humanos, sin faltar uno solo, en la primera luna llena del mes de enero y de junio... Liberándola bajo la forma que quisiera: hada, o humana…

Los primeros años, nos limitamos a hablar, a pasear ella en su forma de hada, y yo como humano... Con quince años, en 1895, yo era muy inocente... Me fascinaba... me sigue fascinando, después de tanto tiempo... Con ella experimenté el primer beso, y el segundo, y todos los demás... Juntos, años después, fuimos descubriendo el placer, nuestros cuerpos, sobre la verde hierba del claro... Y, de manera inevitable, me enamoré de ella... Desaparecieron todas las mujeres de la tierra, sólo existía ella, mi dulce Florinda...

Esta noche, por fin, se cumplen cincuenta años de amor, aunque en total hayamos pasado juntos cien noches... Tengo miedo, porque el Guardián, a su vez el Juez del Tribunal, nos advirtió de un cambio: "Cincuenta años de fidelidad tienen derecho a su recompensa: o bien ella se volverá humana, pero también mortal, y viviréis juntos hasta el final de vuestras vidas, se produzca cuando se produzca; o bien tú morirás, para resucitar como su esposo... y ser, también, inmortal... Por supuesto, hay una tercera posibilidad: que simplemente mueras, porque no haya amor verdadero..."

Y en este momento, sumerjo las manos en el agua, para extraer de ella, quién sabe si por última vez, a mi amor, a mi deliciosa hada Florinda... y que los antiguos dioses, depositarios de la antigua magia, nos protejan y amparen...

EL BANQUETE REGIO

"!Qué no entre la plaga, que no entre!" Tal era el principal deseo de los habitantes de Isiadoria, una pequeña ciudad de mercaderes y comerciantes y marinos, ubicada en el golfo, a dos jornadas a caballo de Apolonia... Todo el mundo conocía los síntomas: fiebre, sudoración, inflamación de los ganglios, necrosis de los tejidos, pústulas, y, por fin, la muerte... Algunos médicos venidos de lejos aseguraban que eran muy eficaces las sangrías, otros hablaban de utilizar paños fríos, humedecidos en barricas con agua de mar, y lo más osados consideraban infalible el sajar y drenar con cuchillos y lancetas los bubones... Es cierto, todo el mundo había notado que, tras la llegada del barco negro, con sus tres mástiles y procedente de Venecia, había aumentado el número de ratas en el puerto, y en la ciudad... También se estaban multiplicando las mordeduras, y las muertes de estos animalejos... Era el año de 1347... El año de la Peste...

Isiadoria estaba en realidad compuesta por cuatro barrios concéntricos, siendo el más exterior el del Puerto, uno de los primeros lugares donde murió la gente, y que se solía reservar a los extranjeros; el segundo, aislado del anterior por una recia empalizada de madera, era el de los Comerciantes: allí se ubicaban las curtidurías, talabarterías, algunos agricultores tenían allí sus depósitos de grano; el tercero lo compartían la Nobleza y los Caballeros y soldados, siendo sus murallas de piedras ensambladas con mortero; y el cuarto recinto estaba reservado para el Rey y su familia, y demás miembros de alto rango de la Corte, hasta el último momento sus paredes estuvieron enjalbegadas con cal viva... Que en teoría era efectiva para combatir la enfermedad...

Los residentes en los círculos interiores escucharon, sin inmutarse, los gemidos y lamentos de los pescadores y de sus familias, que iban cayendo, por culpa de la enfermedad... Ninguno de los demás estamentos se molestó en ayudar a los más pobres entre los pobres, puesto que, de todas formas, sus vidas no valían nada, y la muerte era, en el peor de los casos, una liberación.... A la semana de comenzar la peste, no quedaba nadie en el primer círculo, solamente los muertos, que no eran recogidos, por el terror que inspiraba la enfermedad...

En el segundo círculo, el de los comerciantes, se presentaron los primeros casos dos días después... Es cierto, allí tenían algunos médicos, ciertas nociones de higiene, de sanidad... Se cerraron las casa donde se produjeron dos casos, sin importar los presuntos supervivientes... Se formaron cuadrillas, con los comerciantes más pobres, y se encargaban de retirar los cadáveres de las calles y locales comerciales, y a falta de un lugar mejor, los arrojaron todos al primer recinto, que se convirtió en la ciudad de los muertos... Sin embargo, y pese a todos los esfuerzos, el segundo círculo quedó desierto en una semana... Y las ratas, y sus pulgas, comenzaron su labor...

Los habitantes del tercer círculo perecieron en cuatro días: hacinados en estrechos y pequeños recintos, compitiendo por el espacio libre para arrojar a los muertos, y sin apenas medidas sanitarias ni posibilidad de aislamiento, no pudieron ni siquiera arrojar los cadáveres al segundo círculo... Y las aguas se contaminaron más todavía... Y el aire corrupto, el hedor de los miles de cadáveres insepultos, impedía la respiración...

El rey, su familia, y los nobles, perecieron en dos semanas... Se desató una tormenta de arena, con temperaturas tremendamente altas, que duraron quince días... Y las arenas del desierto reclamaron su trofeo... Ni las alimañas y los carroñeros quisieron perturbar la paz de los muertos... Si cinco semanas bastaron para que muriera toda la población de Isiadoria, en menos de cincuenta años, sin nadie que recordase su historia, la ciudad se convirtió en una leyenda...

En 2047, al cumplirse setecientos años desde su desaparición, unas tormentas de arena inusualmente fuertes en el Golfo, dos pesadores avistaron lo que parecían ser un grupo de torres y minaretes, tal vez incluso una ciudad entera, sepultada por la arena. Movidos tal vez por el espíritu patriótico o por el miedo a las nuevas leyes dictadas por las autoridades, los descubridores avisaron a las patrullas de vigilancia. Al comprobar la magnitud del hallazgo, una ciudad olvidada y entera debajo de la arena, se movilizaron varias unidades del ejército, para preservar el hallazgo. Al amanecer del segundo día, transportados muchos de ellos con camiones desde Apolonia y otras ciudades, llegaron multitud de buldozers, de maquinaria pesada, al menos, para delimitar el sector más exterior de las excavaciones, y cuando quedaba menos de un metro para alcanzar el tramo inferior de la muralla, comenzaron a cavar los soldados del ejército, satisfechos por fin de realizar una labor distinta a las interminables patrullas por el desierto. Un grupo de arqueólogos y de estudiantes se encargaban de las zonas más delicadas.

La excavación se estaba realizando en profundidad, puesto que la ciudad estaba totalmente sepultada, y también de fuera hacia adentro... Por eso, hasta la madrugada del tercer día, no descubrieron los primeros cuerpos. El soldado Gamal Ibn Hamidi, de repente, notó que su pico perforaba algo, y al acercarse, descubrió la macabra sonrisa de un muerto, parcialmente descompuesto, pero también semi-desecado por las altas temperaturas y el constante viento... y con su pico clavado en la cabeza... Fueron avisados más forenses, más soldados, más arqueólogos; se montaron inmensas carpas, suficientes para albergar a un ejército, a doscientos metros de la ciudad. Descubrir la causa de las muertes era casi imposible, mas la prioridad era despejar el camino... Hilera tras hilera de camillas llevaban los cuerpos hasta las carpas-depósito, y todos los soldados daban gracias por que estuvieran momificados...

Casi dos meses fueron necesarios para sacar los cadáveres de los tres primeros círculos, los especialistas elaboraron una teoría plausible de la causa, sobre todo gracias al registro de uno de los militares, quien había apuntado en un rollo de pergamino la crónica del tormento, siendo la última entrada: "27 de septiembre de 1347: todos han muerto. Que Dios les acoja en su seno..." Incluso tratándose de unas momias naturales excepcionalmente conservadas, los habitantes de las ciudades vecinas exigieron que fueran todas ellas enterradas de nuevo, más por superstición que por miedo... Recurriendo a maquinara pesada, se excavaron unas inmensas fosas, apropiadas para sepultar a los más de veinte mil muertos que se habían encontrado hasta el momento, y se erigió un monumento, y se les rindieron honores, y descansaron en paz...

Pero todavía faltaba por excavar el cuarto círculo, el menor en tamaño pero mayor en exquisita ostentación, hasta tal punto que fue propuesto como una de las "Siete nuevas maravillas del mundo antiguo", al mismo nivel que la Alhambra de Granada... Por todas partes una vez retirada la arena, se observaban los mejores y más exquisitos frescos, los más finos trazos de escritura, el sobrio y recio mármol. Al abrir puerta tras puerta, los arqueólogos y los soldados se sorprendieron de no encontrar ningún cuerpo... Pero todo ello cambió en el salón del trono... Más de cien cadáveres estaban sentados, alrededor de una suntuosa mesa, con hermosísimas copas de cristal, platos de oro, fuentes de plata, cualquier lujo que pudiera desear...

Los cuerpos estaban primorosamente dispuestos, reclinados en las sillas, hombrs y mujeres por igual, con sus ropas perfectas, y con el aspecto de permanecer en vida... Todos ellos, fijándose en su señor, en su Rey, quien tenía delante de él un plato de comida, donde se distinguían los restos de una manzana... El análisis de los forenses fue determinante: antes que arriesgarse a salir a la "ciudad de los muertos", habían preferido dejarse morir, primero, de hambre... y después, ejecutar un suicidio ritual, ingiriendo grandes cantidades de algún veneno...

Y aquél fue el ùltimo banquete regio en la ciudad de Isiadoria: una manzana... para doscientos muertos...

domingo, 12 de junio de 2011

LABIOS QUE SANAN

Hubo una vez, en una pequeña ciudad de camino a Samarkanda, un pequeño mercado oriental... Por supuesto, no podía compararse con el Gran Bazar que habían erigido cuatro calles más al Norte, a costa de derrumbar dos barrios de viejas casas. Aquél fue el más reciente capricho de Sidi Pachá, el gobernante; los anteriores también habían resultado ruinosos para la ciudad, y para el gremio de comerciantes: montar un criadero de carpas rojas, y el mayor aviario de toda la región, incluso más grande que el de Samarkanda... Las primeras se murieron de aburrimiento, o se devoraron entre ellas, pues no tenían otro fin que entretener a Sidi Pachá, cuando le llevaban en baca por el estanque; y los segundos, una noche fueron puestos en libertad, y desde entonces, los campos eran arrasados por los pájaros exóticos... Pero regresemos al "Mercadillo de las especias".

Como su nombre indica, era un pequeño mercado, algunos dicen que con la décima parte de tamaño que el de Estambul, donde se encontraban todas las especias del mundo, y llegaban casi todos los días largas caravanas con las más extrañas y carísimas sustancias, eran enviadas en grandes caravanas de decenas de camellos... Pero solo las más útiles, las que se utilizaban para la curación y el tratamiento de todos los males conocidos, eran las que llegaban, a lomos de burro, al famoso "Mercadillo de las especias". Se dice que solo por las fragancias y efluvios de los puestos, no había casi enfermedades en toda la ciudad, y solo prosperaban las que venían del corazón de los hombres... y de las mujeres...

Había casi trescientos puestos, muchos de ellos poco más grandes que un armario, pero otros, ocupaban el espacio de una casa de dos plantas... Y convivían cúrcuma, romero, albahaca, espliego, con el estragón, las tiras de corteza, los extraños hongos blancos, ciertos tipos de moho negro... Los puestos eran atendidos muchos de ellos por jóvenes, hombres y mujeres, como Ahmed, aprendiz de un mercader de especias para el "falafel" y el "cus-cús", y Yamila, quien pesaba, preparaba y explicaba el modo de utilización de ciertos remedios, utilizando los viejos pergaminos de su ama...

Al tratarse de dos tipos de puesto tan diversos, los habían ubicado a ambos lados de la plaza central, pero sin la posibilidad de establecer contacto puesto que nadie en su sano juicio iba a mezclar la ciencia con la gastronomía, ¿verdad? Los dos, Ahmed y Yamila, eran huérfanos, por lo que habían sido "adoptados" por sus amos, y a cambio de su trabajo, recibían una buena formación, y cuando terminase su aprendizaje, una pequeña cantidad que les permitiría emanciparse, cuando no tomar el relevo de los comerciantes... si al cumplir los veintiún años, podían demostrar sus conocimientos delante del consejo de sabios.

Había pocas normas en el "Mercadillo de las especias"... pero la más importante es la que marcó sus vidas: cada uno con los suyos... A no ser que alguien de prestigio, por ejemplo, hubiera intercedido por Ahmed ante el amo de Yamila, y convencerle de la idoneidad de la asociación,  por supuesto, solo mediante una importante compensación económica, los dos jóvenes, que se veían todos los días de la semana, y durante todo el año, salvo los festivos locales o impuestos por las autoridades, jamás podrían ni siquiera hablar o estar juntos... Enamorados, pertenecientes a dos clases no solo diferentes, sino enfrentadas por un odio ancestral (los médicos contra los cocineros), solo podían intercambiar miradas, preguntarse por el sonido de la voz del otro, el tacto de su piel, el sabor de sus besos, y muchas cosas por el estilo...

Y pasaron los años, los meses, y los días... Y los dos fueron cambiando con el tiempo, convirtiéndose en los más expertos de su campo, y sobre todo, en la pareja más atractiva del "Mercadillo de las especias"... Y cada vez faltaba menos para la prueba, y para el momento en que alguien ejerciera por ellos, ya que la tradición indicaba aquella posibilidad si ambos demostraban su maestría, y pagando mucho menos... Y fue entonces cuando Yamila cayó enferma: tenía fiebre, temblores, rojeces, se dice que la misma enfermedad que un mercader que murió pocos días después de traer su cargamento desde la remota Cipango, y por quien todos tenían un gran respeto como médico...

Por simpatía hacia su amo, y por la bondad y la belleza de Yamila, todos los mercaderes y sanadores de la ciudad se mostraron dispuestos a preparar sus mejores pociones... tomando nota de sus efectos, para tratar un caso único como éste... Pasaron quince días, y su estado era cada vez peor... Ahmed, profundamente agobiado, jamás había deseado más ser un médico de prestigio, para ponerse a la cola, hacer algo, evitar que ella muriera... sin haberla besado... Entonces, fue su ama quien le dijo: "Hace ya muchas décadas, hubo en una ciudad vecina un hombre que enfermó de algo similar... y le curaron dándole un beso. Previamente se untan los labios de una persona con aquella sustancia negra y blanca que nace en estos dos tipos de quesos, se deja que se fundan por el calor y empiecen a actuar, y luego, se traspasa el remedio a los de la otra persona, con un beso... No tienes nada que perder..."

Ahmed, haciéndole caso, se untó los labios con ambas sustancias, y aprovechando que era la hora de la siesta y que solo estaban el amo de Yamila y ella en la trastienda, les comentó su intención... "¡Pero cómo voy a  permitir que un cocinero bese a mi protegida!", a lo que Ahmed respondió con calma: "¿Has probado ya todos los remedios, verdad? Y ninguno ha funcionado... ¿Qué tienes que perder, si ella se está muriendo?" Y, como no podía ser de otra manera, Yamila sanó, por un beso de amor verdadero... Y las primeras palabras que intercabiaron fueron "Siempre te he amado..."

Ni que decir tiene que hubo muchos cambios... Los dos aprobaron sus respectivos exámenes, y se casaron... Sus amos les traspasaron los puestos... y ellos cometieron el mayor de los desatinos: juntar sus puestos, compartir conocimientos, mezclar la ciencia médica y la cocina tradicional, explorando las virtudes de sustancias fronterizas... y muriendo a la vez, muy pero que muy viejos, con muchos familiares (cuarenta personas, entre hijos y nietos), rodeando al otro con los brazos, y compartiendo un último beso... Y todavía se conserva aquél peculiar puesto, se ha mantenido igual que hace décadas... y de vez en cuando, siguen recetando besos...

Piensalo bien, extranjero: Ahmed tuvo el valor de desafiar todas las convicciones, las leyes, las tradiciones, de buscar una solución para la mujer que amaba, incluso en el más inverosímil de los lugares, en este caso, los recuerdos de una cocinera sobre algo que pasó hace muchos años... ¿Tú serías capaz de hacerlo, dejarlo todo por ella, o por él, exponerte al rechazo, y demostrar tu fe y tu amor?