viernes, 21 de mayo de 2010

EL PEQUEÑO VIOLINISTA


Cuenta la leyenda, que en la ciudad de Praga, a principios del siglo XIX, vivió una vez un joven violinista, un auténtico virtuoso, cuyos conciertos en el Puente de las Cadenas llegaban incluso a paralizar el tráfico de carros, caballos y carretas, y que en múltiples ocasiones, los mismos agentes del orden que acudían a detenerle, o al menos a pedirle que lo reanudase en otro lugar de la ciudad, terminaban tan subyugados por la música, que formaban en torno a él un cordón protector, y pedían silencio... Incluso las aves en el cielo detenían su curso, para escucharlo mejor, o bien se posaban sobre los sombreros del respetable, para disfrutar del concierto...

Muchos especulaban sobre cómo era posible que un violinista de semejante prestigio sea un músico callejero, que no actúe frente al rey y los notables cada noche, que lleve un raído traje de etiqueta y un viejo sombrero, ni mucho menos que esté allí cada dos días, sin más pausa que la necesaria para beber un vaso de agua, comer algo, y con la mayor discrección, dar de comer a las palomas... Y les inquietaría mucho más el descubrir que, cada una de esas tardes, después de recoger el dinero, no se lo queda... Se dirige a la iglesia de San Nicolás, y lo deposita en el cepillo de las limosnas... y una vez cumplido el ritual, regresa a su casa, se cambia de ropa, y cuando está más presentable y vestido más en consonancia con su posición, dedica buena parte de la noche a las fiestas mundanas, pues no en vano es el sobrino del rey...
A veces, se pregunta cómo es posible que no le reconozcan, durante las jornadas que pasa tocando en el puente, mas en el fondo, no le importa... Igual da que le descubran, debe cumplir con su pacto... No se trataba de algo tangrave como el pacto de Dorian Gray, ni mucho menos... Pero sí es cierto que había condicionado su éxito social y literario, en aquella doble misión de alegrar los días y las horas de sus conciudadanos, y al mismo tiempo, de hacer penitencia, al entregar la totalidad de sus recaudaciones a la Iglesia... Con el paso de los años, el joven sobrino del rey sigue cumpliendo con su ritual, todos los lunes, miércoles y viernes del año, con alguna excepcional modificación de su rutina, por motivos tales como la enfermedad y muerte de su ilustre tío...
Ya no es precisamente un adolescente que, seducido por las supuestas mañas y trucos de una vieja gitana, se decide a entrar en la extraña tienda, llena de volutas de incienso, cardamomo, yerba gatera y otras plantas aromáticas, de fines desconocidos, al menos para él... "Estás interesado por la juventud, la belleza y la vida... pero sin embargo, incluso teniéndolo todo, notas que no tienes nada... ¿Cuál es pues tu objetivo, al venir a verme esta tarde?", le pregunta una voz profunda y cascada, desde el rincón más oscuro de la estancia..."Curiosidad, sobre todo...", esa es su respuesta... "Una cosa es que te mientas, que te engañes a ti mismo... pero otra muy diferente es que pretendas engañarme a mí... Como casi todos los jóvenes, y los no tan jóvenes, buscas poseer algún don que te diferencie de los demás... Siempre te ha gustado tocar el violín, pero jamás has pasado de ser un aficionado con buena voluntad... ¿Te gustaría ser un virtuoso durante diez años? ¿Y después de morir, vivir para siempre?"
Ludvig Von Raumz, pues así se llama nuestro violinista, que acaba de cumplir los cuarenta, y cuyo único hijo ya ha formado su propia familia, al principio duda en aceptar o no la proposición de la anciana gitana, mas al cabo de escasos minutos, mueve afirmativamente la cabeza, al mismo tiempo que murmura: "Diez años de triunfo absoluto... y luego ser inmortal... Es un buen trato, anciana... Pero... ¿Qué quieres a cambio?" "Tu alma, eso es todo...", comenta ella, al mismo tiempo que un extraño brillo rojizo surge en el fondo de sus pupilas, lo que deja lugar a pocas dudas sobre su identidad... Ludvig, una vez más, asiente... Y con un apretón de manos, el pacto queda sellado...
A partir de aquél momento, y durante la siguiente década, Ludvig Von Raumz se convierte, no solamente en el violinista favorito de la Corte, ni siquiera de Praga, pues a sus conciertos asistieron desde el canciller Metternich al mismísimo zar Alejandro... De sus intervenciones, que pasaron a formar parte de su leyenda, destacaba uno de los principales críticos musicales del momento afirmaba que "Lo que me cuesta entender es que, con todo este talento, con toda ese virtuosismo, no hubiera destacado anteriormente su talento. Cuando toca su violín, el público pierde casi el sentido, hasta tal punto son prodigiosas sus interpretaciones, que te arrebatan el alma..."
Sin embargo, dicho triunfo fue efímero, pues el 30 de mayo de 1820, la vieja gitana se materializó en el interior de la alcoba de Ludvig Vom Raumz, llevando un misterioso bulto, tapado con un pequeño tapete de vivos colores... "¿Tienes todo en orden?", le pregunta, con fingido interés... Él, parco en palabras, señala las hojas manuscritas sobre la mesa, junto al tintero, en las que se puede leer "Ultimas voluntades y testamento"... "Muy bien... Entonces, túmbate tranquilo en la cama, y déjame hacer... Intentaré que no sufras demasiado, pues de cualquier modo, tu alma me pertenece..." Ludvig asiente de nuevo, y se tiende en la cama, arrepintiéndose tal vez del pacto, pero consciente al mismo tiempo de que poco puede hacer para alterarlo... Unos momentos después, siente un tremendo dolor, en el pecho, en la cabeza, y tiene la impresión de estar viajando fuera de su cuerpo, hacia un lugar desconocido...
Y entonces escucha las palabras de la vieja bruja, y comprende que le han engañado... "Te prometí la inmortalidad después de la muerte... Pero no te indiqué bajo qué aspecto... Comprobarás, sin duda alguna, las ventajas de tu nuevo cuerpo... No necesitas comer... Ni dormir... Ni descansar... Ni hablar... Ni llorar... Ni reír... Observa bien los detalles, los colores, las formas... ¿Verdad que te has convertido en una maravillosa marioneta? Serás inmortal... Y triunfarás siempre que toques... Pero siempre será otro el que se lleve el mérito..."
Desde aquella noche, Ludvig, convertido en marioneta, cumple cada día con su trabajo de ser el pelele de otro... Y es trasladado hasta el Puente de las Cadenas por manos profanas que se limitan a manejar sus hilos, sin gracia alguna, pues de todas formas él hace todo el trabajo... Han pasado ya 190 años... Y Ludvig sigue tocando, y tocando, y tocando... Aunque algunos espectadores jurarían que, durante unos momentos, en los ojos de la marioneta ha aparecido una solitaria lágrima...

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