domingo, 11 de septiembre de 2011

SIETELECHES

Cálido mes de junio en Madrid... La ventana de mi despacho da a los jardines de la Comunidad... Y cada tarde, a las 18:30 (una hora menos en Canarias), los veo pasar... Primero suena el chirrido de la puerta de entrada, y luego, se escucha el cansino arrastrar de unos pies que han recorrido muchos kilómetros a lo largo de su vida, y una respiración gastada y herrumbrosa hace los coros... Acompañado del mudo trote de unas patas pequeñas, y el sonido de tres cascabeles... Entraban en escena Don Celestino... y "Sieteleches"...


Lentamente, muy lentamente, la extraña pareja recorre el camino de acceso, "Sieteleches" siempre inspeccionándolo todo, como si fuera un soldado en territorio enemigo, que se para en cada intersección, y con un par de veloces movimientos de rabo, le indica a Celestino que puede seguir adelante...Y éste, bien entrenado, aprovecha aquellos momentos para recuperar de alguna manera el fuelle, y seguir caminando, pasito a pasito, hasta llegar a su objetivo veraniego: el segundo banco a la derecha, donde el sol no molesta a aquellas horas de la tarde... Cuando Celestino ocupa su lugar bajo la luz dorada, "Sieteleches" se ocupa de sus obligaciones perrunas: husmear todos los rincones de la extensión de arena, como si fuera de su exclusiva propiedad, marcar con pequeñas gotas de orina "sus" àrboles, revolcarse furiosamente entre las primeras hojas del otoño, comer toneladas de hierba, perseguir algún pájaro, todo esto, regresando cada cinco minutos para comprobar cómo se encuentra Celestino, llevándole de vez en cuando un pequeño "informe material" de sus actividades: un puñado de hojas, algo de tierra, las plumas de un pájaro, un caracol...

Sieteleches es, como habrás adivinado, un perro mestizo, con todo el cuerpo blanco, menos las orejas, que son marrones, y varias grandes manchas negras en el lomo... Casi nunca ladra... Es amistoso con los demás perros y con los niños, pero le tiene bastante manía a los niñatos de la calle que se cuelan en el jardín...

Y Celestino es un hombre anciano, con los ochenta ampliamente superados, el pelo escaso y muy blanco, un solo ojo brillante y azúl (el otro lo tiene tapado por un parche), su Txapela negra, su gabardina, y su bastón de empuñadura de plata con forma de cabeza de bull-dog... Casi siempre viste con una de esas rebecas de abuelo en tonos de marrones, pantalones de lana marrones (con cinturón negro), camisa blanca, calcetines y zapatos negros lustrados... Debe tener un inacabable surtido de pantalones idénticos, porque siempre va limpio, y huele a Álvarez Gómez...


Todas las tardes, tengo un poco de miedo de que llegue la última parte del ritual, pues es cuando "Sieteleches", obediente, hace sus necesidades sobre la arena, cerca del banco, y Celestino tiene que agacharse, trabajosamente, para recogerlo... En una de aquellas recogidas, Celestino pierde el equilibrio, y se cae de bruces sobre la arena... El parque está vacío, y como sé que a esa hora no suele venir nadie, me falta tiempo para coger las llaves de casa, salir dando un portazo (que seguramente habrá despertado a "Chiqui", nuestro gatazo comprensivo), y correr los cien metros lisos, hasta que llego al pie del banco. El anciano está gimiendo suavemente, pero no tiene más que pequeños cortes superficiales en la frente, y un morado en la mejilla derecha... Le ayudo a incorporarse despacio, y consigo sentarlo en el banco... No pesa casi nada... "¿Está bien? ¿Se encuentra usted bien?", le pregunto, sintiéndome un poco tonto por decirle eso a una persona acaba de besar el suelo en plan Papa... pero fallando en el aterrizaje... "Tranquilo, hijo, que estoy bien...", es lo único que me dice, cuando por fin está sentado.. Sin embargo, muy bien no debe de estar, cuando le está saliendo un hilillo de sangre de la nariz... "No se preocupe, que voy a buscar ayuda..", le digo, segundos antes de salir otra vez corriendo del jardín, y entrar en la farmacia... "Necesito ayuda en el jardín... Un señor se ha caído, y está sangrando..." Rosario, la boticaria, coge su botiquín de primeros auxilios y, tras dejar a Mónica, la auxiliar, al mando, me sigue rápidamente...
"Buenas tardes señor. ¿Qué tal está?", le pregunta, mientras le restaña la sangre con un par de gasas mojadas en agua oxigenada... "Bien, bien, vamos tirando, he tenido un percance, pero este chico tan amable me está ayudando..." Chico... hace más de 25 años que me llamaron así por última vez... pero me gusta... A través de una serie de preguntas, nos enteramos de que se llama Celestino, tiene 89 años, fue militar de carrera (jubilado con el grado de teniente)... y de que su perro, un mestizo vivaracho, se llama "Sieteleches... porque es una mezcla de muchas razas, incluyendo una parte de Husky en los ojos... Menuda juerga que tuvieron sus progenitores..." Del examen preliminar, Rosario deduce que él se encuentra bien, "sano y alimentado... y con las facultades mentales perfectas... No precisa más atención por el momento, y no hay lesiones de gravedad..." Por lo tanto, todo queda en un susto... y en el comienzo de una amistad...
Al tener las tardes libres, decido descansar un rato, tomar el fresco, y pasarlo hablando con Celestino... y jugando con "Sieteleches"... Y durante aquellos momentos robados al presente continuo, "porque los viejos ya no tenemos pasado ni futuro... un día estás... y otro no...", va surgiendo una complicidad... Él me recuerda a mi abuelo, fallecido en el 2000, y yo le recuerdo a su hijo, que vive en Donosti, y se pasa un par de veces al año por Madrid... "porque no tenemos una relación demasiado cordial..." Durante seis meses, todas las tardes hablamos una hora, aprovechando el buen tiempo al principio, y cuando comienzan las lluvias, trasladamos la tertulia a mi casa... aunque eso no deja de representar cierta complejidad, por "Sieteleches"... y nuestro gatazo negro y vacilón, "Chiqui"...
Los primeros encuentros entre las dos mascotas son algo complicados... y como perro y gato, se persiguen por media casa, saltando encima de la mesa del comedor, y con toda una sinfonía de maullidos, bufidos y ladridos... que termina en cinco minutos, cuando se desvanece el periodo de actividad de "Chiqui"... A partir del cuarto encuentro, cada uno de ellos se queda tumbado a los pies de su mascota humana... pero sin dejar de vigilarse mutuamente...
Pasamos casi todo el tiempo hablando, en ocasiones me pide que le lea algún artículo del periódico, "porque mi vista ya no es como antes...", y me da la impresión de estar interactuando con un viejo amigo... Escucho atentamente sus historias, su participación en la Guerra Civil en el bando nacional, su matrimonio "con una extremeña de muy buen ver...", del que nacieron dos hijos, uno de ellos murió en la estación de Atocha el 11-M, sus aficiones ("pasear, dormir, escuchar la radio, hacer crucigramas... y cuando puedo, leer un ratico...") y otras muchas cosas... Resulta que somos casi vecinos, porque él vive en la escalera 3, Bajo-A, aunque su casa es mucho más pequeña que la mía... Unas veces en el jardín, otras en el salón o en mi cocina, convertimos nuestras charlas en tradición... Pero todo terminó el 12 de octubre...
Aquella tarde, estuve fuera de casa, y pensé que Celestino ya habría dado el paseo con "Sieteleches"... Pero el miércoles 13, solo acude a la cita el perro... Parece muy nervioso, algo alterado... Y dedica casi dos horas en hacer viajes entre el jardín y su casa (o al menos, eso supongo...), llevando toda una serie de objetos en la boca... El día 14, no viene ninguno de los dos y, preocupado, le pido a nuestro portero, Ángel, que me acompañe a casa de Celestino... Y lo que nos encontramos en el pequeño salón, al abrir la puerta, creo que es algo que difícilmente podré olvidar en muchos años...
Celestino está sentado en su sillón de orejas, con la boina puesta, el parche sobre el ojo, y las manos en el regazo... Tiene las piernas tapadas por una manta a cuadros escocesa, y sus zapatillas de felpa... Lleva muerto como poco dos días, y el óbito se produjo, según la autopsia, por causa natural... Siempre impresiona la primera vez que te encuentras con un cadáver, pero si es el de una persona a la que estimas, es mucho peor, aunque no sea un familiar directo... De todas formas, lo que nos dejó a Ángel y a mí con la boca abierta era la multitud de objetos que estaban a sus pies: un puñado de hojas del jardín, otro de hierba, una ardilla muerta, un topillo muerto, un bocado de tierra, el bastón de paseo, los zapatos especiales, una botella de agua, otra manta escocesa, un plato con algo de pan y queso, el periódico y las gafas de lectura... y, entre todas aquellas ofrendas, "Sieteleches"... Creo que el perruno compañero le había llevado a su amo todas aquellas cosas que le gustaban, intentando que reaccionase, que volviera incluso de la muerte, que no le dejase solo... pero sin conseguirlo...
Tuvimos que avisar a la Policía, vino una patrulla... con el forense... Cuando su casa se llenó de gente, "Sieteleches" empezó a gemir de forma lastimera, y fue muy difícil separarte de Celestino... Dos días después, llegó el hijo, y organizó la incineración... Estábamos los cinco: el cura, el técnico de la funeraria, el hijo (llamado Francisco), "Sieteleches" y yo... El hijo recogió las cenizas, y nunca más volví a verle... "Sieteleches" se quedó con nosotros, aunque tuve que dormir varias semanas en el cuarto de invitados, porque mi mujer se pilló un cabreo monumental...


Las cunas están la una junto a la otra, y perro y gato pasan casi todo el día hablando de sus cosas, tramando maldades, y el único conflicto surge cuando deciden a quién le toca que le pase la carda antes... Y otro cambio apreciable es que en el despacho tengo dos sillas de invitados, en las que se sientan "Chiqui" y "Sieteleches"...

Y ahora, son dos las cabezas que se alzan, y dos ronquidos los que se interrumpen, cada vez que dejo de escribir... Todas las tardes, al filo de las seis y media, voy al jardín, me siento en el banco de Celestino, y dejo que "Sieteleches" efectúe su inspección... y de vez en cuando, me parece que Celestino está aquí, a mi lado, disfrutando del último sol...

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