sábado, 17 de julio de 2010

NICOLÁS Y LA PASIÓN SEGÚN SAN JUAN


Me pides que te escriba hermosos cuentos, a mi manera, es cierto y me prometes sonrisas, abrazos, y un beso de tus cárdenos labios, siempre y cuando te gusten, y al menos para los dos, sean completamente nuevos... Quieres entre cinco y diez cuentos, en esta larga noche sin luna ni estrellas... Y como no quieres que sea demasiado fácil, me pones tus concidiones: "En ellos tendrás que hablar de tu vida, y de la mía, y de los sueños, de dragones, como poco, quiero dos… De princesas, con una me basta, bien lo sabes… Y también quiero una rana, un gato, un profesor, un alumno, un payaso, tres globos de color rojo, y que todo sea como, en el fondo, como un hermoso cuento…” Te devuelvo la mirada, me siento ante el teclado y flexiono los dedos, como un pianista antes de un concierto…


Y mis manos se desplazan solas, mientras me hundo en tus ojos naufragando entre oleadas de confusos sentimientos, y alentado sobre todo por la vaga promesa de “algo especial” al cumplir el encargo, empiezo con el primer cuento…

UNO: NICOLÁS Y LA PASIÓN SEGÚN SAN JUAN”

Erase una vez, hace muchos, muchos años, un niño pequeño, pero pequeño de verdad, pequeño en todos los aspectos, y con sus nueve años, apenas si superaba el metro y poco, unos dicen que era por diez, otros que por siete, otros dos, pero en el fondo, era un niño muy, pero que muy, pequeño.


Y sin embargo… Sin embargo, Nicolás, a quien apodaban, tal vez con un poco de ironía, “El Gigante”, era el eje, el punto cardinal, el amo del patio del colegio, la referencia, para alumnos, profesores, bedeles, cocineras, limpiadoras…


Mientras callaba, casi nadie se percataba de su existencia, su mayor placer era quedarse quieto junto a una pared, en cierto modo, mimetizarse con ella, y luego silbar o hablar, y de aquella manera, pegar un gran susto a cualquier habitante del antiguo y viejuno colegio… Su mayor “éxito” lo obtuvo un cuatro de abril, cuando el señor Práxedes, profesor de matemáticas, se llevó tal susto, que escupió la dentadura, en medio del patio, cubierto de nieve y todos se pusieron a buscarla…


Mas no era aquél su mayor talento, ni mucho menos…

“El Gigante” tenia una voz prodigiosa, que abarcaba todas las categorías posibles, desde la aflautada tesitura del “castrati” a la rotunda y profunda resonancia del bajo. Y dotado al mismo tiempo de un hiper-humano sentido del ritmo, cadencia y melodía, incluso sus improvisaciones melódicas eran capaces de paralizar el patio entero, nadie era capaz de resistirse a su influencia, ni a las visiones, porque esa era una cualidad secundaria de Nicolás: que era capaz de generar imágenes en la mente de cualquier persona que le escuchara, haciendo que se incorporasen a la historia que estaba contando, que realmente vieran lo que él les cantaba, y así, generar una especie de “precuela” de la televisión…

Pues no debemos olvidar que esta historia se remonta a 1876, y fácilmente podréis imaginaros que a veces, Nicolás tenía algún problema, cuando el padre Marcial, el director del colegio, tenía ganas de perseguirle, escoba en mano, cada vez que él cantaba “aquella sucia y vulgar música de juglares”… y a veces, solo el uso que daba a su voz durante la misa de las ocho le salvaba no solamente de “arder en el infierno”, sino también de ser castigado por sus travesuras…

Era digno de verse, allí, tan pequeño, delante del altar, mirando fijamente al crucificado, mientras era el solista de “La Pasión según San Juan” escrita por Richard Bach, y era imposible no emocionarse al escucharle cantar, en el papel de tenor: “Oh, alma mía, ¿dónde irás por fin? ¿Dónde hallaré refugio?”… Fragmento que suena mucho mejor en alemán: “Ach, mein Sinn, Wo willt du endlich hin, Wo soll ich mich erquicken?”

La iglesia entera se estremecía, cada Nochebuena, cuando comenzaba la función, y hasta ella venían personas desde los cuatro puntos cardinales, de toda la provincia de Madrid incluso, con tal de escuchar a semejante maravilla de niño, y ver, con sus propios ojos, la formación de la colina del Gólgota, del Huerto de los Olivos, de los palacios, calles, gentes, mercaderes, que lentamente se volvían casi tangibles, transmitiendo quizás las mismas imágenes que bullían en la mente del genial compositor, en pleno proceso creativo…

Magia negra, brujería, o cualquier otra cosa similar, fueron algunas de las acusaciones vertidas por un necio en los oídos del alcalde, quien le mandó prender la víspera de aquella función especial, que todos, del más rico comerciante o banquero al paupérrimo vendedor de trapos, esperaban con ansiedad… Dicen las malas lenguas que fue por envidia, que el hijo del alcalde era un tenorín zarzuelero que quería para sí mismo el papel de Nicolás, y lo consiguió, al menos, aquella vez… Con la iglesia llena a rebosar, el hijo del alcalde comenzó a desgranar su papel… Pero en vez de la magia evocadora y profunda del “Gigante”, de su garganta salieron uno y mil gallos, hasta tal punto que ni las plumas necesitaba para su disfraz… Y se produjo un tumulto en la audiencia, decían todos a la par “¡Que vuelva Nicolás! ¡Nicolás!”…

Cuando estaban a punto de linchar al envidioso cantante, se produjo un nuevo milagro, o eso dicen, pues la voz de Nicolás llegó hasta la iglesia, silenciando toda la algarabía, pese a estar en la cárcel, a casi un kilómetro de distancia… Y se incorporaba en cada una de las réplicas del recitativo, incluso estando tan lejos, era como si se acoplasen cuerpos, mentes y almas del solista y el coro…

El alcalde, arrepentido de su artimaña, ordenó la inmediata puesta en libertad, pero durante todo el camino, Nicolás siguió cantando… Y nadie recuerda otra “Pasión” semejante…

Ni jamás se volvió a oír… pues el 16 de febrero de 1867, murió arrollado por el carro de un trapero, exhalando su último suspiro en forma de “Do” de pecho, algunos afirman que cantó el final de un aria de Verdi, en la ópera “Nabucco”…

Y de esta trágica manera, termina la primera historia de esta noche, sin luna ni estrellas…


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