lunes, 19 de julio de 2010

EL MISTERIO DEL GLOBO ROJO.



Hace dos días que se repite siempre la misma imagen: un globo de color rojo, hermoso, brillante, con mil brillos y redondeces, atado a una farola, con una cuerda que en principio parece muy corta... Está magníficamente ubicado, en una zona de mucho tránsito, y sobre todo, de mucho escolar, pues en un radio de seis manzanas, hay cuatro colegios y un instituto... Pero este globo tiene un comportamiento muy peculiar: unas veces su cuerda se acorta, y él empieza a bajar, hasta el punto de que parece estar deseando que lo cojan... Pero otras, sobre todo cuando es un monstruo de instituto el que intenta cogerlo, de repente sopla un fuerte viento, y su cuerda parece alargarse casi hasta el infinito...

Es un globo muy peculiar, que parece tener su propio carácter, caprichoso hasta decir basta, y con la impresión de estar esperando a alguien, o de que nada de lo que lo rodea es casual o debido al azar... Y después de lo que he visto hace un par de horas, lo único que deseo es que vaya de una vez de este mundo... Vale, es cierto, no soy más que un gato callejero, pero sé lo que he visto... y por eso os lo cuento...

La culpa fue de la madre de Andrés, Laura, que nunca le ha dejado comprarse globos en la feria... "Son cosas malas, le dice siempre, están rellenas de un gas extraño, más ligero que el aire, y muy inflamable... Además, nadie sabe adonde van después, cuando se escapan..." A veces, creo que algunas personas tienen la capacidad de predecir los acontecimientos, de adivinar cosas que le van a pasar a sus seres queridos... Y por eso, Laura insistía tanto en que nunca debía aproximarse a ellos... Pero claro, basta con que le prohibas a un niño hacer algo, para que le parezca mucho mejor el romper esa norma...

A primera hora de la mañana, Andrés, como otros muchos niños, se ha quedado mirando el globo rojo, que refulgía contra el sol de la mañana, proyectando incluso su sombra sobre el asfalto, al mismo tiempo que desciende la temperatura un par de grados... He pasado caso todo el tiempo debajo de un Symca1000, porque me parecía que algo raro pasaba con el globo, y no me refiero solamente a que estirase o recogiese dependiendo de quién se acercase... No... Es más bien la impresión de que iba a pasar algo malo...
Por eso, cuando he visto que Andrés, que siempre es amable conmigo y me da un poco de jamón york o de butifarra del bocadillo, se estaba acercando al globo, me he decidido a cruzar la calle, con mucho cuidado, y me he quedado al pie de la farola. El globo, cosa extraña, parece haber decidido que él era, justamente, la persona que estaba esperando... Y por eso, generando una especie de corriente de aire, ha empezado a alargar su cuerda, anudándose en silencio pero sin prisa en la muñeca del niño de nueve años...
Ha sido un momento muy extraño, porque parecía tener vida propia... Como esos tentáculos de las pelis de miedo, no sé si me comprendes... Incluso le ha salido una marca roja en torno al brazo, en donde le rozaba la cuerda, que de repente parecía más gruesa, y que se iba volviendo más y más roja... Y el globo ha empezado a crecer, y a hincharse más y más...
No había nadie en la calle, con esos calores del mes de junio... y creo de todas formas que tampoco habría tenido tiempo de ayudarle... porque Andrés no tenía fuerzas ni para gritar... Por eso, y porque mi sexto sentido me decía que ningún niño se merecía ir al país del globo rojo, me decido a intervenir y, usando la cabeza de Andrés como trampolín, alcanzo el globo, que en aquél momento estaba a unos buenos seis metros del suelo, y le clavo bien profundo las uñas... En ese instante, pasan tres cosas: la primera, que el globo (o lo que fuera) empieza a aullar, un sonido super desagradable; la segunda, que empieza a chorrear un líquido rojizo que bien pudiera ser sangre digerida; y la tercera, que por otra parte es la única que me importa, que suelta a Andrés...
Mientras el niño se revuelca en el suelo por el dolor y el miedo, yo sigo clavando profundamente las uñas en el maldito globo rojo. Y escucho una voz extraña, que me promete muchas cosas ("sardinas, latitas de pienso, un veterinario, una familia, lo que quieras si no me destruyes") si dejo de clavarle las uñas... Pero no me dejo convencer: estoy seguro de que si le dejo irse, se recuperará, y volverá a secuestrar un niño... Para llevarle a un lugar del que no se vuelve... Veo incluso sus pensamientos, y comprendo lo que es en verdad: un vampiro secuestrador de niños, que los lleva a otra realidad, donde mueren lentamente entre horribles dolores... Por eso, además de las uñas, empiezo a usar los dientes, es algo asqueroso, como morder sangre, y procuro no profundizar más de lo necesario... Lentamente, voy ganando la batalla, y subido en la cabeza del globo, a base de mordiscos y zarpazos, lo estrello contra el asfalto... Unos segundos más tarde, un camión se echa encima de nosotros, yo me aparto bruscamente, pero el globo, o lo que sea, no tiene tiempo de hacerlo... Y termina reventando bajo las ruedas... dejando a su paso un rastro rojizo...
Así terminó mi aventura con Andrés y el globo rojo... Y comienza al mismo tiempo una nueva etapa de mi vida, porque el niño ha decidido adoptarme, aprovechándose de una promesa de sus padres... Ya me han puesto las vacunas, me han lavado y desparasitado... y cómo no, ya tengo nuevo nombre humano: Micifú...

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