lunes, 19 de julio de 2010

EL SECRETO DE LA ANTICUARIA.




En una pequeña ciudad de provincias, de cuyo nombre, esta vez, no logro acordarme, vive una gran mujer, mediada de tamaño, que afronta como tantas otras el tremendo desafío de tener dos trabajos, uno dentro, y otro fuera de casa… El de dentro, con el marido ausente, el hijo adolescente y el perro en celo, permanente, es casi el que más tiempo debería llevarle… pero no es así…

Y por eso, sus momentos de mayor felicidad los tiene en la trastienda de su pequeño negocio de antigüedades, pues allí realiza su milagro cotidiano… Su manos, expertas, recorren cautelosamente la superficie de cada mueble que traspasa las puertas de cristal, aunque mucho antes ha sido su mirada quien se ha fijado en todos y cada uno de los detalles, su forma, colores originales, pequeños defectos, taras, incluso es capaz de dictaminar si de verdad se trata de una antigüedad… o de uno de tantos muebles y objetos, que se hacen al estilo de mil ochocientos, en cualquier taller, casi siempre clandestino… Por eso, por su capacidad de mirar, estaba decidida a descartar aquél viejo armario, lacado, espantosamente por cierto, en color blanco… “Era de mi abuelo, le asegura una chica de poco más de quince años, y lo vendo, porque me cambio de casa, y no me queda sitio para él… Si le interesa, se lo dejo por un buen precio, necesito el dinero…”

Aunque no le convence demasiado, Sagra, pues así se llama, precisamente, nuestra anticuaria: siempre le han gustado los desafíos, y devolver el viejo armario a su estado original no deja de ser, en el fondo, una oportunidad de demostrarse a sí misma que al menos tiene bajo control uno de los aspectos de su existencia que más le preocupan… Antes que nada, se impone una limpieza a fondo, sobre todo para detectar si existen problemas estructurales, como grietas o roturas en la madera, golpes mal camuflados por la pintura, y sobre todo, comprobar que no traiga inquilinos no deseados: la tan conocida carcoma. Dentro del almacén (recordemos que se trata de una tienda grande, dividida en tres salas: la primera es la exposición de muebles y artefactos antiguos, incluyendo el escaparate; la segunda, más pequeña, es la oficina; y la tercera, del mismo tamaño que las dos anteriores, es el almacén), Sagrario ha separado una zona por cortinajes de plástico estilo Dexter (pero sin la finalidad que les daba este personaje), para efectuar los primeros exámenes de las piezas, y aplicar el tratamiento anti-carcoma, que de todas formas utiliza a modo de prevención. Con el mono de trabajo, recuerdo de la mili de su hijo, una mascarilla como las de laboratorio, la gorra de Repsol en la cabeza y el pulverizador en la mano derecha, se pone a estudiar su nueva adquisición en una tranquila mañana de sábado… Y empieza a pulverizar por la parte de arriba, ayudándose de una escalera que, por derecho propio, debería considerarse como una pieza digna de ser vendida en la tienda… Al principio, todo va bien… Pero cuando decide abrir las puertas, y empezar dentro, algo pasa…

Desde el interior del segundo cajón, se empieza a oír una tos bronca, angustiada, como si alguien se hubiera quedado encerrado dentro, y se estuviera asfixiando por el tratamiento, por otra parte de lo más suave que hay en el mercado… Sorprendida, Sagrario, tras musitar un “¿Pero qué demonios está pasando?”, decide abrir el cajón, manteniéndose a una distancia prudencial, por si lo que está encerrado en el mismo resulta peligroso… Muy despacio, y con el pulverizador apuntando a la abertura, de poco más de cinco centímetros, sigue tirando del pomo… Y apenas si tiene tiempo de preguntarse una vez más “¿Pero qué demonios…?” cuando, a la vez, suceden dos cosas bastante difíciles de explicar. La primera es la luz, muy fuerte, cegadora, como producida por mil bombillas halógenas luciendo a la vez… Y la segunda, que una extraña y tremenda fuerza envuelve por completo a la anticuaria, convirtiéndola en una especie de imagen bi-dimensional, para en cuestión de segundos, sorberla literalmente (como si fuera un gigantesco espagueti, y casi con el mismo ruido) y hacerla desaparecer hacia las profundidades…

Ahora bien… ¿Hasta qué punto es profundo el cajón de un viejo armario? ¿Cabe realmente un ser humano dentro de él? Mucho me temo que no es a mí a quien debéis plantearle estas preguntas, sino a Sagrario o, como mucho, al cajón…

Durante lo que podrían ser minutos, o bien horas, ella tiene la impresión de caer, desde lo que podría ser igualmente tres que trescientos metros, y el tiempo en cierto sentido deja de ser importante, pues se siente como una hoja llevada por el viento… Afortunadamente, el aterrizaje es muy suave, y tumbada boca arriba, se pone a mirar el cielo… Es algo extraño, porque no hay uno, ni dos, sino tres soles, que alumbran un cielo completamente despejado (salvo algunas nubes de las que nos ocuparemos más tarde), y su color es verde esmeralda (el cielo)… Intenta levantarse, pero no puede, lo que tampoco es demasiado extraño, pues de repente comprueba que todo su cuerpo está en dos dimensiones: si levanta el brazo y lo pone delante de su nariz, solo puede ver una delgada línea verde, que oscila con la leve brisa…

“Sopla tu pulgar derecho”, le dice una extraña voz… “Es la única manera de recuperar las tres dimensiones, y el control de tu cuerpo”…

Sagrario mira una vez más a su alrededor, buscando al dueño… y al final lo encuentra, en una de las ramas de un árbol de las fresas que ha aparecido de repente a su lado… Sí, todos sabemos que las fresas nacen en unas pequeñas matas a nivel de tierra, pero aquí, muchas cosas son distintas…

“Te he dicho que soples… Y hazlo deprisa, que si no, te pillará la tormenta de las seis y cuarto, y cualquiera sabe adónde te llevará el viento…” ¿Cómo describiros al dueño de esa extraña voz? Bueno, imaginaos un canario completamente verde, con el pico y las uñas de los pies de color morado, corbata de lazo amarilla, y una extraña cresta en la espalda, que mas bien recuerda un bicho de las cavernas…

“Sí, soy yo, el famoso Canarito Cavernícola, y si no me hacer caso ahora mismo, no sé adónde vas a irte… pero seguro que a cualquier mucho peor que éste… así que sopla de una vez tu pulgar derecho…”

Sin mucha más alternativa, Sagrario empieza a soplar y, para su gran sorpresa, comprueba que efectivamente su cuerpo se va inflando lentamente, como uno de esos globos que usan los magos para hacer perritos y tonterías similares… Salvo que en este caso, es su brazo el que recupera forma y peso, luego el pecho, después las dos piernas a la vez, y termina por su mano izquierda… Cabe destacar que, en medio del proceso de hinchado, Sagrario aprovecha para hacerse un pequeño retoque en los pechos, y les da algo más de volumen, porque se siente más a gusto de aquella manera… Pero, justo cuando estaba terminando el inflado, está a punto de producirse la catástrofe: por el dedo meñique de la mano izquierda no para de salir aire… “¡Corre, le dice el famoso Canarito Cavernícola o CC, metete el dedo también en la boca, hasta que se cierre la herida!” Y, una vez más, le hace caso…

Todo el procedimiento de inflado ha durado unos cinco minutos, y Sagrario tiene el tiempo justo de cobijarse debajo del árbol de las fresas donde se encuentra CC, antes de que empiece a caer una lluvia, densa, de color rosa, que parece estar cargada de arena del desierto… acompañada de un fuerte vendaval…

“Si no fuera por ti, CC, seguro que estaría en problemas… ¿Por qué me has ayudado?”, le pregunta Sagrario a su peculiar guía…

“Esa es mi función… Esperar junto al árbol de las fresas, donde tengo el nido, y darle a los visitantes las primeras instrucciones para sobrevivir en este mundo, que a veces puede resultar inquietante… Hay una cosa que no debes olvidar, Sagrario: aquí, muchas cosas no son lo que parecen… Por ejemplo, si se cruza en tu camino un león, no tengas miedo, que no te hará nada… Pero como veas que un hámster o un conejo blanco se acercan a ti, sal corriendo: aquí son super depredadores, más o menos como los tiranosaurios de tu mundo… Los únicos que no engañan son perros y gatos… Que no en vano, éste es su mundo…”

“¿Por qué dices que éste es su mundo, CC? ¿Acaso son ellos los amos?”

“En cierto modo, es así… Digamos que has entrado en el cielo de las mascotas, en el lugar donde terminan todos los perros y gatos del mundo… Es un sitio perfecto, especialmente porque todo está limpio, y es tranquilo, previsible… Nunca falta hierba fresca para purgarse, ni árboles a los que trepar, ni comida… No hay que preocuparse por la caca, pues en pocos segundos desaparece de esta dimensión y termina en otra, el infierno de los humanos… El sexo tampoco es un problema, incluso los que llegan aquí castrados pueden optar por vivirlo intensamente, o seguir tal y como vienen…”

“¿Y por qué estoy aquí? ¿Y cómo he llegado?”

“Es muy sencillo: has utilizado uno de los tele-transportadores Gataweb, que están repartidos por todo el mundo (incluyendo Hogwarts), y que de vez en cuando se activan cuando una persona especial se detiene delante de uno de ellos… Al margen de la tecnología habitual en estas máquinas, tienen un detector de cariño hacia perros y gatos, y cuando un humano alcanza los niveles adecuados, se pone en marcha el procedimiento… Yo soy quien os recibe, e interroga, sobre vuestros intereses, disponibilidades, y otras preguntas parecidas… ¿Te gustaría quedarte unos días aquí?”

“Bueno, es posible, pero tampoco quiero que mi familia se preocupe… De todas formas, ¿por qué reclutáis humanos?”

“Piénsalo fríamente, Sagrario… Ni los perros ni los gatos saben estar solos… Necesitan algunos mimos, algunos juegos, y eso es algo que no pueden hacer los robots… Por eso os reclutamos… ¿Te gustaría quedarte unos días? Recuerda, sobre todo, que ahora mismo estás viviendo al margen del tiempo, por lo que cuando vuelvas, habrás pasado fuera de tu tienda como mucho diez minutos, que para nosotros serían diez días con sus noches…”

“Si es así, y puedo escoger volver a mi casa y a mi tienda, estoy de acuerdo… ¿Me puedes acompañar donde están ellos?”

“Ven y sígueme”, respondió el canarito…

Y de esa manera, llegaron a la primera gran sala de mimos… Era una inmensa habitación, con una gran chimenea falsa y un enorme sillón de orejas, en el que se sentaba una mujer mayor, la típica abuelita de pelo blanco, cara llena de arrugas, que está haciendo calceta, rodeada por una decena de gatos, y seis perros de todos los colores y tamaños… “¿Nos traes compañera nueva, CC? Haces bien, que los pobrecitos necesitan muchos mimos…”

“Esta señora se llama Candelas, lleva muchos años viniendo aquí, aunque últimamente le es bastante difícil, porque casi no puede moverse, y está en una residencia de ancianos… Cuando se muera, la echaremos mucho de menos…”

“No te puedes quedar aquí después de muerto?” pregunta Sagrario.

“No… Tienes que estar vivo en tu mundo, para poder viajar y permanecer en éste. Es una de las pocas condiciones. La otra es no haber maltratado nunca, al menos de manera consciente, a un animal.”

Entraron en otra gran sala, muy parecida a la anterior, donde seis perros y ocho gatos esperaban a los pies de un gran sillón de orejas, junto al que había una pequeña mesa, un vaso y una jarra llena de agua, y lo que parecía ser un libro de cuentos…

“Este sería tu sillón, Sagrario… Y estos, tus primeros compañeros… Ellos solo vienen aquí cuando se sienten solos o añoran a sus amos humanos, o simplemente necesitan que les rasquen las orejas… Nunca serán los mismos, pero todos necesitan cariño y mimos… Dentro de un tiempo, cuando te conozcan mejor, serán capaces de detectar cuando vienes aquí… Otra peculiaridad: aquí todos hablamos el animalanto, es una especie de lenguaje universal, que permite unir a los animales de todas clases… Pero eso ya lo sabes, porque me has entendido desde el principio…”

“¿Y qué tengo que hacer, mientras esté aquí?”

“Normalmente, basta con que te sientes en el sillón de orejas, y les permitas subirse a tu regazo de vez en cuando; o simplemente con que les rasques las orejas, o juegues un poco con ellos… También verás que hay un libro de cuentos sobre la mesa, y un par de pelotas de tenis… Hoy hace mal tiempo, pero cualquier otro día, te puedes ir a dar un paseo con tus protectores, a jugar en la hierba, perseguir reflejos, o nadar en la laguna…”

Con tantos datos, y conociendo bien a Sagrario, os podréis imaginar que aquella mañana al margen del tiempo, rodeada por tantos animales tan mimosos, se convirtió en el primer viaje de una larga serie… Y por cierto, nunca llegó a vender el viejo armario ropero… De hecho, lo restauró con mucho mimo, porque era la mejor manera de viajar entre dos mundos…

Y ese era, precisamente, el secreto de la anticuaria…


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