lunes, 13 de junio de 2011

EL BANQUETE REGIO

"!Qué no entre la plaga, que no entre!" Tal era el principal deseo de los habitantes de Isiadoria, una pequeña ciudad de mercaderes y comerciantes y marinos, ubicada en el golfo, a dos jornadas a caballo de Apolonia... Todo el mundo conocía los síntomas: fiebre, sudoración, inflamación de los ganglios, necrosis de los tejidos, pústulas, y, por fin, la muerte... Algunos médicos venidos de lejos aseguraban que eran muy eficaces las sangrías, otros hablaban de utilizar paños fríos, humedecidos en barricas con agua de mar, y lo más osados consideraban infalible el sajar y drenar con cuchillos y lancetas los bubones... Es cierto, todo el mundo había notado que, tras la llegada del barco negro, con sus tres mástiles y procedente de Venecia, había aumentado el número de ratas en el puerto, y en la ciudad... También se estaban multiplicando las mordeduras, y las muertes de estos animalejos... Era el año de 1347... El año de la Peste...

Isiadoria estaba en realidad compuesta por cuatro barrios concéntricos, siendo el más exterior el del Puerto, uno de los primeros lugares donde murió la gente, y que se solía reservar a los extranjeros; el segundo, aislado del anterior por una recia empalizada de madera, era el de los Comerciantes: allí se ubicaban las curtidurías, talabarterías, algunos agricultores tenían allí sus depósitos de grano; el tercero lo compartían la Nobleza y los Caballeros y soldados, siendo sus murallas de piedras ensambladas con mortero; y el cuarto recinto estaba reservado para el Rey y su familia, y demás miembros de alto rango de la Corte, hasta el último momento sus paredes estuvieron enjalbegadas con cal viva... Que en teoría era efectiva para combatir la enfermedad...

Los residentes en los círculos interiores escucharon, sin inmutarse, los gemidos y lamentos de los pescadores y de sus familias, que iban cayendo, por culpa de la enfermedad... Ninguno de los demás estamentos se molestó en ayudar a los más pobres entre los pobres, puesto que, de todas formas, sus vidas no valían nada, y la muerte era, en el peor de los casos, una liberación.... A la semana de comenzar la peste, no quedaba nadie en el primer círculo, solamente los muertos, que no eran recogidos, por el terror que inspiraba la enfermedad...

En el segundo círculo, el de los comerciantes, se presentaron los primeros casos dos días después... Es cierto, allí tenían algunos médicos, ciertas nociones de higiene, de sanidad... Se cerraron las casa donde se produjeron dos casos, sin importar los presuntos supervivientes... Se formaron cuadrillas, con los comerciantes más pobres, y se encargaban de retirar los cadáveres de las calles y locales comerciales, y a falta de un lugar mejor, los arrojaron todos al primer recinto, que se convirtió en la ciudad de los muertos... Sin embargo, y pese a todos los esfuerzos, el segundo círculo quedó desierto en una semana... Y las ratas, y sus pulgas, comenzaron su labor...

Los habitantes del tercer círculo perecieron en cuatro días: hacinados en estrechos y pequeños recintos, compitiendo por el espacio libre para arrojar a los muertos, y sin apenas medidas sanitarias ni posibilidad de aislamiento, no pudieron ni siquiera arrojar los cadáveres al segundo círculo... Y las aguas se contaminaron más todavía... Y el aire corrupto, el hedor de los miles de cadáveres insepultos, impedía la respiración...

El rey, su familia, y los nobles, perecieron en dos semanas... Se desató una tormenta de arena, con temperaturas tremendamente altas, que duraron quince días... Y las arenas del desierto reclamaron su trofeo... Ni las alimañas y los carroñeros quisieron perturbar la paz de los muertos... Si cinco semanas bastaron para que muriera toda la población de Isiadoria, en menos de cincuenta años, sin nadie que recordase su historia, la ciudad se convirtió en una leyenda...

En 2047, al cumplirse setecientos años desde su desaparición, unas tormentas de arena inusualmente fuertes en el Golfo, dos pesadores avistaron lo que parecían ser un grupo de torres y minaretes, tal vez incluso una ciudad entera, sepultada por la arena. Movidos tal vez por el espíritu patriótico o por el miedo a las nuevas leyes dictadas por las autoridades, los descubridores avisaron a las patrullas de vigilancia. Al comprobar la magnitud del hallazgo, una ciudad olvidada y entera debajo de la arena, se movilizaron varias unidades del ejército, para preservar el hallazgo. Al amanecer del segundo día, transportados muchos de ellos con camiones desde Apolonia y otras ciudades, llegaron multitud de buldozers, de maquinaria pesada, al menos, para delimitar el sector más exterior de las excavaciones, y cuando quedaba menos de un metro para alcanzar el tramo inferior de la muralla, comenzaron a cavar los soldados del ejército, satisfechos por fin de realizar una labor distinta a las interminables patrullas por el desierto. Un grupo de arqueólogos y de estudiantes se encargaban de las zonas más delicadas.

La excavación se estaba realizando en profundidad, puesto que la ciudad estaba totalmente sepultada, y también de fuera hacia adentro... Por eso, hasta la madrugada del tercer día, no descubrieron los primeros cuerpos. El soldado Gamal Ibn Hamidi, de repente, notó que su pico perforaba algo, y al acercarse, descubrió la macabra sonrisa de un muerto, parcialmente descompuesto, pero también semi-desecado por las altas temperaturas y el constante viento... y con su pico clavado en la cabeza... Fueron avisados más forenses, más soldados, más arqueólogos; se montaron inmensas carpas, suficientes para albergar a un ejército, a doscientos metros de la ciudad. Descubrir la causa de las muertes era casi imposible, mas la prioridad era despejar el camino... Hilera tras hilera de camillas llevaban los cuerpos hasta las carpas-depósito, y todos los soldados daban gracias por que estuvieran momificados...

Casi dos meses fueron necesarios para sacar los cadáveres de los tres primeros círculos, los especialistas elaboraron una teoría plausible de la causa, sobre todo gracias al registro de uno de los militares, quien había apuntado en un rollo de pergamino la crónica del tormento, siendo la última entrada: "27 de septiembre de 1347: todos han muerto. Que Dios les acoja en su seno..." Incluso tratándose de unas momias naturales excepcionalmente conservadas, los habitantes de las ciudades vecinas exigieron que fueran todas ellas enterradas de nuevo, más por superstición que por miedo... Recurriendo a maquinara pesada, se excavaron unas inmensas fosas, apropiadas para sepultar a los más de veinte mil muertos que se habían encontrado hasta el momento, y se erigió un monumento, y se les rindieron honores, y descansaron en paz...

Pero todavía faltaba por excavar el cuarto círculo, el menor en tamaño pero mayor en exquisita ostentación, hasta tal punto que fue propuesto como una de las "Siete nuevas maravillas del mundo antiguo", al mismo nivel que la Alhambra de Granada... Por todas partes una vez retirada la arena, se observaban los mejores y más exquisitos frescos, los más finos trazos de escritura, el sobrio y recio mármol. Al abrir puerta tras puerta, los arqueólogos y los soldados se sorprendieron de no encontrar ningún cuerpo... Pero todo ello cambió en el salón del trono... Más de cien cadáveres estaban sentados, alrededor de una suntuosa mesa, con hermosísimas copas de cristal, platos de oro, fuentes de plata, cualquier lujo que pudiera desear...

Los cuerpos estaban primorosamente dispuestos, reclinados en las sillas, hombrs y mujeres por igual, con sus ropas perfectas, y con el aspecto de permanecer en vida... Todos ellos, fijándose en su señor, en su Rey, quien tenía delante de él un plato de comida, donde se distinguían los restos de una manzana... El análisis de los forenses fue determinante: antes que arriesgarse a salir a la "ciudad de los muertos", habían preferido dejarse morir, primero, de hambre... y después, ejecutar un suicidio ritual, ingiriendo grandes cantidades de algún veneno...

Y aquél fue el ùltimo banquete regio en la ciudad de Isiadoria: una manzana... para doscientos muertos...

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