domingo, 12 de junio de 2011

LABIOS QUE SANAN

Hubo una vez, en una pequeña ciudad de camino a Samarkanda, un pequeño mercado oriental... Por supuesto, no podía compararse con el Gran Bazar que habían erigido cuatro calles más al Norte, a costa de derrumbar dos barrios de viejas casas. Aquél fue el más reciente capricho de Sidi Pachá, el gobernante; los anteriores también habían resultado ruinosos para la ciudad, y para el gremio de comerciantes: montar un criadero de carpas rojas, y el mayor aviario de toda la región, incluso más grande que el de Samarkanda... Las primeras se murieron de aburrimiento, o se devoraron entre ellas, pues no tenían otro fin que entretener a Sidi Pachá, cuando le llevaban en baca por el estanque; y los segundos, una noche fueron puestos en libertad, y desde entonces, los campos eran arrasados por los pájaros exóticos... Pero regresemos al "Mercadillo de las especias".

Como su nombre indica, era un pequeño mercado, algunos dicen que con la décima parte de tamaño que el de Estambul, donde se encontraban todas las especias del mundo, y llegaban casi todos los días largas caravanas con las más extrañas y carísimas sustancias, eran enviadas en grandes caravanas de decenas de camellos... Pero solo las más útiles, las que se utilizaban para la curación y el tratamiento de todos los males conocidos, eran las que llegaban, a lomos de burro, al famoso "Mercadillo de las especias". Se dice que solo por las fragancias y efluvios de los puestos, no había casi enfermedades en toda la ciudad, y solo prosperaban las que venían del corazón de los hombres... y de las mujeres...

Había casi trescientos puestos, muchos de ellos poco más grandes que un armario, pero otros, ocupaban el espacio de una casa de dos plantas... Y convivían cúrcuma, romero, albahaca, espliego, con el estragón, las tiras de corteza, los extraños hongos blancos, ciertos tipos de moho negro... Los puestos eran atendidos muchos de ellos por jóvenes, hombres y mujeres, como Ahmed, aprendiz de un mercader de especias para el "falafel" y el "cus-cús", y Yamila, quien pesaba, preparaba y explicaba el modo de utilización de ciertos remedios, utilizando los viejos pergaminos de su ama...

Al tratarse de dos tipos de puesto tan diversos, los habían ubicado a ambos lados de la plaza central, pero sin la posibilidad de establecer contacto puesto que nadie en su sano juicio iba a mezclar la ciencia con la gastronomía, ¿verdad? Los dos, Ahmed y Yamila, eran huérfanos, por lo que habían sido "adoptados" por sus amos, y a cambio de su trabajo, recibían una buena formación, y cuando terminase su aprendizaje, una pequeña cantidad que les permitiría emanciparse, cuando no tomar el relevo de los comerciantes... si al cumplir los veintiún años, podían demostrar sus conocimientos delante del consejo de sabios.

Había pocas normas en el "Mercadillo de las especias"... pero la más importante es la que marcó sus vidas: cada uno con los suyos... A no ser que alguien de prestigio, por ejemplo, hubiera intercedido por Ahmed ante el amo de Yamila, y convencerle de la idoneidad de la asociación,  por supuesto, solo mediante una importante compensación económica, los dos jóvenes, que se veían todos los días de la semana, y durante todo el año, salvo los festivos locales o impuestos por las autoridades, jamás podrían ni siquiera hablar o estar juntos... Enamorados, pertenecientes a dos clases no solo diferentes, sino enfrentadas por un odio ancestral (los médicos contra los cocineros), solo podían intercambiar miradas, preguntarse por el sonido de la voz del otro, el tacto de su piel, el sabor de sus besos, y muchas cosas por el estilo...

Y pasaron los años, los meses, y los días... Y los dos fueron cambiando con el tiempo, convirtiéndose en los más expertos de su campo, y sobre todo, en la pareja más atractiva del "Mercadillo de las especias"... Y cada vez faltaba menos para la prueba, y para el momento en que alguien ejerciera por ellos, ya que la tradición indicaba aquella posibilidad si ambos demostraban su maestría, y pagando mucho menos... Y fue entonces cuando Yamila cayó enferma: tenía fiebre, temblores, rojeces, se dice que la misma enfermedad que un mercader que murió pocos días después de traer su cargamento desde la remota Cipango, y por quien todos tenían un gran respeto como médico...

Por simpatía hacia su amo, y por la bondad y la belleza de Yamila, todos los mercaderes y sanadores de la ciudad se mostraron dispuestos a preparar sus mejores pociones... tomando nota de sus efectos, para tratar un caso único como éste... Pasaron quince días, y su estado era cada vez peor... Ahmed, profundamente agobiado, jamás había deseado más ser un médico de prestigio, para ponerse a la cola, hacer algo, evitar que ella muriera... sin haberla besado... Entonces, fue su ama quien le dijo: "Hace ya muchas décadas, hubo en una ciudad vecina un hombre que enfermó de algo similar... y le curaron dándole un beso. Previamente se untan los labios de una persona con aquella sustancia negra y blanca que nace en estos dos tipos de quesos, se deja que se fundan por el calor y empiecen a actuar, y luego, se traspasa el remedio a los de la otra persona, con un beso... No tienes nada que perder..."

Ahmed, haciéndole caso, se untó los labios con ambas sustancias, y aprovechando que era la hora de la siesta y que solo estaban el amo de Yamila y ella en la trastienda, les comentó su intención... "¡Pero cómo voy a  permitir que un cocinero bese a mi protegida!", a lo que Ahmed respondió con calma: "¿Has probado ya todos los remedios, verdad? Y ninguno ha funcionado... ¿Qué tienes que perder, si ella se está muriendo?" Y, como no podía ser de otra manera, Yamila sanó, por un beso de amor verdadero... Y las primeras palabras que intercabiaron fueron "Siempre te he amado..."

Ni que decir tiene que hubo muchos cambios... Los dos aprobaron sus respectivos exámenes, y se casaron... Sus amos les traspasaron los puestos... y ellos cometieron el mayor de los desatinos: juntar sus puestos, compartir conocimientos, mezclar la ciencia médica y la cocina tradicional, explorando las virtudes de sustancias fronterizas... y muriendo a la vez, muy pero que muy viejos, con muchos familiares (cuarenta personas, entre hijos y nietos), rodeando al otro con los brazos, y compartiendo un último beso... Y todavía se conserva aquél peculiar puesto, se ha mantenido igual que hace décadas... y de vez en cuando, siguen recetando besos...

Piensalo bien, extranjero: Ahmed tuvo el valor de desafiar todas las convicciones, las leyes, las tradiciones, de buscar una solución para la mujer que amaba, incluso en el más inverosímil de los lugares, en este caso, los recuerdos de una cocinera sobre algo que pasó hace muchos años... ¿Tú serías capaz de hacerlo, dejarlo todo por ella, o por él, exponerte al rechazo, y demostrar tu fe y tu amor?


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