lunes, 13 de junio de 2011

PRUEBA DE AMOR VERDADERO

Me enamoré de un hada, la primera noche de luna llena, de un lejano mes de enero... Y, desde aquél momento, mi vida ha sido... no sé... muy distinta... Yo tenía miedo a las criaturas de la noche, a los entes mágicos, a la Santa Compaña, a las sorguiñas, y a tantas cosas que, en el fondo, no comprendía... Dicen que la gente de pueblo es muy supersticiosa, que disfrazamos de sentido común lo que no es otra cosa que pura cobardía, y quizás tengan razón... pero solo en parte... Hay "cosas" en los pozos, y "cosas" en los lagos", y "cosas" entre las raíces de los árboles, y "cosas" en el viento de la noche... Por eso, lo mejor es quedarse en casa, con la puerta y las ventanas atrancadas, encender la radio a pilas (que a nuestro caserío jamás llegó la luz eléctrica, ni mucho menos la televisión), y entre las descargas de la estática, escuchar algún programa de música clásica...

Ya no soy joven, ni mucho menos... pero, sin embargo, un día me cansé... de tenerle miedo a todo, de que el mismo bosque que yo recorría durante la mañana y la tarde, en el que conocía por su nombre casi a todos los animales, plantas, rocas y regatos, se volviera en un territorio no solamente inhóspito, sino peligroso, para tu salud, y para tu cordura... Hay criaturas que te roban el alma si las miras a los ojos... Otras, que te pueden volver imbécil si sorprenden tu reflejo en el agua... También hay ninfas, unas criaturas de una belleza tan sublime, parientes de los elfos, que te roban el alma... Eso, por no hablar de las Hadas, así, con mayúsculas, quienes en el fondo, son las más peligrosas... porque, entre otros factores, son increíblemente coquetas... y tremendamente conscientes de su poder, fragilidad y belleza...

Yo tendría quince años, por aquél entonces, y ahora tengo más de sesenta y cinco... Una noche de luna llena, la primera del mes de junio, salí de mi casa por la ventana de atrás... Las casas de mi pueblo son todas iguales: de recia piedra fraguada con mortero, dos habitaciones, mas un comedor y cocina, donde se encuentra la chimenea... Hasta hace poco tiempo, no teníamos cristales, solo unas recias contraventanas de madera, igual de bastas que las puertas, meros troncos de árbol partidos por la mitad y atados entre sí con recias sogas... Al tratarse de una reserva natural, y de un entorno que goza de la máxima protección, nuestro pueblo, que antaño tenía cien habitantes, empezó a morir lentamente... a medida que lo hacían sus moradores, por lo que el lugar más "animado" de los alrededores era el cementerio... Antaño hubo un bar, donde reunirse, tomar un licor, un vino, pero también terminó cerrando... por defunción...

Lentamente, los campos se fueron quedando en barbecho, los "jóvenes", salvo yo, se marcharon a cualquier parte, y Villar del Cid se convirtió en un lugar extraño, donde solo residían los fantasmas de los muertos, algunos de ellos capaces incluso de mantener una conversación coherente, pero sobre todo interesados en recordar "aquellos tiempos mejores, donde el pan era pan... y las mujeres, de verdad". Una vez a la semana recorría a pie los tres kilómetros y medio hasta el siguiente pueblo, Villar del Monte, que con sus cincuenta habitantes actuales sigue siendo uno de los más poblados de la comarca... Allí vienen, cada dos semanas, dos autobuses, llenos de turistas, que buscando "el encanto de la auténtico", están dispuestos a pagar incluso veinte o cuarenta euros, por una estatuita de madera, que imita las viejas diosas de la zona... o los cuerpos esculturales de las hadas...

Mi nombre es Sebastián Leal Gutierrez, dentro de poco cumpliré, los sesenta y cinco años, pero todavía hago mis excursiones al otro pueblo, para comprar mis suministros, y las pocas cosas que no soy capaz de obtener de mi pequeño huerto... Tenía quince años la primera vez que descubrí un hada... era una noche de luna llena, lo recuerdo muy bien, y yo me había escapado de casa por la ventana de mi habitación, mientras mis padres dormían en la otra cámara... cosa de la que estaba seguro, por los atronadores ronquidos de mi madre y de mi padre (los de ella, parecían suspiros de una oveja... pero los de mi padre eran los de un verraco de doscientos kilos... a veces, incluso ahora sigo oyéndolos)...

Cogiendo el camino de la derecha, el que va a las profundidades del Bosque Negro, llegué a la Laguna del Hada... Era curioso, de día, era uno de tantas pequeñas pozas, que se alimentaban con el agua de lluvia, y posiblemente algún pequeño manantial subterráneo, o afluente del Río del Olvido... Lo que hacía diferente la Laguna del Hada era que, siempre, en cualquier día del año, incluso en el más cálido, su agua estaba fresca... y tu imagen nunca se reflejaba...ni siquiera cuando te inclinabas para beber en el cuenco de tus manos...

Si tenías mucha mala suerte, verías el reflejo de la criatura más bella del mundo, de una hermosura tal, que si la mirabas apenas dos segundos, te robaría el alma, para siempre... y jamás serías capaz de pensar en cualquier mujer... que no fuera ella... Es lo que me ocurrió aquella noche…

¿Cómo os la podría describir? Primero, aparecieron sus ojos, de un intenso verde esmeralda, que reflejaba toda la luz de la luna... Eran unos ojos imposiblemente grandes, para algo tan pequeño... y sus pestañas, desde debajo del agua, causaban pequeños remolinos de burbujas... Su piel, tan blanca y perfecta que a su lado, el fulgor de la luna era una mala copia... Su nariz, maravillosa, y tratas de apartar la mirada, porque sabes que, si la miras, si te fijas en otros detalles de su cuerpo, sus labios turgentes, sus blanquísimos dientes, su grácil cuello... jamás podrías librarte de ella...

Y yo, con la sabiduría de mis quince primaveras, solo pensaba en una cosa, en sacarla de su tumba de agua, porque es lo que ella me estaba pidiendo... que la ayudase a salir de su tumba de agua, de su cárcel... Sí, es cierto, antes había sido un hada mala, disfrutaba desorientando a los cazadores en sus actividades, había causado un par de muertes, pero siempre, por accidente... al menos, eso es lo que me decía, lo que me susurraba... y yo... no pude resistirme: hundí las manos en el agua, y con mucho cuidado, como si estuviera manejando el más fino y delicado de los cristales, la saqué del agua... ¡Era tan pequeña, que su cuerpo entero cabía en el hueco de mis manos, mis pobres manos, tan destrozadas por el trabajo de la piedra, de repente, parecían enormes... Y ella, tan diminuta, y tan exquisitamente perfecta... un precioso cuerpecito

Por cierto, las hadas son muy tímidas, al menos ella, Florinda, lo era... y casi siempre, son partidarias de transmitir ideas y sentimientos por telepatía antes que hablar... Pasé la noche con ella, absorto en sus recuerdos, de toda una vida, que sin embargo, abarcaría la de una decena de humanos, pues ellas son casi inmortales... Y la vi, en su nacimiento, y cómo lentamente se fue desarrollando, estudiando magia y hechicería, en un lugar muy parecido a Hoggarts, pero sin tanta diversión: se reunían en un claro del bosque, sobre un círculo de setas nacidas de la última lluvia... Un poco después, en lo que para nosotros fueron muchos años, se centró en otros aspectos de la Alta Magia, como los cambios de forma, las mutaciones, los conjuros...

Florinda no era mala, no... solo era traviesa... Por eso, disfrutaba asustando a los humanos, "ayudándoles" a perderse en el bosque, confundiendo sus sentidos, con olores imposibles, sombras, siluetas... No olvidéis que las hadas, si lo desean, pueden cambiar de forma, casi siempre un cervatillo, pero también, en mujeres reales de tremenda belleza... Su vida era sencilla y placentera... hasta que se enamoró de un cazador... Es el tabú más grave de todos: enamorarse... El sexo no está bien visto, no hay riesgo, pero el amor es otra cosa...

Florinda se enamoró de Massimo, hasta el punto de intentar escaparse de bosque, con él, a través de las marismas de la zona Norte del Bosque Negro... Ella le precedía, en su forma humana, cubierta con una leve túnica de algodón, y deseaba renunciar a la inmortalidad... Él llevaba las ripas de un orco... Pero no consiguieron engañar al Guardián: las criaturas mágicas no podían enseñar a ningún humano los caminos secretos del bosque y las marismas... Por eso, sin una palabra, proyectó su gigantesca zarpa desde lo más profundo de las arenas movedizas, y lo arrastró hacia la muerte...

En cuanto a ella, Florinda, fue condenada por el Tribunal Mágico de hadas, gnomos y elfos, a permanecer en su tumba de agua, mostrando sus ojos, su cara, en ambas lunas llenas hasta que un humano se apiadase de ella, y le permitiera salir... Por supuesto, no era la única condición: la segunda era que el mismo ritual, incluyendo el beso final, se cumpliera, sin falta, durante cincuenta años humanos, sin faltar uno solo, en la primera luna llena del mes de enero y de junio... Liberándola bajo la forma que quisiera: hada, o humana…

Los primeros años, nos limitamos a hablar, a pasear ella en su forma de hada, y yo como humano... Con quince años, en 1895, yo era muy inocente... Me fascinaba... me sigue fascinando, después de tanto tiempo... Con ella experimenté el primer beso, y el segundo, y todos los demás... Juntos, años después, fuimos descubriendo el placer, nuestros cuerpos, sobre la verde hierba del claro... Y, de manera inevitable, me enamoré de ella... Desaparecieron todas las mujeres de la tierra, sólo existía ella, mi dulce Florinda...

Esta noche, por fin, se cumplen cincuenta años de amor, aunque en total hayamos pasado juntos cien noches... Tengo miedo, porque el Guardián, a su vez el Juez del Tribunal, nos advirtió de un cambio: "Cincuenta años de fidelidad tienen derecho a su recompensa: o bien ella se volverá humana, pero también mortal, y viviréis juntos hasta el final de vuestras vidas, se produzca cuando se produzca; o bien tú morirás, para resucitar como su esposo... y ser, también, inmortal... Por supuesto, hay una tercera posibilidad: que simplemente mueras, porque no haya amor verdadero..."

Y en este momento, sumerjo las manos en el agua, para extraer de ella, quién sabe si por última vez, a mi amor, a mi deliciosa hada Florinda... y que los antiguos dioses, depositarios de la antigua magia, nos protejan y amparen...

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