lunes, 13 de junio de 2011

NANAS DE LA BOTELLA

¿Cuándo termina el dolor de una madre por el hijo recién nacido? ¿Cuánto tiempo se tarda en olvidar a una criatura que has tenido una sola vez en tus brazos? Demasiadas veces al día, entre sorbo y sorbo de vino, te haces siempre las mismas preguntas... Vas mirando pasar los niños, casi desde el primer día en que estás lo bastante sobria para darte cuenta del paso del tiempo...

Y tú acunas el muñeco roto y viejo, y tuerto, apoyándote en el mostrador de chapa, desde el que has visto pasar tantos niños, que ya has perdido casi la cuenta... Es cierto, ahora mismo tendría treinta y cuatro años... Te asaltan los recuerdos, das otro tiento a la botella, recordando, perdida en el tiempo, la noche...aquella noche cuando, siendo madre soltera, te dijeron que tu niño había nacido muerto... ¿Por qué ibas tú a sospechar de una monja, de una Hija o esposa de Dios, de su palabra, si incluso pusieron en tus brazos el pequeño? Y estaba tan frío el pobrecito...   

Te confirmaron la muerte, varias veces... pero algo en tu interior, y luego las voces, te decían lo contrario: que estaba vivo... Lo denunciaste en comisaría, gritabas: "¡Me han robado el niño, mi niño, ellas!", pero nadie te creía, eras una borracha... ¿Y ellos? Nada menos que honorables profesionales, médicos, enfermeras y monjas, que además se dedicaban a atender a las miserables desagradecidas como tú... Te sacaron a empellones de la comisaría...

Pasaron los años, lo seguiste buscando, crecían las voces, cambiabas de sitio en la ciudad, pero siempre buscando a tu niño, entre los de su edad... Te autorizaron a poner un kiosco de chuches... junto al colegio de la plaza... Todos te conocen, todos te quieren, padres e hijos... pero no te creen...

Y cientos de miles de veces te mirabas, aquél antojo con forma de corazón, en el antebrazo derecho, que él tendría... Ya no recuerdas las miles de noches que has dormido allí, en tu kiosco cuando no podías pagarte la pensión, que casa nunca tuviste, lavándote en las duchas del barrio, siempre limpia, siempre pulcra, siempre triste... y siempre borracha... paga ahogar el dolor

Un grupo de gentuza se quiere divertir, a tu costa, por supuesto: traban la puerta, rocían tu kiosco de gasolina de una moto, y le prenden fuego... Te despiertan el calor, el humo, las llamas, tu vida entera se quema, y tú gritas... La gentuza se larga con un coche... robado...

Los vecinos bajan corriendo, con cubos... Llega un Municipal... con su moto y casco... Abrasándose las manos pese a los guantes, quita la tranca,, abre la puerta de chapa al rojo, tira del colchón, te saca...

No puedes respirar, estás muriéndote, y lo sabes... pero en aquél momento, su manga derecha se engancha en la tuya... y lo ves... el antojo en forma de corazón, la misma forma, el mismo sitio...¡Es él! ¡Lo has encontrado, después de décadas!

Y solo lamentas que no fuera antes, no haberlo encontrado otro día, escucharle, mirarle de cerca, parece ser un buen mozo... y con la garganta abrasada, dices su nombre, "Sebastián...", y te mueres... Pero él no entiende que tú, sobre todo, tú, la amable señora borracha, a quien veía de vez en cuando en el quiosco, lo sepa... porque nunca te acercaste a ella... por ser diabético...

Y un ángel pasa, despacio, con las alas negras de humo, y de tristeza...

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